Santiago Rivadeneira Aguirre
Se le atribuye a Joyce -por boca de Stephen Dedalus en el Ulises– la frase de que ‘la historia es una pesadilla de la que intento despertar’. De aquí puede haber surgido la ‘teoría (política) de la memoria y el olvido’, que originalmente tendría como componentes a un no-saber y la falta de memoria como principio y síntoma de su contrario: el recuerdo como una presencia haciéndose siempre. Es decir, una ‘memoria histórica’ que nos conmina a ‘recordar para (¿no?) repetir ‘o una historia de la sensibilidad social aunada al mito del progreso.
Vemos las ‘coincidencias’ entre lo que vive ahora el Ecuador bajo la extraña égida de un desleal, y las décadas de los 80’ y 90’, casi con los mismos protagonistas políticos y económicos, que intentan el subterfugio de la ´recuperación del estado’ para sus propios intereses. Pero que esta vez incluyen el elemento de la traición, la revancha y la calumnia, dirigidos contra Rafael Correa y sus colaboradores.
En 1988, los grandes acontecimientos de la historia reciente del país, mantenían sus largas resonancias. Dolorosos, trágicos y, en ocasiones, residuales acontecimientos que fueron vistos como festivos en el sentido de que iban de la farsa a la caricatura y viceversa. Y el otro elemento fue el tiempo de la política -no el de lo político- pero como presente. La caricatura también se volvió reverberación y actuó, hasta cuando fue posible, como una ‘vaga conciencia’ que simuló convertirse en certidumbre.
Entre la simulación y la (in) certidumbre, el país se vaticinó a sí mismo. El primero de enero de 1988, los diarios más importantes del país, hicieron la gran ostentación de un cínico augurio y de un nuevo imaginario que ‘debía’ construirse. En ese estado de suspicacia en suspenso el diario El Comercio señalaba que: “Al menos días más propicios que aquellos que acaban de ingresar a la historia marcados por el sello de la frustración. En efecto, 1987 no fue, dentro de un balance general, positivo ni fecundo en la mayoría de los aspectos. Tambaleó la economía y la crisis causó conmoción internacional al sistema como no había ocurrido desde los fatídicos años 30”.
La política y la economía, entonces, se entrecruzan y se mezclan. Washington Herrera, respecto de la deuda externa comentó en la misma edición: “El gobierno ‘aplicó’ un enfoque monetarista y concentrador de la riqueza” Y en cuanto a la negociación de la deuda externa, dice: ‘se comprometieron la mitad de las exportaciones para el pago de los intereses de la deuda externa. Al aceptar estas condiciones se está condenando al país a trabajar para pagar dichos intereses’. Y más adelante, concluye: “Al haber segmentado los ingresos de divisas en dos partes: una para importaciones privadas y otro para pagar la deuda, es algo completamente arbitrario”. Porque el desenlace, de acuerdo a este analista sería: “Si los ingresos van a parar a las manos de los bancos acreedores querría decir que el petróleo ya no es nuestro”.
El viernes 8 de enero de 1988, el Editorial institucional de El Comercio analizaba el ‘respaldo’ de las Fuerzas Armadas al nuevo proceso democrático (Pág. A-4): “El decidido pronunciamiento de las Fuerzas Armadas en defensa de la democracia y de respaldo al proceso electoral, viene a constituir una auténtica garantía al ordenamiento jurídico del país en el marco de la constitución vigente y a la voluntad popular que se expresará en las urnas”. Otra vez el estado de ánimo esencialista y autoconvervador.
Otra crónica se atrevía a decir que: “El fenómeno del neoliberalismo fue uno de los hechos más singulares en la década de los 80’. Los investigadores (no se menciona a los autores N. A.) señalaron que la desincautación de divisas, supone un mecanismo para incentivar las exportaciones. Sin embargo, expresan, su efecto es limitado porque ello depende de la capacidad interna del país para aumentar su producción exportable, así como de la demanda en el mercado internacional”. Años más tarde Jamil Mahuad, justificaría los 540 millones de dólares entregados a Filanbanco, diciendo: ‘Creo que hay que salvar bancos, no a los banqueros’.
El primero de enero de 1999, el Ecuador apenas recordaría los momentos de dislocación social anteriores y los encuentros con lo patético. El país estaba a las puertas del atraco bancario más grande de la historia. El ‘culto a la nación’ se había perdido o confundido. Y de ahí la actual pregunta: ¿Qué futuro le aguarda al Ecuador después de los actos fallidos y los acuerdos de paz con el pasado?