Por Luis Herrera Montero
En la actualidad procede continuar con la argumentación de que neoliberalismo es oligárquico y no democrático. Este modelo social elitista, responde más a pragmáticas de dramatización, definidas más como demagogia, por defender intereses no solo de negocios privados, sino también monopólicos, con el supuesto de vender democracia a través de simulacros y manipulaciones cargadas, muchas de ellas, de perversidad. La realidad en Ecuador nos muestra el desgaste profundo de la calidad de vida del pueblo ecuatoriano con el retorno inaudito del régimen neoliberal y sus maniobras demagógicas enmascaradas en propuestas de democracia directa o falsas consultas populares. Los resultados así lo demostraron.
La gobernabilidad o ingobernabilidad neoliberal ha sido experta en posicionar dichos simulacros, que han hecho de la política otra mercancía, sujeta a ofertas mentirosas, irrespetando las legítimas demandas sociales e implementando consultas populares que encubren estrategias de lucro individual y obviamente perjudiciales para el bien público. Un claro ejemplo de esto representó la propuesta de referéndum del presidente Lasso, que camuflada en ocho preguntas, constituían un atentado a preceptos constitucionales significativos en materia jurídico política, con el propósito de reposicionar proyectos clasistas en un contexto altamente desfavorable para el modelo neoliberal y para las imposiciones imperiales de Estados Unidos en América Latina, que no han podido subordinar del todo a diversidad de resistencias políticas, que han pervivido a través de gobiernos progresistas y de movimientos sociales.
La democracia, por el contrario, hace aproximadamente 2500 años, se la conoce como gobierno del pueblo o como institucionalidad comunitaria, basada en principios de igualdad social, ejercicio de libertades y prácticas solidarias. El origen de la institucionalidad democrática se la ubica en Grecia, principalmente en Atenas, pero lo relevante es que ésta constituye un sistema que surgiera en procesos históricos ya estatales. Es decir, la democracia no puede comprenderse fuera del funcionamiento político del Estado; bajo esta característica substancial, debe comprenderse y explicarse también su resurgimiento histórico con la modernidad. Sin embargo, la definición indicada como gobierno del pueblo, bajo sustentos teóricos y práxicos heterogéneos, no puede perder su autenticidad a causa de los simulacros mencionados, ya que el clasismo siempre ha sido oligárquico y por lo tanto demagógico.
De ahí, la necesidad de concebir y vivir la sociedad democrática como realidad y utopía en constante proceso de creación y recreación societal, que implica necesariamente al Estado como institución medular de la práctica política. Al respecto, podría afirmarse que diversidad de comunidades no estatales responden con mayor rigor a una propuesta sistémica de democracia, debido a que han sido organizaciones donde el pueblo realmente se ha autogobernado; en nuestro país, por mencionar un ejemplo, es factible demostrar que la CONAIE ha tenido una praxis más apegada a la democracia en comparación con toda la institucionalidad estatal. Restar valor a tal perspectiva sería erróneo, pero descartar al Estado de la construcción democrática serían un error de enorme envergadura, debido a que el neoliberalismo imperial ha fortalecido los roles estatales del clasismo oligárquico y sus prácticas de represión, en detrimento del bienestar social, provocando el crecimiento desbordado de la pobreza, la violencia, la adicción a estupefacientes, la narco economía y la desinstitucionalidad gubernamental. Hoy por hoy, entonces, la democracia no puede reflexionarse ni agenciarse, con base en lo argumentado, por fuera de lo socioestatal; consecuentemente, no contar con proyectos, que contemplen tal complejidad, implicaría ya una negligencia inadmisible para el porvenir de Ecuador.
Un fenómeno en crecimiento y sin duda preocupante, es reducir la acción política dentro de lógicas de pragmatismo, menospreciando el valor de la teoría. En la misma Grecia, el gobierno de Pericles nunca pudo invisibilizar al gran Protágoras, aquel filósofo sofista, muy respetado incluso por los teóricos de la aristocracia como Sócrates, Platón y Aristóteles, que han constituido el pensamiento hegemónico del mundo occidental hasta nuestros días, sobre todo del pensamiento que engañosamente se ha posicionado como democrático, cuando Platón y Aristóteles condenaron a la democracia como forma de gobierno. Retomando las contribuciones de Protágoras, debe reconocerse sus postulados de pluralidad como substanciales de cualquier régimen que se denomine democrático. En su opinión cada pueblo construye e instituye la democracia conforme su realidad, la que es irrepetible en otras regiones. Con estas reflexiones concordó Hannah Arendt, para quien la democracia es inexistente sin su condición plural. Actualmente la pluralidad pervive en las corrientes de la democracia radical: Chantal Mouffe y Henry Giroux pueden identificarse entre sus principales exponentes.
Durante la modernidad, los filósofos del liberalismo proclamaron la necesidad de ir más allá de la democracia directa y promocionarla a través de la ineludible representación, de ahí que en Inglaterra John Locke reflexionara en el parlamento, así como Sieyés lo hiciera en Francia adicionando postulados para inaugurar el constitucionalismo. La filosofía liberal lastimosamente fue arrasada por el contexto capitalista, que surgiera desde las famosas cruzadas y que comenzara a ser dominante a partir del Renacimiento. De ahí la justificada emergencia del pensamiento socialista, que tuvo en el francés Saint Simón como una de sus fuentes fundacionales y que, con mucho acierto, desenmascaró las imposiciones capitalistas como disfuncionales con los principios de la libertad la igualdad y la fraternidad, colocando a la democracia en calidad de socialista.
El capitalismo ha promocionado demagogias a través de procesos electorales, así como autoritarismos por medio de dictaduras militares. En ambos casos hay una larga historia de asesinato masivo a multitudes movilizadas, exigiendo sus derechos y planteando las urgencias de transformar la sociedad. De manera igualmente demagógica, el capitalismo ha sido muy hábil para demonizar al socialismo como autoritario, con base en las experiencias de la Unión Soviética y de la China maoísta. Sin embargo, afortunadamente el socialismo ha generado profundas reflexiones con fundamentos estrictamente democráticos: así se puede identificar a pensadores de la Teoría Crítica alemana (Horkheimer, Adorno)y de la Educación Popular-Investigación Acción Participación latinoamericana (Freire y Fals Borda).
No cabe ignorar o dejar de lado a las experiencias latinoamericanas respecto de la democracia y presupuesto participativo, que tuvo la capacidad de involucrar más protagónicamente a los pueblos en los procesos democráticos a través del reconocimiento de su rol en la toma de decisiones y procesos de veeduría ciudadana. La democracia participativa innovó el agenciamiento político no solamente en la responsabilidad ciudadana, sino también en la gestión institucional, teniendo como evidencia a gobiernos locales de Brasil, Ecuador, Bolivia, e incluso en iniciativas que germinaron en España y otras latitudes de Europa. Dentro de este tipo de democracia se alinearon los movimientos indígenas latinoamericanos, aglutinados en la CONAIE de Ecuador, en el MAS de Bolivia y en EZLN de México, por mencionar los casos de mayor posicionamiento. Posteriormente, estos ejercicios participativos de democracia se instituyeron en lo que hoy se conoce como gobiernos progresistas. No obstante, tanto en los gobiernos locales como en los nacionales, la democracia participativa es aún una experiencia que requiere sin duda madurar, por una serie de errores y procesos de discontinuidad, afortunadamente, temporales, pero que son actualmente los ejes de permanencia y resistencia más notoria y viable de agenciamientos políticos y de gestión institucionalidad adversa a la hegemonía neoliberal, imperialista y globalizadora de Estados Unidos.
Quizá sea necesario dejar en claro que pluralidad no significa contradicción alguna con procesos de índole unitaria. Así lo concibe Deleuze en la “Lógica del sentido”, pues según esta filosofía posestructural, la unidad no es sinónimo de universalismo ni de totalidad. En un esfuerzo de traducción pedagógica de esta filosofía para la actualidad de nuestro país, la democracia no puede ser concebida como esencialismo gringo ni de ninguna otra realidad parcial. Por eso la insistencia de no confundir democracia con demagogia ni la pluralidad como fraccionamiento sectario y adverso a gestiones unitarias y mancomunadas. En América Latina procede, entonces, festejar el reposicionamiento antineoliberal de los gobiernos progresistas, dispuestos a generar no solamente diálogo, sino, a su vez, procesos de corresponsabilidad con movimientos y organizaciones sociales. En Ecuador la derrota electoral de las demagogias oligárquicas, lideradas hoy por Lasso y Jaime Nebot, ha entrado en franco desgaste. Ahora dicha derrota no puede llevarnos a triunfalismos cuando los procesos unitarios aún están insuficientemente tejidos. Tenemos la firme esperanza de que el progresismo y el movimiento indígena logren este ansiado proceso de unidad, tanto en sus gestiones institucionales en los gobiernos locales donde han triunfado, como también en los desafíos electorales para el 2025 y en el proceso civilizatorio por el bien común y el buen vivir.