Santiago Rivadeneira Aguirre
¿Hay un marco de referencia que tenga que ver con la historia y la ideología, desde el cual se puedan construir los tránsitos del ‘capitalismo a la equidad y al progresismo’ sin que importen los caminos e incluso los métodos? Puede parecer, sin duda, esta reflexión -y otras, por supuesto- como una distinción fácilmente instrumental, que se desdibuja en el plano estricto de la ideología. En el trance de definir las contradicciones posibles, surge la necesidad de determinar una ‘dialéctica de la dependencia’ y las permanentes reivindicaciones que empujaron la conformación de movimientos sociales, que constituyeron, queramos o no, la representación de una transformación posible.
Planteemos el problema desde otra perspectiva: existen antecedentes claros y perfectamente ubicables, cuando se habla de una condición interna y de una condición externa determinadas por la dependencia. Por eso es bueno volver a la discusión sobre los contenidos y los mecanismos ideológicos de la dependencia -interna y externa, insistimos- y, a la vez, estudiar -como praxis y fenómeno- una dinámica social de rechazo y cuestionamiento a toda forma de sumisión.
El imperio y el imperialismo, tienen una fisonomía y una ubicación histórica. (Imperio sin imperialismo puede ser apenas un ‘inocente juego de palabras’ -dice Atilio Borón) Pero también es urgente verificar los signos de la dependencia en el comportamiento de las élites nacionales estrechamente ligadas al poder económico y político internacionales. Y han sido justamente las clases dominantes que, como la ecuatoriana, constituyeron un obstáculo pleno para el desarrollo del país. O, para decirlo de una manera más cordial: es pavorosa y lamentable la falsa nostalgia de las oligarquías cuando se habla de pensamiento e ideología nacionales, porque sus horizontes (conceptuales e históricos) más bien se despliegan fuera de nuestras fronteras.
Porque el otro gran elemento en este cuadro de análisis, es el interés de clase por alcanzar una sólida ‘democratización ecuatoriana y latinoamericana’, siempre y cuando tenga el amparo, la protección y el auxilio del imperio. Ese pensamiento y esa actitud mezquinos también son parte de la dependencia interna del país. La ‘ideología de la dependencia’ escudriña y se introduce en los entresijos del poder, donde no sea tan evidente. Por ejemplo, en la ley económica que el presidente Moreno acaba de aprobar en la Asamblea Nacional. Por ejemplo, en el desagradable y vergonzoso despliegue de la bandera norteamericana en el edificio de Carondelet, para recibir al vicepresidente de los Estados Unidos Mike Pence.
Hoy vivimos un nuevo statu quo de la dominación capitalista, con los maquillajes que la prepotencia del imperialismo y del capital internacional han impuesto. La maniobra está a la vista, sobre todo cuando el presidente Moreno lanza sus arengas y presupuestos doctrinarios, para convencernos que una ‘desideologización’ de la política y la economía, son altamente convenientes para el Ecuador. Mientras los ministros del frente económico, contestan a coro que las soluciones deben ser técnicas.
Esa especie de ‘ideología tecnocrática’ es la que exhibe y defienden la derecha, los importadores, las cámaras y los banqueros. Y esa ‘ideología de la desideologización’, tramposa y mendaz, también se traslada a las formas simbólicas y del lenguaje. La gigantesca bandera de los Estados Unidos que flameó en el Palacio de Gobierno, es parte del escamoteo de nuestra soberanía, y del doblez del régimen morenista. ¿Lo vamos a consentir?
Quienes ahora gobiernan circunstancialmente, consideran que no existe otra posibilidad de relación con el imperio más que bajo el signo de la obediencia, pasiva o activa, porque gran parte del espectro social está compuesto de opresores o de aquellos que quieren ser oprimidos. Es el contraste ficticio entre el ‘espíritu y la materia’, según la fábula de Ariel y Calibán, quien es reducido a la servidumbre para justificar el sometimiento y la abyecta obediencia.