Por Daniel Kersffeld
El enfrentamiento actual entre Rusia y Ucrania a raíz de la extensión de la OTAN hacia el este podría dar paso a la rápida consolidación de al menos dos bloques de países: por una parte, las principales y declinantes potencias occidentales, Estados Unidos y Reino Unido y, por el otro, las dos potencias emergentes, Rusia y China, entre quienes existen cada vez más acuerdos económicos, políticos, y también militares.
Pese a su lejanía geográfica, y frente a la proyección global del conflicto en Ucrania, América latina vuelve a ser un territorio en disputa, tal vez, con la salvedad de que a diferencia de lo que ocurría en el pasado, donde había una única potencia regional, en la actualidad Estados Unidos prevalece en términos políticos, pero debe competir con China en cuanto a oportunidades económicas y comerciales.
Por otra parte, y si bien el intercambio comercial es bajo y las alianzas políticas son limitadas, se percibe el interés de Rusia por establecer mejores relaciones con los gobiernos de la región, más allá de las diferencias ideológicas y, sobre todo, a partir de la fabricación y distribución de la vacuna Sputnik y de inversiones en materia de defensa y producción de energía.
Por supuesto, ni Estados Unidos ni sus principales aliados se podrían permitir que en una coyuntura como la actual los gobiernos latinoamericanos se alejen de su área de influencia. Por ende, algunos hechos y acontecimientos, en principio desconectados entre sí, pueden dar cuenta de las distintas estrategias aplicadas para mantener el alineamiento con Washington o, al menos, para impedir la profundización de las relaciones con potencias externas a la región.
En primer lugar, el pasado 27 de enero, la vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris, al frente de una delegación de funcionarios de su país, estuvo presente en la asunción presidencial de Xiomara Castro en Honduras, ocasión en la que también se dieron cita representantes de las izquierdas y del progresismo latinoamericano.
Desde ya, el viaje de Harris a Honduras generó preguntas de todo tipo, aunque lo más probable sea el intento de Washington por fortalecer su presencia en Centroamérica (un área cada vez más reactiva a esta relación, como se ve con los casos de Nicaragua y El Salvador). Y, sobre todo, evitar que el nuevo gobierno de Castro avance en negociaciones comerciales con China, como ha venido ocurriendo en buena parte de la región.
En segundo lugar, entre el siete y el ocho de febrero estuvo en Colombia Victoria Nuland, una de las principales espadas contra Rusia en la pasada gestión de Obama y en la actual de Biden. En una visita oficial que además incluyó a altos funcionarios demócratas, Nuland denunció que “actores extranjeros” están intentando subvertir las próximas elecciones presidenciales, cuya primera vuelta tendrá lugar el próximo 29 de mayo.
El alerta de Nuland cobra sentido cuando se toma en cuenta que es el candidato de la izquierda, el senador Gustavo Petro, quien mayores chances tiene de ganar la contienda. Sin duda, se trata de un caso de impacto directo en la relación con Washington y también con la OTAN, al ser Colombia el único país latinoamericano con la condición de «socio» estratégico.
En tercer lugar, generó suspicacias de todo tipo el viaje de Jair Bolsonaro a Rusia el pasado 15 de febrero. La Secretaría de Estado en Washington habría solicitado al menos dos veces la cancelación de la gira con tal de que no hubiera un encuentro físico entre dos mandatarios que, pese a sus diferencias y proyectos, coinciden en su búsqueda de aliados tácticos y en su común enfrentamiento a la administración de Joe Biden.
Si bien los resultados concretos del diálogo entre ambos gobiernos fueron limitados, Putin presentó a Bolsonaro como uno de sus mayores aliados sudamericanos, en lo que sin duda apunta a fortalecer lazos con naciones de peso que podrían mantenerse neutrales ante la intervención en Ucrania. Obviamente, Washington prefirió descalificar el encuentro de antemano, confirmando la aversión mutua entre el gobierno de Biden y el de Bolsonaro, quien todavía sigue sin reconocer la derrota electoral de Donald Trump.
Por último, la profundización de las relaciones entre Argentina y Rusia se produjo durante buena parte de la pandemia, y coincidió con uno de los momentos más complejos en las negociaciones con el FMI: de hecho, hubo similares reservas desde Estados Unidos frente al acercamiento del gobierno argentino a Rusia y China, coronada por una gira presidencial a principios de febrero.
Al mismo tiempo, se concretó un renovado posicionamiento geopolítico de las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich del Sur, en donde ya desde hace ya más de tres décadas opera la base militar británica de Mount Pleasant, la que también forma parte del entramado global de la OTAN.
A fines de enero de 2022, Londres presentó su mayor innovación en términos armamentistas en las Malvinas: la puesta en marcha del moderno escudo antimisiles Sky Sabre. Como afirmó un especialista británico en defensa, no porque se temiera un ataque por parte de Argentina, sino como advertencia hacia aquellas potencias que aprovecharan para arremeter contra el Reino Unido y la OTAN desde territorio argentino.
Así, más allá del obvio impacto económico, también en la esfera política se puede percibir una renovada presencia de Estados Unidos y de la OTAN en la región, al calor de un conflicto externo que no parece tener límites en el corto plazo.
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