Por Orlando Pérez
Le abrazo recordándole que somos sobrevivientes y nuestra única obligación es seguir escribiendo. Y nos despedimos, como hemos hecho varias veces en los últimos 25 años. No fueron más de 30 minutos de conversación, pero resuena varias horas después y hasta este fin de semana, con la picazón por escribir pronto lo que provocó su relato sobre sus 11 días en un hospital público y el conjunto de ideas plasmado en su poética.
Le envié un mensaje a las 9:21 y a las 10:00 nos encontramos el viernes 21 de enero. No demoró nada en llegar y dejarme un ejemplar de Bienvenido, número nueve, un libro indispensable si se quiere entender el significado de un virus en una cabeza que piensa poética y filosóficamente, sin mirar a la vida como una cifra del mercado o una cuenta en redes sociales definida por su número de seguidores.
Yo le entregué El peor presidente de la historia y con eso quedamos a mano, pero sigo en deuda porque sé que el Juanca Cabezas quiere otras lecturas. Le prometo hacerle llegar La flema del alma, apenas salga de la imprenta. Y le debo la lectura total de Formas de incendiar el día, ese libro ambicioso, como ha sido su escritura periodística también.
Es que el Juanca Cabezas es ante todo un oficiante empedernido de la palabra, del periodismo y del tenis de mesa (nunca le pude ganar una partida). De ahí que un libro sobre la pandemia, desde su experiencia en un hospital, con todo lo que en ese momento implicaba para cualquier persona contagiada (con un servicio público en manos del peor presidente de la historia, vacunando a los amigos primero y dejando morir a los más pobres, camuflando cifras y ahuyentando cualquier fiscalización, sobre todo por la complicidad y concupiscencia de la prensa mercantil) era en sí mismo un desafío.
He visto (con cierta sospecha) unos textos sobre la pandemia, alabados por la crítica tuitera, que dejan un mal sabor por la inconsistencia intelectual para abordar este fenómeno universal. Me juré no volver a leer nada de autor ecuatoriano y preferí arroparme en textos de autores, que al menos, sostuvieran una interrogación antes que una afirmación o una certeza ingrávida. De hecho, leí dos o tres libros en el 2020 imbuidos de un sentido distópico de la realidad y del porvenir.
Incluso, cuando pasé encerrado en mi departamento, con el contagio y su espesa tensión, garabateé un diario, pero no salía el yo de un ser humano sometido a la incertidumbre. Hay frases reveladoras de una indecisa confesión. Fue mejor continuar con el ensayo autobiográfico, trabajo que ya me ha tomado casi un año. Ahí también hubo algo que ahora presiento en Bienvenido, número nueve: percibir la vida a otra velocidad, como dice el Juanca.
Claro, la vida, siempre la vida, la vida en sus resquicios y en los no tan obvios momentos de riesgo. Por eso es que este libro (ilustrado poderosamente por Camila Calderón) es vital por su lenguaje, por ese ritmo de quien respira en armonía con unos pulmones atacados, por la reverberación de la muerte y también en la posibilidad de volver a una vida o a unas rutinas que no serán las mismas para un organismo afectado en un 66% de su respiración “natural” (el mismo porcentaje que detectó mi primera tomografía).
Por supuesto, el Juanca volvió. Otros amigos cercanos y uno que otro común se quedaron. Volvió para entregarnos este libro ahogado y respirado, demoledor en sus entrelíneas y también con la estética de quien entiende bien que no solo es contar o dramatizar un hecho, sino y sobre todo sentirse, entenderse, diagnosticarse o automedicarse con verbos y sustantivos.
Y lo de fondo, con lo que me quedó en la pupila y en un sueño inesperado es cómo debe haber suspirado al cerrar estos versos, en esos momentos donde la escritura es milagrosa y sacramental:
Es absurdo un expaciente Covid.
Algo inútil, innecesario.
Tenemos los pulmones frágiles y tristes.
Emitimos ese olor tan humano
A tragedia silenciosa.
Me quedo con eso para seguir imaginando qué libros nos debe el Juanca, porque bastaría que este sea solo el indicio de lo que vendrá, por el magma que guarda un hombre hecho periodista gracias a la literatura, cosa rara para muchos, que siempre nos juntará, en los tiempos que sean o fueren, como sea que se deba escribir para no pecar de académico.
Salud por la vida Juanca y también un brindis por nuestros pulmones tristes.