Por Antonio de Cabo de la Vega

No es infrecuente que los poetas busquen refugio de su fatigoso combate con las palabras, tan cuerpo a cuerpo, tan íntimo, tan en plano corto y sin posibilidad de huida, en lo que, posiblemente, se les aparece como una playa de amplios horizontes, por la que corren los vientos y se escapan las olas, en donde la vista se pierde gradualmente y entran y salen personajes conocidos o inesperados, en la escritura, en fin, de una novela.

Creo que hay siempre una pretensión de descanso, una idea de relajación de la atención y de la sensibilidad en la decisión de emprender el formato grande del relato seguido. Y, sin embargo, no es tan poco inusual que la novela -para muchos poetas, esa única novela- termine siendo una autobiografía, o algo así como una autobiografía y también un ajuste de cuentas con la propia obra, con la propia vida, con quienes estuvieron a su alrededor o dentro de ella, ayudando o estorbando, cada quien según su capacidad… Baste, por todas, La campana de cristal, para comprobar que esa promesa de libertad puede convertirse en fanal inquebrantable que encierra aunque deje pasar la luz.

Por eso la novela de un poeta se abre siempre con cierto temor. Un temor estilístico (¿Estará la prosa a la altura de la poesía? ¿Tendrá el aliento que se requiere para llenar las páginas a las que la expectativa de recepción del género obliga?), un temor psicológico (¿Iremos a descubrir cosas que preferiríamos no saber? ¿Podremos asistir sin desilusión a la aparición de la persona que hay detrás de los poemas? ¿Se quedará el rey desnudo?) y hasta un temor personal (¿no irá este maldito poeta a dedicarnos de pronto un nerudiano momento peligroso…?).

En el caso de la novela de E. Madrid, además, se dan unas condiciones externas únicas y que no se repetirán fácilmente: el tiempo externo de la realidad entra como una galerna en el tiempo interno del relato. Mientras el relato se vuelve hacia esa primera maestra que muy a lo lejos sigue lavando la ropa ajena (la ropa ajena de quienes como recordaba Grace Marks, otra leona lavandera, no parecen tener más cometido en la vida que ensuciarla para que otros la laven), mientras el relato tira de nosotros hacia otro tiempo y otro lugar, sabemos dos cosas. Sabemos que el poeta está encerrado, confinado por las correrías incontrolables de un virus que llegó sin invitación, pero también sabemos lo que estábamos haciendo nosotros mientras el poeta encerrado escribía su biografía: también nosotros estábamos encerrados en condiciones que cada uno llevará consigo acaso para siempre. Una suerte de Anna Frank al cuadrado.

Y el tiempo es un rasgo principal de toda novela, no sólo porque tantas tratan del tiempo, sino porque mientras se leen, a diferencia de lo que pasa con un poema o un relato breve, está pasando el tiempo de nuestras vidas. Nos obligan a una decisión consciente sobre qué tiempo prevalece, el interno de la narración o el nuestro personal. ¿Debemos interrumpir la marcha del tiempo de los personajes para irnos a comer, a dormir, a trabajar o debemos retrasar un poco más su marcha para darles la oportunidad de seguir en nuestro mundo? Un motor de cuatro tiempos: el interno de la narración, el del poeta encerrado que escribe, el del futuro lector también encerrado mientras el poeta habla sobre otro tiempo, y el tiempo efectivo en que se produce la lectura. Y también los lugares, esos lugares que no sólo viven en los recovecos del pasado y la memoria, sino que sabemos igualmente inaccesibles en el presente de nuestro compartido encierro. Y esos tiempos nos hicieron lo que somos, que diría el poeta.

El poeta Edwin Madrid

Tantos tiempos y lugares dentro de la novela: una novela que nos habla de una relación profunda entre un niño y su madre, y de cómo el niño dejó de ser niño y se hizo hombre y se hizo poeta, mientras su madre dejaba lentamente de ser hasta salir sin hacer ruido del relato en su última página. Una novela también sobre Quito y sobre Ecuador. Sobre lo que fueron y lo que son y sobre cómo vivir en ellos. Y también sobre Guayaquil, Madrid o Nueva York. Una novela de libros, de poemas y también de hermosos dibujos (de Marcela Slade). Y sí, por supuesto, algunos ajustes de cuentas: unos personales, con los accidentes de la vida; otros literarios, con ese punto de sal que tanto dio que hablar en el mundillo literario cuando se derramó sobre ese extraño paralelo de Lactitud Cero. Y fútbol y comida y cantinas y restaurantes, y hasta Blue Demon luchando con el espectro que se cierne sobre el mundo. 

Una novela tan abierta que se escapa por sus costuras para un mundo confinado. Un paisaje de vida, entre tanta noticia de muerte. Y, al fondo, un Herbolario íntimo que nos interroga acerca de nuestras preocupaciones por nuestra pequeña historia, desde la triunfal indiferencia hacia nuestros dramas de las orquídeas de flores complejas.

*(Quito-Ecuador, 1961). Poeta, ensayista, docente, promotor cultural y editor. Se desempeña como director del taller de escritura creativa de la Casa de la Cultura Ecuatoriana en Quito (Ecuador). Dirige la colección de poesía de Ediciones de la Línea Imaginaria y es coeditor del catálogo de libros digitales Alfabeto del mundo, cuyos libros pueden descargarse de forma gratuita en: www.edicionesdelalineaimaginaria.com y www.lacastalia.com.ve Ha obtenido el Premio Casa de América de Poesía Americana (2004), el Premio Único de Poesía Ministerio de Cultura y Patrimonio (2013), entre otros galardones. Fue escritor residente en la Maison des Écrivains Étrangers et des Traducteurs de Saint-Nazaire, Francia (2011). Su obra ha sido traducida al árabe, inglés, portugués, alemán, francés e italiano. Ha publicado en poesía Trilogía 0° 0’ 0” (2021), Formas de tapar o sol (2019), Todos los madrid, el otro madrid (2016), Mordendo o frio, libro completo (2016), Al sur del ecuador (2015), Pavo muerto para el amor (2012), Lactitud cero° (2005), Puertas abiertas (2001), Tentación del otro (1995), Tambor sagrado y otros poemas (1995), Caballos e iguanas (1993), Celebriedad (1992), Enamorado de un fantasma (1990) y ¡Oh! Muerte de pequeños senos de oro (1987); y como editor Poesía completa de Jorge Carrera Andrade (en bilingüe español-inglés, 2003), Antología poesía ecuatoriana del siglo xx (2007) y Línea imaginaria, antología de la poesía ecuatoriana (2015). 

Tomado de vallejoandcompany.com

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