Rodolfo Bueno

Andrés Manuel López Obrador es el nuevo presidente de México. Por algo será que sobre ese país el general Porfirio Díaz dijo: “¡Pobre México! Tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”. A partir de ahora, López Obrador debe renovar la sociedad de México, actualizando su sistema educativo para que los estudiantes mejor dotados desarrollen al máximo sus facultades intelectuales; profundizar el concepto de democracia para que en ella se den elecciones verdaderamente libres, que permitan elegir funcionarios que representen al pueblo y no, como hasta ahora, a los oligarcas; recuperar para el Estado la producción estratégica, principalmente de las áreas energéticas; superar la pobreza que aflige al 38% de mejicanos, priorizando la solidaridad humana basada en principios humanos; combatir la corrupción, lo que requiere de una renovación espiritual que permita recuperar la ética en la política, tarea nada fácil, pues en México la corrupción se ha instalado en todos los recovecos del poder público y privado; apoyar a los pueblos indígenas para que mejoren sus condiciones económicas y sociales; erradicar la violencia iniciando un proceso de reconciliación nacional, pues desde que en gobiernos anteriores comenzó la ofensiva militarizada contra el narcotráfico, en México se asesina a un mejicano cada 25 minutos y hay cerca de 40.000 desaparecidos; afianzar a los sectores productivos, especialmente rurales, que fueron abandonados luego de la firma de onerosos tratados internacionales; reabrir el caso de la desaparición de 43 normalistas de Ayotzinapa, formando una Comisión de la Verdad que conozca y analice los informes emitidos por distintas organizaciones de derechos humanos, para castigar a los responsables de este crimen, independientemente del poder que tengan; reafirmar la política de respeto a la soberanía y la autodeterminación de todas las naciones del mundo, que justiprecie la no injerencia en los asuntos internos de otros estados.

La tarea es titánica, pero López Obrador conoce a “la mafia que se adueñó de México” y sabe cómo combatirla. Comprende que lo sucedido en su país ha servido para “recomponer el viejo régimen y continuar con la misma corrupción”, que es el “gatopardismo, una maniobra en que, en apariencia, todo cambia para que todo siga igual.” Para él, la oligarquía, la mafia del poder, echó abajo “lo poco que se había construido para establecer la democracia en México” y propone una “transformación que no sólo debe tener como propósito alcanzar el crecimiento económico, la democracia, el desarrollo y el bienestar, sino, y sobre todo, cristalizar una nueva corriente de pensamiento sustentada en la cultura de nuestro pueblo, en su vocación de trabajo y en su inmensa bondad… La tarea es sublime, nada en el terreno de lo público puede ser más importante que lograr el renacimiento de México… Es un timbre de orgullo vivir con arrojo y además tener la dicha de hacer historia.”

Sabe que actualmente “casi todas las instituciones bancarias pertenecen a extranjeros, no otorgan créditos para fomentar el desarrollo del país, invierten en valores gubernamentales, cobran las tasas de interés más altas del mundo, obtienen ganancias fabulosas y son fuente fundamental de traslado de recursos a sus matrices en España, Estados Unidos e Inglaterra.”

López Obrador sabe que “a partir de la adopción de la política neoliberal, se vinculó estrechamente al sector energético con los intereses externos. En este período se alejó más la posibilidad de integrarlo y utilizarlo como palanca de desarrollo nacional, y todos los gobiernos neoliberales han mantenido la idea y el propósito de privatizar tanto la industria eléctrica como la industria petrolera.” Por lo que no aceptará “ninguna ocupación a nuestro territorio. México debe seguir siendo un país libre, independiente y soberano. No queremos convertirnos en colonia” y recuerda lo que una vez dijo el General Lázaro Cárdenas del Río: “Gobierno o individuo que entrega los recursos nacionales a empresas extranjeras traiciona a la Patria”, pese a lo cual “en estos tiempos, desgraciadamente, puede más la corrupción que el patriotismo.”

Sobre la pobreza conoce que incluso los que trabajan “tienen salarios que no les alcanza ni siquiera para lo más indispensable… perciben ingresos que no les permiten adquirir una canasta alimentaria recomendable, considerando aspectos nutritivos, culturales y económicos.” Está consciente de que la pobreza de México se da porque “los tecnócratas han actuado como fundamentalistas. No sólo acataron la ortodoxia de los organismos financieros internacionales, sino que convirtieron en ideología sus recomendaciones”, y así como el pez por su boca muere, todavía recuerda “que Pedro Aspe, secretario de Hacienda en el gobierno de Salinas, se ufanaba diciendo que no tenía importancia el fomento de las actividades productivas del sector agropecuario porque en un mundo globalizado era más económico comprar en el extranjero lo que consumimos.”

Sobre la educación también está claro, sabe que “a pesar del esfuerzo de alumnos y maestros, es notable el rezago. Las escuelas están abandonadas, con techos en malas condiciones, faltan pizarrones, mesa-bancos, hay aulas construidas con materiales precarios. Y lo más lamentable es que muchos niños caminen hasta dos horas para asistir a la escuela y casi todos lleguen sin desayunar. En México, sólo el 20% de los jóvenes tienen acceso a la educación superior. La UNESCO ha establecido como parámetro de referencia para este nivel, entre 40 y 50 por ciento.”

Comprende que en materia de salud lo común es el abandono, que “hay municipios sin médico y aunque en las cabeceras haya clínicas de primer nivel, los médicos sólo trabajan de lunes a viernes y en todas partes se carece de medicamentos.”

López Obrador, por entenderlos con profundidad, es la persona idónea para comandar la solución de un inmenso complejo de problemas. Si lo apoya un pueblo organizado, es factible que en México se inicie un proceso revolucionario, que va a ser ejemplar para nuestra América y el resto del mundo.

 

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