Por Daniel Kersffeld
Con la presentación del canciller Dmitró Kuleba, invitado estelar de la IXa Cumbre de Jefes de Estados y/o Gobierno de la Asociación de Estados del Caribe (AEC), realizada en Guatemala del 8 al 12 de mayo, comenzó formalmente la contraofensiva política de Ucrania en América Latina.
Bajo la convicción de que la resistencia se encuentra cada vez más debilitada por el avance ruso pese a los billonarios envíos de fondos y de recursos militares por parte de los países de la OTAN, Ucrania comenzó a desenvolver una amplia labor diplomática a nivel mundial en la búsqueda de un renovado posicionamiento y de nuevos aliados y socios estratégicos. La Cumbre de la AEC, con la participación de representantes de 37 naciones, fue el foro ideal para comenzar esta tarea. Le siguió la Cumbre del G7 en Japón, en los últimos días.
En este sentido, y si bien en un primer momento la formación de un frente aliado se centró en Estados Unidos y Europa, por estas horas el gobierno de Kiev apunta también a generar mayores y más estrechas vinculaciones con el Sur Global. Así, América Latina, África, Asia y Oceanía hoy se encuentran como objetivos diplomáticos de peso creciente por factores diversos que van desde el desarrollo tecnológico a posibilidades de inversión y, principalmente, por su potencial humano.
Como Kuleba mencionó en la cumbre de AEC, Ucrania está “redescubriendo continentes y recuperando posiciones perdidas” para fortalecer su presencia a nivel internacional.
En suma, se trata de la réplica de Ucrania, pero también de las potencias occidentales que la sustentan militarmente, frente a recientes iniciativas como la propuesta de diálogo presentada por el gobierno de Lula da Silva y la gira realizada por el canciller ruso Sergei Lavrov por Brasil, Venezuela, Cuba y Nicaragua.
Sin embargo, la estrategia de Ucrania parece ser demasiado simple y hasta ingenua. Plantea establecer vínculos cada vez más estrechos con los países del Sur Global para, desde ahí, acotar cada vez más el margen de maniobra de Rusia, reduciendo las alternativas de elusión de las sanciones impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea, y resquebrajando la legitimidad de Moscú en foros internacionales y en organismos multilaterales.
En la actualidad, desde la Cancillería ucraniana analizan que América Latina se encuentra estrechamente vinculada a Occidente, en cuanto a tradiciones políticas, como a prácticas comerciales y, desde ya, a identidades culturales y religiosas. Y el principal aliciente para promover un acercamiento estratégico en este momento es que varios gobiernos de la región adoptaron una postura neutral en el conflicto, cuando no, públicamente, un posicionamiento a favor de Ucrania.
Para establecer puentes, Ucrania ofrece cuatro políticas integrales para los países latinoamericanos: el aumento de los suministros de alimentos, la transferencia de personal calificado, la provisión de equipos energéticos y la cooperación en tecnologías de la información. Junto a los anteriores, el despliegue también apunta a la incentivación del turismo e incluso al desarrollo científico, a las investigaciones sobre cambio climático y a los estudios antárticos…
Hasta el momento, se cuentan dos gobiernos en toda la región que se han declarado expresamente solidarios con Ucrania y, de igual modo, con la ofensiva militar de Estados Unidos y la OTAN.
Guatemala se convirtió en el primer país latinoamericano en asumir una relación de apoyo irrestricto hacia Ucrania desde el comienzo de la intervención rusa el pasado 24 de febrero de 2022. Cinco meses después, y en una iniciativa de visible respaldo político, el presidente Alejandro Giammattei realizó una gira de apoyo a Volodímir Zelenski en pleno territorio ucraniano.
Más allá de su apoyo declarado a Ucrania, Giammattei también brinda su respaldo internacional a las pretensiones soberanas de Taiwán, a donde viajó el mes pasado, en un gesto político que fue blanco de duras críticas por parte del gobierno chino.
De este modo, el gobierno guatemalteco pretende encarnar un alineamiento directo respecto a Estados Unidos y a algunos de sus principales aliados en Europa y Asia, quizás, como una forma de contrarrestar las fuertes críticas provenientes desde Washington por el alto nivel de corrupción, las prácticas autoritarias, los actos de censura a la prensa y las reiteradas violaciones a los derechos humanos prevalecientes en el país centroamericano.
Pese a todo, la vinculación irrestricta del gobierno de Giammattei fue saludada especialmente por el canciller Kuleba en la AEC cuando afirmó que Guatemala debía convertirse en el modelo a seguir para todos los países de la región.
La otra nación centroamericana que también ha brindado su apoyo a Ucrania es Costa Rica. En este sentido, el presidente Rodrigo Chaves se manifestó en solidaridad con el gobierno ucraniano desde el inicio de su mandato en mayo del año pasado.
Costa Rica no sólo rechazó la incorporación de Rusia como país observador dentro del bloque del Sistema de Integración Centroamericana (SICA), sino que además se distinguió por ser el único país latinoamericano en promover una política de sanciones comerciales y bancarias en sintonía con las disposiciones antirrusas emanadas desde Estados Unidos y la Unión Europea.
Por último, el gobierno de Chaves se sumó a iniciativas como la Plataforma Internacional de Crimea y, últimamente, junto con Guatemala y la Secretaría General de la OEA bajo Luis Almagro, apoyó la creación de un tribunal internacional para juzgar a Vladimir Putin como criminal de guerra, una idea impulsada por la OTAN y que ha generado adhesiones y fuertes rechazos.
Más allá de Centroamérica, Ucrania también ha logrado establecer una base en El Caribe, con un conjunto de seis islas con las que desde 2021 ha aumentado su movilidad. Se trata de Granada, en el Commonwealth, y de cinco islas consideradas como territorio de ultramar de los Países Bajos: Aruba, Curazao, Bonaire, San Eustaquio y Saba. En 2023, los Países Bajos se comprometieron a aportar 2.500 millones de euros para gastos militares y ayuda humanitaria en Ucrania.
Aparentemente, la prioridad para Ucrania sería el acercamiento a determinadas naciones del mar Caribe con el objetivo de proveer a su seguridad alimentaria. De ahí la insistencia del canciller ucraniano para apoyar la libertad de navegación del Mar Negro, un compromiso que, de acuerdo con el gobierno de Zelenski, necesariamente debía ser sustentada por los gobiernos de la región.
La presentación de Dmitró Kuleba en la cumbre de la AEC en Guatemala ciertamente no pasó desapercibida, más aún, porque en dicho marco el canciller aprovechó para presentar los aspectos generales de una política de acercamiento de Ucrania con América Latina, en la que, de manera elíptica, también cobran mayor peso las potencias de la OTAN.
En suma, aquellos gobiernos alineados con Rusia o que, simplemente, reivindican la neutralidad frente a un conflicto demasiado lejano y que poco tiene que ver con la realidad de nuestra región, podrán notar cómo aumentarán las presiones (ya sea por medio de la diplomacia, pero también a través de la coerción económica) para inclinar su parecer hacia un régimen que proclama a viva voz su inocencia, que públicamente se presenta como única víctima, y que plantea su falta total de responsabilidad en el inicio de una contienda, por ahora, sin solución a la vista.
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