Por Daniel Kersffeld
El conflicto en Ucrania cumple un año en medio de una peligrosa e imprevisible profundización de las tensiones entre Rusia y Estados Unidos.
Casi al mismo tiempo en que Joe Biden efectuaba una sorpresiva visita a Kiev para evidenciar todo su apoyo al régimen de Volodimir Zelenski, Vladimir Putin llevaba adelante su apuesta más impactante.
Suspenden cooperación nuclear
El 21 de febrero el mandatario ruso anunció que Rusia suspenderá su participación en el Nuevo Tratado de Reducción de Armas Estratégicas, conocido en inglés como “New START”. Como conclusión, el mandatario agregó que Rusia estaba lista para reanudar las pruebas de armas nucleares si Estados Unidos también lo hacía.
En el centro de la argumentación de Putin se encuentra la responsabilidad de Estados Unidos y de sus aliados de la OTAN, que buscan abiertamente infligir una derrota estratégica a Rusia en Ucrania.
El tratado “New START” fue firmado en 2010 por los ex presidentes Barack Obama y Dmitry Medvedev y, específicamente, limita la cantidad de ojivas nucleares estratégicas que pueden desplegar ambas superpotencias. El acuerdo entró en vigencia en febrero de 2011 y se prorrogó en 2021 por cinco años más.
Puntualmente, el tratado implica para cada nación el despliegue de no más de 1.550 ojivas nucleares estratégicas y un máximo de 700 misiles y bombarderos de largo alcance. De igual modo, supone un límite de 800 misiles balísticos intercontinentales en despliegue. Por último, garantiza la realización de hasta 18 inspecciones in situ de armas nucleares al año para asegurarse de que la otra parte no haya violado los límites del acuerdo.
La importancia del tratado resulta claro: el “New START” es actualmente el único acuerdo bilateral de control de armas nucleares entre Estados Unidos y Rusia, que poseen los dos arsenales nucleares más grandes del mundo.
De inmediato, desde Washington se señaló que la suspensión constituía un intento de extorsión por parte de Rusia para forzar a la OTAN a abandonar Ucrania. Así, el gobierno de Biden acusó al de Putin de incumplir el acuerdo y culpó a Rusia por situar en riesgo la seguridad nuclear en todo el mundo.
Más allá de las implicaciones de la decisión de Moscú, lo cierto es que históricamente han sido los países occidentales los que iniciaron la tendencia de abandonar los acuerdos y tratados con Rusia tras la anexión de Crimea en febrero de 2014.
Aislamiento
Apenas un mes después de esa acción militar, y por pedido de la Casa Blanca, Rusia fue excluida del Grupo de los 8 (G8), y fue boicoteada la siguiente reunión que debía concretarse en Sochi, organizándose otro encuentro, ya sin la presencia rusa, en Bruselas. Siguiendo el ejemplo de Washington, también las capitales europeas abandonaron progresivamente las cumbres presidenciales y ministeriales con sus homólogos de Moscú. En abril de 2014, el proceso de aislamiento se profundizó y la OTAN suspendió toda cooperación práctica con Rusia.
Sobre todo por influencia de los Estados Unidos, la ruptura de Occidente se fue intensificando con el correr de los meses y terminó por afectar la colaboración en áreas específicas, incluso, en algunas que no representaban situación de peligro alguno para la coexistencia de las principales potencias.
Así, y además de defensa, cesaron las operaciones conjuntas con Rusia en materias tan diversas como la exploración espacial, el uso de energía atómica con fines pacíficos, y en graves coyunturas internacionales como la de Afganistán.
En este contexto, el desarme de armas químicas en Siria se convirtió en una rara excepción de trabajo conjunto, principalmente, gracias a que los funcionarios estadounidenses directamente implicados en el tema comprendieron desde un primer momento la importancia de mantener la cooperación con sus pares rusos, pese al evidente rechazo por parte de la administración de Obama.
La crisis en los acuerdos defensivos se agravó todavía más cuando en agosto de 2019 Estados Unidos se retiró de otro pacto histórico, el Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio, citando continuas violaciones por parte de Rusia.
Pese a cómo se reflejó en los principales medios occidentales, la decisión de Putin de suspender “New START” no fue exactamente una medida sorpresiva. En cambio, se trató de una iniciativa motivada, principalmente, por el reciente envío a Ucrania de tanques alemanes y estadounidenses, una medida que en el Kremlin no dejó lugar a dudas sobre la profundización del carácter ofensivo de la alianza atlántica.
En todo caso, las inspecciones en terreno establecidas por el acuerdo habían sido suspendidas desde 2020, primero debido a la pandemia del COVID-19 y, últimamente, a causa del conflicto en Ucrania. Así, Rusia rechazó cualquier posibilidad de revisión, como también lo habría hecho Estados Unidos en una situación similar.
De igual modo, resulta evidente que, en tanto se desarrolle la crisis con el involucramiento directo de los países de la OTAN, difícilmente se pueda pensar en un nuevo tratado para reemplazar al actual con vencimiento en 2026.
El futuro
Para todos los actores intervinientes en el conflicto, pero también para todos los gobiernos a nivel global, la pregunta actual es qué ocurrirá a continuación, justo cuando se está cumpliendo el primer año de conflicto.
Una primera respuesta sería que, a partir de ahora, y a diferencia de lo que ocurría durante la Guerra Fría, el control de armas nucleares y de destrucción masiva estará sujeta a la coyuntura, específicamente, al desenvolvimiento del actual conflicto en Ucrania y al nivel de participación de los países de la OTAN en ella.
En este sentido, y a partir del debilitamiento institucional del acuerdo nuclear, el diálogo entre Washington y Moscú será más difícil de lo que era hasta ahora, y las negociaciones, o al menos la información compartida entre ambos gobiernos, también será mucho menor. Aumentará de este modo el nivel de incertidumbre y, en consecuencia, de vigilancia sobre las actividades del otro.
La actual solicitud del gobierno ucraniano para que Estados Unidos le proporcione aviones de combate F-16, o las recientes denuncias por parte de Moscú de que se está planeando una operación de “bandera falsa” para que la comunidad internacional culpabilice a Rusia por presunta contaminación radiactiva en amplias zonas de Ucrania, sin duda, se enmarcan dentro de este contexto de creciente inestabilidad y de renovada incertidumbre.