Las dos cabezas del Consejo Nacional Electoral no saben de procesos electorales. Sí de maniobras y de crear bolas de humo. Salvo por dos vocales, la administración técnica queda en duda, aunque esos dos entienden para quién trabajan, cómo organizan el modo de oscurecer los trámites y, sobre todo, desarrollar lo básico para camuflar lo máximo.

Cada paso dado apunta a un fraude con la venia del aparato mediático conservador y “las fuerzas políticas” de la derecha: sacaron del padrón a los extranjeros con derecho al voto, eliminaron las urnas para cada elección (todo irá en una sola para demorar el conteo), crearon un “data center alterno” en la CNT de Guayaquil, además de un conjunto de acciones, limitaciones y “desatinos” operativos, que al final solo serán la justificación de resultados poco o nada confiables.

En ese recorrido se han cruzado acusaciones veladas y abiertas entre los consejeros, ya no solo por el proceso electoral, sino por el control de las entidades adscritas al CNE, como el Instituto de la Democracia, manejado y controlado por Luis Verdesoto (que de paso publica con recursos públicos sus escritos y “obras” de análisis político de sus panas). Y si a eso sumamos el desorden en las delegaciones provinciales y la disputa por colocar a los amigos, allegados y militantes de Pachakutik, PSC, Democracia SI, AP y SUMA, ya el efecto es abrumador.

Más allá de los resultados electorales del próximo 24 de marzo (ya de por sí un pronóstico del caos político nacional), Ecuador quedará con un CNE desprestigiado y cargado de dudas y sospechas. La principal: ¿a quién sirven exactamente las dos principales cabezas de esa entidad? ¿Qué peso llevan en sus hombros los demás vocales por su silencio cómplice?

Claro, detrás también hay una sombra visible, con nombre y apellido: Julio César Trujillo y sus asesores y colaboradores bien articulados al ex rector de la Universidad Andina y sus consortes.

Todo el nuevo poder instituido dijo que llegaba a “re institucionalizar” el Estado y solo hemos visto las peores evidencias y prácticas de los ochenta y noventa. Por supuesto, lo pueden hacer porque cuentan con una trinca bien solidificada y soldada con un blindaje mediático absoluto. Las pocas voces críticas, como Ramiro Aguilar, por mencionar uno solo, ya dan cuenta del significado real que tuvo y tendrá para la historia la Consulta Popular del año pasado.

Ahora solo queda hacer un recuento del nefasto resultado de esa acción, a todas vistas, dirigida a eliminar a un actor político, ahora en el extranjero. Ya sabemos qué consecuencias acarrea la política de odio, bajo el membrete de moralismo y para beneficio de unos grupos económicos y mafiosos muy bien identificados.

Lo que hace y deja de hacer el CNE se parece en mucho a lo que hacía el famoso TSE de los noventa y que llevó a la dispersión aparente porque en la práctica, como decía en su momento Osvaldo Hurtado, querían instaurar un bipartidismo. La diferencia es que ahora ese bipartidismo tiene por un lado al PSC y del otro a esa amalgama de organizaciones que pliegan a los dictados de Carondelet y que van desde una supuesta izquierda hasta una derecha reencauchada en los nuevos artífices de quienes antes se preguntaron: “¿Quién jodió al Ecuador?”.

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