Por Pedro Pierre
Con el paso de los años, se habla, por una parte, cada vez menos de la importancia de las Iglesias y de las religiones, y, por otra, cada vez más de encontrar un sentido a la vida, a la vida personal, colectiva y espiritual. Son las nuevas generaciones que abandonan las Iglesias y las religiones. Desaparece la imagen del Dios tradicional y aparecen nuevas divinidades y nuevos ídolos que buscan sustituirlo. Entre estos nuevos ídolos está el deporte: Lo hemos visto con los Juegos Olímpicos de París que fueron la gran noticia del momento con sus repetidas propagandas e inauguración y clausura deslumbrantes. Relegaron al segundo plano las grandes noticias nacionales e internacionales.
La riqueza o acumulación de bienes y dinero es otro ídolo que orienta los estudios y la elección de una profesión para vivir egoístamente. De allí nacen el individualismo tenaz, porque la sed de riqueza hace que nos enfrentamos todos con todos y a que la acumulación de bienes se logra a costa de los demás. Otro ídolo es el libertinaje sexual: “¡Yo me como todos los platos que se presentan!” … Otro es la búsqueda del poder a conservar y aumentar sin medida en particular en todos los espacios: la familia, la profesión, los puestos gubernamentales como lo vemos en la actualidad con las carreras para presidente, vice presidente y asambleístas… y todo esto a costa de la desgracia de los demás y del país.
Todo esto y mucho más ocurre porque no damos con nuestra identidad de ser humano individual, colectivo y religioso. Nos limitamos demasiado a preocupaciones individualistas. Ya descartamos las relaciones de los unos a los otros que nos ayudarían a crecer y ser felices. En lo religioso o espiritual aparecemos con unos alfabetos inestables que cambiamos de religión sin conocer profundamente la en que hemos nacido ni en la nueva en la que entramos los ojos cerrados. Cada vez más las religiones responden a sus intereses materiales para continuar privilegios y falsas seguridades de un pasado obsoleto.
La familia y la educación escolar, en muchos casos, han dejado de ser espacios de formación e información que nos capaciten para enfrentar la vida, los problemas sociales y los interrogantes religiosos. Las universidades son escuelas de sumisión al sistema capitalista vigente que nos programan para engordar a los grandes capitalistas y las multinacionales de la deshumanización. No queremos darnos cuenta la verdadera realidad del sistema capitalista que el presidente Milei de Argentina acaba de definir muy claramente ante empresarios: «Venimos a achicar el Estado para agrandarles el bolsillo a ustedes «.
¿Cómo salir de esta crisis de identidad personal, de desorganización social y de civilización? ¿Qué es lo que nos puede inspirar? ¿Dónde encontrar nuevos guías que nos permiten desarrollar todas nuestras capacidades y anhelos de ser humano adulto, hermano y digno de los valores que nos habitan?
¿A que camino recorrer? El camino de ‘los valores tal vez sea la brújula que nos permita ubicarnos y emprender una nueva vida, “una vida que valga la pena”, que nos haga abiertos a lo que verdaderamente necesitamos. “Todo es bueno, escribió san Pablo, pero no todo es oportuno”. Ahí está el desafío: ¿Cómo discernir lo que más nos conviene para lograr un crecimiento integral, una convivencia armoniosa, una armonía con la naturaleza y una comunión con el misterio de la vida y del amor que llamamos Dios o cualquier sea su nombre?
La búsqueda de valores es ciertamente hoy una preocupación mayor. Valores humanos, valores sociales, valores religiosos, valores cristianos: ¿Cómo ubicarnos en la compleja realidad que nos rodea? Si no nos decidimos a sentarnos para pensar y escucharnos los unos a los otros, seguiremos corriendo tras los que más gritan y nos prometen ‘el oro y el moro’. Lastimosamente terminaremos en la nada y el vacío.
Para discernir el camino correcto de una vida plena, tenemos que unirnos y reunirnos para plantearnos los desafíos a enfrentar. Así desvelaremos los verdaderos valores sobre las cuales asentarnos y decidir cómo y con quiénes vivir, convivir, creer y luchar. Se trata de confirmarnos en valores. Comencemos por los valores humanos para sentirnos vivos de verdad: amistad y amor, honestidad y coherencia, sencillez y austeridad… Sigamos con los valores sociales para que no seamos ‘lobos’ los unos con los otros: respeto y tolerancia, compartir y solidaridad, organización y participación… No olvidemos lo valores religiosos para no andar cojos: oración y contemplación, ritos y celebraciones, cantos y símbolos… De esta manera llegaremos a estar claros que, por una parte, nos salvamos juntos porque somos una solo hermandad y que, por otra, quiénes son los más acertados para este camino de salvación son los pobres conscientes, organizados y valientes. ¿Entramos en estas categorías que dan prioridad a la comunidad y a la opción por las causas de los pobres?
Qué este espíritu o espiritualidad nos guíe para no caer bajo ídolos que nos hacen pedazos.