Por Daniel Kersffeld
La presentación de Javier Milei en el Foro de Davos todavía genera debate y controversia, sin que todavía resulte claro si hubo una alguna razón estratégica detrás de una intervención que, sin duda, será recordada por bastante tiempo.
Siempre desde el relato conspiranoico que nutre y fortalece a la derecha alt-right (por cierto, cada vez menos “alternativa”), y que encuentra enemigos y conjuras de todo tipo agitándose en las sombras del poder, el discurso de Milei se convirtió en una melange en la que se percibieron diversas disonancias conceptuales.
Desde “La Decadencia de Occidente” de Oswald Spengler, a la teoría de los “grandes hombres”, de Robert Carlyle, aplicada ahora a los empresarios como una suerte de “héroes” del siglo XXI.
En tanto que el rechazo hacia todo lo que huela a “socialismo” o, mejor aún, a “estatismo”, está moldeado desde dos de las figuras centrales del neoliberalismo: Friedrich von Hayek como autor de “Camino de Servidumbre”, de 1944, y Milton Friedman a través de su trabajo de divulgación “Libertad de Elegir”, de 1980. En ambos casos, el socialismo y el colectivismo, encarnados incluso en el Estado de Bienestar, eran considerados como amenazas en el contexto de la Guerra Fría y por una derecha que pretendía asumir la defensa de la libertad y de la propiedad privada.
La intervención de Milei fue, en sí misma, un simple acto de provocación, dirigida a un público internacional de derecha extrema, referenciado en personalidades como Donald Trump y Elon Musk, pero formulado también para consumo local. En este caso, destinado a aquellos seguidores y votantes más ideologizados y que tal vez comienzan a verse afectados económicamente en estas primeras semanas de gobierno libertario.
Pero los efectos pirotécnicos y el ambiente más que propicio del Foro de Davos no alcanzaron a ocultar una de las debilidades más graves del actual gobierno: la falta de una política exterior clara y con una visión estratégica sobre los diversos escenarios que podría plantearse a la Argentina y a la región en los próximos cuatro años.
En este sentido, la presencia de Milei en Davos fue más una excusa para promocionar su figura a nivel internacional, que un elemento, el primero en este gobierno, para comenzar a poner en práctica una estrategia efectiva de relacionamiento con presidentes, empresarios y figuras públicas.
La formulación de los primeros pasos de una estrategia de política exterior es cada vez más urgente. En un amplio sentido, la ausencia de claridad en la vinculación externa ha dado lugar a marchas y contramarchas, ambigüedades e indefiniciones, y a un llamativo aislamiento frente a los principales gobiernos, ya sea a nivel global, europeo e, incluso, latinoamericano.
Resaltan particularmente las oscilaciones frente a China en el rechazo a los países “comunistas” y en la tensa relación con Taiwán, pero también ante Rusia frente al apoyo brindado al gobierno ucraniano, sin que medien cálculos estratégicos en torno a un conflicto demasiado lejano y que cada vez cuenta con menos sustento desde la OTAN. Y esto coronado por la innecesaria renuncia al bloque de los BRICS, en una decisión adoptada más en términos ideológicos que económicos.
La relación es todavía más compleja con los Estados Unidos. Al hacer explícito el apoyo a Donald Trump, el gobierno de Milei sólo ha ganado desconfianza desde la administración de Joe Biden.
Hasta ahora es innegable el fuerte empuje que comienza a cobrar la candidatura de Trump en el inicio de las primarias republicanas. Prácticamente no hay dudas de que será el representante republicano en la contienda electoral.
Pero la candidatura de Trump también podría fortalecer las chances de Joe Biden para afianzarse en su propuesta de reelección presidencial. Si Trump todavía es capaz de aglutinar votos republicanos y anti establishment, Biden es hoy la única figura que, pese a un mandato deslucido, puede abroquelar a demócratas y, más aún, a opositores al retorno del exmandatarario al poder.
En suma, todo apunta a que como ocurrió en 2020, en la segunda mitad de este año tendrá lugar una dura y agresiva competencia electoral. Hasta ahora las encuestas anticipan un escenario de paridad de voto: en otras palabras, cualquiera de los dos podría triunfar.
Para el gobierno de Milei, la apuesta (casi que a todo o nada) es el triunfo de Donald Trump. Nuevamente, se imponen las razones ideológicas por sobre cualquier otra consideración. Y aun en caso de que se concrete esta posibilidad, la Casa Rosada deberá esperar hasta el 20 de enero de 2025 para que el republicano asuma el cargo presidencial.
Sin duda, es una apuesta demasiado arriesgada para una economía débil y dependiente como la argentina. Al parecer, en el cálculo político de Milei no estaría contemplada la reelección de Biden que, si se produce, podría complicar todavía más el diálogo con los demócratas.
Esta orfandad en materia de aliados o, al menos, de interlocutores puede también percibirse respecto a otros gobiernos con los que el argentino pretende estrechar vínculos.
Es el caso de Israel, junto con Estados Unidos, uno de los modelos a seguir en el “mundo libre” pero cuyo primer ministro, Benjamin Netanyahu, tiene cada vez menos apoyos a nivel global por su reacción en el conflicto de Gaza.
Por otro lado, el actual gobernante del Reino Unido, el multimillonario Rishi Sunak podría conducir al Partido Conservador a la derrota y así promover el ascenso al poder del Partido Laborista en las elecciones parlamentarias que se desarrollarán en la segunda mitad de este año.
Por su lado, el gobierno de Pedro Sánchez, en España, mira con recelo a Milei, sobre todo, por la alianza del argentino con el partido de ultraderecha Vox, fuerte opositor a la actual administración socialdemócrata. En tanto que en Francia, Emmanuel Macron rechaza el acuerdo entre la Unión Europea y el Mercosur que, en torno al libre comercio, defiende el presidente argentino.
Las relaciones con los gobiernos latinoamericano tampoco son buenas. Respecto a Lula da Silva existe una animadversión hacia su figura que es prácticamente irremontable. Otros mandatarios, como Andrés López Obrador y Gustavo Petro, directamente optaron por enfriar el diálogo, inexistente con Nicolás Maduro, en tanto que con Gabriel Boric y Luis Arce sólo hay accionar diplomático. Para Milei, hoy Sudamérica se reduce al vínculo con Uruguay y Ecuador.
Malvinas, democracia, derechos humanos, integración regional, promoción de los derechos sociales, multilateralismo, medidas contra el cambio climático, agenda de género, etc. son sólo algunos de los ejes que varios de los gobiernos argentinos han defendido en foros globales, y por los que ha obtenido rédito y capacidad de influencia a nivel internacional.
Lejos ya de las intervenciones provocadoras y hasta ofensivas como la declamada en Davos, resta saber cuáles serán los ejes estratégicos que el gobierno de Javier Milei planteará públicamente cuando tengan lugar eventos de máxima importancia política como la cumbre de Jefes de Estado en las Naciones Unidas o el próximo encuentro presidencial del G20.
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