Por Juan Meriguet M.

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Hoy, 6 de diciembre, Venezuela acude a elecciones parlamentarias. Estos comicios revisten enorme importancia para su futuro inmediato, en lo interno y en lo externo. El propio Presidente venezolano ha dado la expectativa correspondiente al evento asegurando que, si su alianza política, el Gran Polo Patriótico, resulta vencida por la recalcitrante oposición, él reconocería su derrota y renunciaría a sus elevadas funciones. Mientras escribo estas líneas Venezuela vota ante la observación de más de 200 veedores internacionales y más de 1100 veedores nacionales.

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Los comicios, que definirán el futuro mediato del país hermano, están marcados por varias circunstancias, entre otras:

 – El bloqueo brutal, económico, militar y diplomático, groseramente intervencionista, decretado por el gobierno saliente de Donald Trump, que comprende, por extensión, a sus aliados europeos en la OTAN y a gobiernos dóciles o serviles de América Latina.

 – La crisis económica interna, derivada de ese bloqueo y de la angustiante búsqueda de alternativas, por parte de un país signado por una economía rentista y muy dependiente de la importanción de insumos para su enorme industria petrolera y de alimentos y materia prima.

 – La necesidad de legitimar una nueva correlación de fuerzas luego de las fallidas campañas, externas e internas, para derrocar al gobierno del Presidente Maduro y luego del fracaso de la estrategia de la administración Trump. Un considerable sector de la oposición política ha decidido participar en estos comicios fijados por la Constitución.

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Existe, de hecho, una oposición fragmentada, entre quienes abogan por una invasión militar extranjera (desde EEUU, Colombia y Brasil) para derrocar al gobierno, proscribiendo electoralmente a la izquierda, liquidando la institucionalidad vigente, propiciando el no reconocimiento de los resultados de hoy y entre quienes, de manera más objetiva y menos fanática, decidieron disputar la mayoría legislativa y derrotar en las urnas al gobierno actual.

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El rotundo fracaso de la política aislacionista de Trump hacia Venezuela marca también estas elecciones. Casi se podría decir que es esa política, ese intervencionismo, el principal responsable de esta elección. La ingerencia del presidente saliente de EEUU ha provocado daños profundos a la economía venezolana, afectando sobre todo la mesa familiar y la producción de derivados de petróleo, robando su oro físico y sus divisas, generando una migración forzada y, moviendo a su favor, gracias sus embajadas, a la imposición y acoso sobre el gobierno venezolano

La nueva presidencia estadounidense del demócrata Joe Biden, a pesar de sufrir del desconocimiento (como Nicolás Maduro) del candidato-presidente perdedor, también necesita esa nueva correlación de fuerzas democráticas en Venezuela, con el fin de dar continuidad o redefinir la política exterior de su período.

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La “oposición” internacional que está compactada entre medios privados de comunicación, gobiernos de derecha (ora turbados por el acoso, ora chantajeados), ONGs financieras políticas y politizadoras junto a provocadores de distinto plumaje, desconocen la nueva realidad multipolar y dan rienda suelta a su accionar conspirativo para desconocer estas elecciones y mantener su “reconocimiento” al ex presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Juan Guaidó, autoproclamado en un parque como presidente de la República y “reconocido” inmediatamente por Trump, algunos presidentes (varios desprestigiados por su comportamiento ético) latinoamericanos y por gobiernos derechistas y ultraderechistas de Europa. 

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Algunas matrices mediáticas, con inequívoco sello, circulan profusamente este día y lo harán con más fuerza a partir del conocimiento de los resultados.

Las elecciones en cualquier parte del mundo dependen única y exclusivamente de sus constituciones, leyes, autodeterminación y mandatos, no de criterios generados en un órgano tan desprestigiado como la secretaría general de la OEA o de discernimientos absurdos y apreciaciones subjetivas de gobiernos extranjeros (por más respetables que parezcan). La observación de elecciones no es obligatoria para ningún país del mundo (EEUU y Europa son un alentador ejemplo de ello).

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Durante tres procesos electorales, a los cuales tuve el honor de ser invitado como observador internacional, certifiqué la idoneidad de ellos. El ejercicio de la democracia en Venezuela, desde el ascenso al gobierno del fallecido presidente Hugo Chávez, es evidente a todas luces. He seguido cada proceso, todos los realizados: 6 elecciones presidenciales, 6 parlamentarias, 6 de gobernadores de los estados federados, 4 municipales, 2 constituyentes, ademas de 8 referendos.

Las elecciones en Venezuela, como las de Ecuador, Bolivia u otros países de la región CELAC son perfectibles, seguramente, pero ahora son un ejercicio más abierto, popular y democrático que las realizadas en otros países, incluidos los Estados Unidos. Impedir o boicotear con presiones externas e internas, el derecho a elecciones libres, en cualquier país del mundo, es una arrogancia colonial.

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En Ecuador, la solidaridad con Venezuela y el respeto a su soberanía e integridad es vital para nuestro futuro y para reencontrar nuestro camino de soberanía y dignidad. No podemos, ni debemos, ser impasibles u oportunistas ante la situación que vive la tierra natal de Antonio José de Sucre y de miles de combatientes que entregaron su vida por nuestra Independencia. A partir de mañana, cuando conozcamos el resultado, cualquiera sean este, debemos unir nuestras voces y voluntades para impedir una intervención extranjera, -militar o no- que intente alterar la voluntad del pueblo venezolano y su derecho a la autodeterminación. Debemos ser solidarios y responsables también con los miles de ecuatorianos acogidos en la tierra de Simón Bolívar y los miles de venezolanos residentes en la patria de Manuela Sáenz.

Como ayer, nos sigue uniendo una misma historia, una misma sangre y una misma bandera.0

Por Editor