El golpe de estado que conmocionó Caracas la semana pasada, apenas en horas se convirtió en una caricatura con la huida de sus principales líderes: Leopoldo López, resguardado en la Embajada de España y Juan Guaidó, semiclandestino, con una presencia pública esporádica y apariciones en las redes desde un lóbrego escritorio. Contra los pronósticos difundidos profusamente por las corporaciones mediáticas internacionales, la gestión política del antes desconocido y desde enero autoproclamado “presidente interino” venezolano Guaidó pareciera no detenerse cuesta abajo en su rodada, arrastrando la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser, como dice el famoso tango gardeliano, la vedette circunstancial de los gobiernos alineados abiertamente con la campaña antibolivariana que encabeza Estados Unidos. Cuesta creer que un plan minuciosamente preparado durante meses y que fue precedido por un conjunto de medidas económicas y diplomáticas que agravaron paulatinamente la situación social de Venezuela, así como su aislamiento internacional, haya sido derrotado  catastróficamente, dejando a la vez como saldo el fortalecimiento de la autoridad e imagen del presidente Maduro, cuyo mandato es producto de unas elecciones que se efectuaron en mayo de 2018.

La mayoría de los sectores de la oposición cuestionan la legitimidad del actual Presidente venezolano, alegando que el sufragio que lo ratificó para el cargo hace un año, estuvo cargado de ventajismos y procedimientos fraudulentos, pero esto mismo lo han señalado en las más de veinte elecciones que se han realizado desde que Hugo Chávez llegó al poder en 1999, salvo en las dos que ganaron en 2006 y 2015, cuando si proclamaron a los cuatro vientos su victoria, sin mencionar para nada la posibilidad de fraude o de una votación amañada, es decir,  las únicas elecciones válidas para la contrarrevolución venezolana son las que logra ganar. La realidad es que la derecha antichavista aún no se recupera de la quiebra y descomposición histórica que padece desde que el carismático militar emergió en el panorama político caribeño, evidenciando con su discurso y las acciones de su gobierno la incompetencia acostumbrada de la clase política latinoamericana para superar las taras que arrastramos desde el surgimiento de las repúblicas en el siglo XIX.

La jugada actual de los sectores antibolivarianos cuyo principal vocero de turno es el autoproclamado “presidente”, tenía como objetivo la simulación de dos gobiernos y/o segmentos de la población en pugna bélica, para abrir el camino a una acción militar internacional concertada con base en tratados establecidos en la OEA y la ONU para casos de conflictos nacionales en los que la violencia se hace incontrolable, lo que justificaría la intervención de una coalición de varios ejércitos para restablecer la paz y la estabilidad de la región, práctica que ya conocemos por los abominables precedentes de Irak y Libia, donde el supuesto acopio de armas masivas prohibidas y el ataque indiscriminado a la población civil, respectivamente, fueron pretextos para desmantelar estados nacionales desafectos al dominio gringo.

En el fondo, no se trataba más que de una gran jugada para liquidar el proyecto de transformación chavista y lo que esto significa para los pueblos y fuerzas políticas progresistas del planeta. El plan falló estrepitosamente porque no contó con el masivo apoyo popular que se vaticinaba, como tampoco con las numerosas adhesiones del estamento militar que anunciaron una y otra vez los voceros antimaduristas. Se calcula la tropa profesional venezolana en unos 150.000 efectivos, a los que debemos sumar un estimado de 2.000.000 que conforman la Milicia Bolivariana (tropas conformadas por ciudadanos y ciudadanas que hacen vida civil en su cotidianidad, pero que han sido entrenadas para la defensa de la soberanía y el territorio nacional, ejerciendo a su vez funciones militares en momentos de conmoción o contingencia especial); en los últimos cuatro meses las cifras dadas por la derecha de militares que se les han sumado o han desertado escapando hacia el exterior suma un aproximado de 1500, lo que constituye un porcentaje minúsculo e irrelevante del total de las fuerzas castrenses venezolanas.

El pasado martes pudimos ver las imágenes de un grupo de golpistas, con caras largas oscilando entre la vergüenza y la decepción, que se quedaron esperando las secuelas de una insurrección o protestas generalizadas que nunca sucedieron. Los derrotó, en primer lugar, la inacción y desconfianza de sus mismos afines; los sepultó, la gigantesca movilización de un pueblo al palacio de gobierno que, aunque descontento por la situación y las penurias que vive en la actualidad, continua siendo leal a Maduro, transitando obstinadamente por la senda que Chávez les indicó.

Un poderoso apoyo internacional

Un factor  importante a tomar en cuenta en la complicada escena venezolana es el apoyo irrestricto de los gobiernos de China y Rusia. Este último se ha pronunciado dando un apoyo decidido, no solo en el ámbito diplomático, sino también enviando de manera abierta y ampliamente publicitada insumos médicos, tecnológicos y militares al asediado país sudamericano. Incluso, a finales de marzo, cuando arreciaban las amenazas de Departamento de Estado, fue pública la llegada de dos aviones rusos trasportando equipos y un numeroso contingente de especialistas militares; aunque nunca se especificó el contenido ni fue admitida la noticia oficialmente, tampoco hubo desmentido alguno de los gobiernos de Venezuela o Rusia, dejando traslucir deliberadamente hasta donde podía llegar la cooperación en caso de alguna agresión externa, como mensaje a las vociferaciones guerreristas y amenazas que se lanzan desde el norte.                                                 

Seguidamente a la enérgica respuesta de Rusia, el gang designado por Donald Trump para llevar el caso venezolano comenzó a variar el discurso, renegando de la opción militar, para luego retomarla de nuevo según se fue desinflando el autonombrado “presidente” Guaidó, quien no ha logrado más que nombrar funcionarios y “embajadores” sin poder alguno, mientras maquina ponerle mano al dinero y los bienes que ilegalmente le han congelado al gobierno venezolano los bancos y gobiernos que se han ido sumando al bloqueo. “Como vaya viniendo vamos viendo”, pareciera ser la conseja popular que guía al Departamento de Estado norteamericano respecto al caso, combinando la mentira mediática, las amenazas belicistas y el apoyo a la subversión interna ultraderechista, en una peligrosa ensalada que denota la impotencia ante la derrota del plan urdido durante meses con la ayuda desvergonzada de la derecha venezolana, orientada por un liderazgo inconsistente e incapaz de enfrentar al chavismo que la ha batido una y otra vez durante dos décadas en todos los terrenos, incluyendo el de la violencia callejera.

Posible agresión en ciernes

Luego de la escasa movilización lograda el sábado 4 de mayo cuando llamó a sus parciales a marchar hacia los cuarteles para solicitar el apoyo de los militares, Guaidó expresó sin cortapisas su beneplácito y apoyo a una posible intervención militar unilateral gringa. “Querido amigo, embajador John Bolton, gracias por toda la ayuda que ha prestado a esta justa causa. Gracias por la opción, la evaluaremos y probablemente la Asamblea la tenga en cuenta para resolver esta crisis. En caso de ser necesaria, tal vez la aprobemos”, dijo el ‘presidente interino’, respondiendo al alto asesor de Seguridad Nacional de Trump y refiriéndose al envío de fuerzas invasoras, luego de una posible solicitud para tal propósito de la Asamblea Nacional, máximo cuerpo legislativo venezolano en el que prevalecen mayoritariamente los partidos de la derecha, inhabilitada desde el 2016 por el Tribunal Supremo de Justicia luego de haber aprobado varias decisiones que no se ajustaban a la Ley.

Las perspectivas no son claras hasta el momento en que se escriben estas líneas. La espantosa crisis económica se traga una tras otra las medidas que implementa el gobierno venezolano para contenerla, mientras se anuncian  en el plano internacional más sanciones para seguir asfixiando el comercio exterior y golpear las vías de abastecimiento de repuestos, medicinas y alimentos que surten al país. Paradójicamente, un porcentaje importante de la población apoya irrestrictamente al gobierno, sea por darle continuidad al ideario que pregonó Hugo Chávez o por la animadversión que causa el odio clasista que caracteriza a la oposición. Lo único seguro es la actual imposibilidad del antichavismo de acceder al poder y la cada vez amenazante posibilidad de agresión directa del ejército imperial, lo que sin duda alguna constituiría un conflicto de enormes proporciones en la región y una impredecible confrontación de graves consecuencias en el concierto geopolítico mundial.

Caracas, Venezuela.

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