Por Pedro Pierre

La vuelta a la cárcel de Jorge Glas suena como un fuerte campanazo fúnebre: “una infamia” de la que nos hemos hecho cómplices por nuestra pasividad y nuestra cobardía. Ya es más que tiempo para revertir la desgracia en que nos encontramos a un año del gobierno catastrófico del presidente Guillermo Lasso. Si no, vamos a ir de mal en peor.

¡QUÉ COBARDES SOMOS!

Jorge Glas regresó a la cárcel… Un mes antes, cuando salió en libertad gracia a la valentía de un juez de Manglaralto, decía: “Quiero dejar a mis hijos una herencia de dignidad y de honradez”. Ahora, después de la revocatoria del ‘Habeas corpus’ que le había devuelto la libertad, se entrega libremente a la justicia, denunciando que su arresto no era menos que “una infamia” y afirmando que su lucha es “para que los que la pasen mal, la pasen menos mal”.

La noticia tuvo un alcance internacional. Ya la Comisión de Derechos Humanos de la ONU había llamado la atención al gobierno ecuatoriano por la falta de independencia de la justicia. El gobierno de Alemania ofreció asilo a Jorge Glas porque reconocían públicamente la corrupción de la justicia ecuatoriana. Mientras tanto, en Ecuador hubo bien pocas reacciones contra tal ‘infamia’, porque sí, se trata de una desgracia nacional que nos hunde un poco más en los sinsabores de un país que va a la deriva. Parece que tenemos “ojos para no ver y oídos para no escuchar”, corazón para no sentir y mente para no comprender. ¿Dónde están nuestra rebeldía contra la injusticia y la dimensión social de la fe cristiana? La palabra ‘desgracia’ significa ‘sin gracia’: sin la gracia de Dios. Así estamos.

Nos hemos dejado vencer y convencer por el neoliberalismo, su magia infernal y su perversidad cotidiana. Preferimos arrastrarnos como esclavos del consumismo y la insolidaridad. ¿Llegaremos, los cristianos y los hombres y mujeres humanistas, a renunciar a los valores de solidaridad y rebeldía, y esconder artificialmente nuestras carencias y nuestra cobardía? ¿Cumpliremos el dicho: «Principios vendo, que para mí no tengo»? Han desaparecido de nuestro país las voces proféticas de los Leonidas Proaño Villalba, Alberto Luna Tobar, Gonzalo López Marañón… ¡Bien pequeños somos frente a la grandeza de Jorge Glas! ¿Glas preso? Más bien somos nosotros los verdaderos presos, porque nos hacemos cómplices de la podredumbre del sistema que nos imponen con nuestra pasividad desde 5 años.

Jorge Glas regresó a la cárcel porque somos incapaces de defender los valores que enarbola. La vergüenza y la desgracia son para todos como también para nuestros hijos. Así lo decía Jesús en su camino a la cruz: “¡No lloren por mí, sino por Uds. y sus hijos!” Tenemos que recuperar la fe y la dignidad, que van a la par: no sólo fe en Dios, sobre todo fe en nosotros, fe en los demás, fe en los pobres, fe en el cambio, fe en la vida más fuerte que la muerte, fe en el amor más fuerte que el odio. La dignidad nace de nuestras miradas positivas, de nuestras manos abiertas, de nuestro corazón compasivo, de nuestra mente crítica, de nuestra voluntad rebelde, de nuestras actividades solidarios.

Si no entramos juntos en estos caminos luminosos, pasamos a ser muertos en vida, verdaderos zombis perdidos en el camino de la existencia. Todavía no nos hemos decidido a cambiar, cambiar personal y colectivamente, seguimos ahogados en la desesperanza y la desgracia. ¡Cobardes somos! ¿Hasta dónde tendremos que hundirnos en la deshumanización? … para decidir resurgir de nuestras cenizas con la bandera de la dignidad, la honradez y la solidaridad. Eso es ser varones y mujeres de verdad. Retomemos la senda de las pequeñas luchas sobre la maldad personal, colectiva y estructural, para empezar a vivir más dignamente.

¡Gracias, amigo Glas, por ayudarnos a salir de la cárcel de nuestra irresponsabilidad y enseñarnos un camino de fraternidad y esperanza!

LAS CUATRO ETAPAS DEL CAMBIO… porque hay abrir caminos nuevos.

Los últimos años nos trajeron lemas de vida y de acción no sólo para hacer frente al sistema neoliberal que nos destroza, sino sustituirlo. Primero fue un sabio muy mayor que nos dijo hace unos 15 años: “¡Indígnense!”. Luego frente a la pandemia se cantó: “Resistiré”. Unos jóvenes ingenieros nos proponen ahora: “¡Desertemos!”. Los Indígenas de varios países insisten: “¡Compartamos!” … porque hay que llegar a la civilización del compartir. Preguntémonos en qué etapa estamos personalmente, en familia, con nuestras amistades, en nuestros grupos de reflexión, oración, acción.

¿Sabemos indignarnos? Frente a situaciones de tantos sufrimientos, tanta violencia, tantas injusticias y tanta pobreza, está la tentación de retirarse, de no querer más ver ni escuchar. Nos sentimos arrollados por una ola inmensa que todo se lo lleva. ¡Felices si sabemos tener compasión, ternura, emoción, admiración! Porque es esta capacidad de ternura que no permite sentir como propio el dolor ajeno. A pesar de saber que no vamos a resolver todos los problemas, esta capacidad de compasión nos acerca los unos a los otros y nos permite indignarnos, no estar de acuerdo, rechazar tanta maldad, reconocer los llamados de Dios y mantener viva la esperanza. Indignarse es no dejarnos ganar por la desesperanza y abrir un camino nuevo.

¿Sabemos resistir? Claro, fácilmente nos hacemos cómplices del mismo sistema que nos envuelve y nos pasa lo que escribía san Pablo: “Hago el mal que no quiero y no hago el bien que sí quiero”. Resistir es poner prioridades en nuestras múltiples actividades, es poner líneas rojas que no vamos a atravesar, es comenzar haciendo pequeñas acciones que cierran el camino al individualismo, a la indiferencia, al borrequismo. Se trata de no dejarnos llevar por la última moda o la última propaganda. Resistir es conservar la dignidad y sentirnos felices de mantenernos coherentes con nuestra fe y nuestra personalidad.

¿Sabemos desertar? Llega el momento cuando descubrimos que estamos equivocados, en que hay que dar marcha atrás, cambiar de manera de hacer, desertar los falsos placeres que se nos ofrece, dejar la superficialidad de una vida sin rumbo, parar de ser engañados… Desertar es manifestar nuestro desacuerdo, es reencontrar nuestro valor profundo, es reconocer la presencia de Dios en nuestra vida y en la de los demás, es volver al camino del Reino.

¿Sabemos compartir? Por supuesto que compartimos, pero podemos limitarnos a nuestro circulo limitado de amistades. Compartimos, pero no alcanzar cambiar la situación de los que más sufren del despojo. Los indígenas de los distintos continentes nos enseñan que la Comunidad es primera, porque ella vela por nosotros y nos enseña a organizar el compartir. Eso es el proyecto del Bien Vivir: El ‘Bien Vivir’ es no sólo compartir, sino sobre todo organizar el compartir al nivel local y nacional. Eso es posible incidir contra el neoliberalismo si vivimos en comunidad, si nos unimos, reunimos y organizamos para multiplicar el compartir incipiente.

“Indignarse, resistir, desertar y compartir”: Allí está el camino, pero organizadamente y en Comunidad. Eso fue el proyecto de los fundadores del Pueblo de Jesús. Abraham y Sara, con su parentela, se indignaron por los malos tratos que recibían. Escucharon la voz de Dios de dejar esta tierra y emprender un nuevo proyecto de vida en sociedad y de fe en un Dios amigo. Luego retomaron la batuta Moisés y Miriam: Resistieron la esclavitud de Egipto porque habían conservado la herencia de Abraham y Sara. Con los descendientes de Abraham y Sara y con otros que se les juntaron, decidieron tomar el camino de la libertad, una libertad comunitaria. Para desterrar la esclavitud y la acumulación, organizaron poco a poco, con la experiencia del maná, el compartir equitativo entre las familias para que cada uno tuviera lo que necesitara. También se organizaron para compartir las responsabilidades, las decisiones y las actividades. Una nueva experiencia social se puso en marcha más fraterna, equitativa, participativa y creativa.

En su tiempo Jesús de Nazaret retomó los valores de este proyecto que tuvo sus altibajos, pero que nunca se perdió gracias a las y los profetas y las y los sabios. Llamó Jesús este proyecto el Reino que abarca toda la vida, en lo personal, familiar, profesional, social, político, económico y religioso. Comenzó Jesús este proyecto del compartir con los más pobres de su provincia de Galilea. El Reino nos exige, al nivel nacional, una economía solidaria y equitativa, una política participativa e inclusiva, una cultura creativa y respetuosa de todos los pueblos.

En tiempos de Jesús y de los primeros cristianos, la situación era peor que la nuestra. Jesús y sus discípulos supieron encontrar en su historia y su sabiduría los caminos alternativos a la invasión romana, a la explotación de los ricos de la época, a la esclavitud en que se encontraba la mayoría de la población. Descubrieron, como en tiempos anteriores, la presencia de un Dios amigo, compañero, liberador y decidieron seguirlo gracias a la palabra y al testimonio de Jesús. Se unieron en Comunidades de fe, de ‘indignación, de resistencia, de deserción y de compartir’ desde los pobres de aquel tiempo. Esa es la herencia que nos dejaron.

Esta espiritualidad cristiana asume los humanismos de todos los continentes y nos abre a la trascendencia. Nos abre caminos de compromisos con todas y todos las y los que se sienten inconformes, se indignan, resisten, desertan y comparten. No hace falta ser muchos para comenzar: Jesús inició con 12 varones y unas cuantas mujeres: Fueron ellas que retomaron su camino después de su muerte. Y allí estamos, continuando la caminata, para animarnos, unirnos, organizarnos y emprender o comenzar una lucha que nos hace y nos hará felices. ‘Sino luchamos juntos contra el actual sistema socio-económico, él nos matará por separados’.

Por RK