Por Jacobo Cueva
Han pasado casi dos años, y ahora es peor: las balas, las muertes y las extorsiones son lo cotidiano, como un peso que no se quita. Daniel Noboa llegó al poder vendiendo un espejismo llamado Plan Fénix. Cárceles flotantes, policías disfrazados de robocops con cascos futuristas, un arsenal de promesas que sonaban a película de acción. Conflicto Armado, mano dura, más penas, militares en las calles, estados de excepción sin fin. Parecía la receta mágica para acabar con la violencia. Pero, al final del día, ¿qué pasó? La violencia no bajó. Subió. Y subió con saña.
Y también subió el IVA del 12% al 15%. Mil cuatrocientos millones de dólares extra al año, juró que serían para blindar la seguridad. ¿Adónde fue a parar ese dinero? A pagar deuda externa, a quién sabe dónde, porque ha bajado presupuestos para obras y servicios, mientras la policía sigue como mendigo. Chalecos defectuosos, UPCs de lata pintadas de azul como si fueran una gran obra, pidiendo camionetas al Municipio de Guayaquil para patrullar. Dependiendo de la caridad de empresas privadas, como si la seguridad nacional fuera una colecta de barrio. El Plan Fénix no renació de las cenizas; se quedó en humo.
Hace shows usando a las Fuerzas Armadas y su armamento como utilería de su puesta en escena. Entró a Manta en desfile militar, luego repitió en Durán, en Machala, en Puerto Bolívar, jugando con la esperanza de la gente que aún le cree. Convencido de que con casco y chaleco antibalas asusta al mismo diablo, cree que con sus zapatos de tacón alto ya se lo ve como un GI Joe. Pero como el rey desnudo, nadie le dice que parece un bufón, un pequeñín con juguete nuevo. ¿El resultado? En esas mismas ciudades y en el Ecuador entero, la sangre corrió más que nunca. La violencia se multiplicó, como si el espectáculo la hubiera alimentado en lugar de frenarla.
El saldo salta a la vista, y duele. Ecuador se convirtió en el país más violento del mundo en 2025. Más homicidios en seis meses que en cualquier otro momento de nuestra historia, ya está grabado como el más sangriento que hemos vivido. Ni Jamaica ni Haití: nosotros, los ecuatorianos, encabezando esa trágica lista. ¿Cómo llegamos aquí? Con un presidente que prometió acabar con la delincuencia y está acabando con los ciudadanos, que en vez de dar resultados es una máquina de excusas.
Mientras tanto, ese mismo presidente, Daniel Gilchrist Noboa Azin, sigue sumando millas a su pasaporte norteamericano, acumulando horas y horas de vuelo en el avión presidencial que ya debe estar llegando a 70 mil millas y con ello cientos de carreras universitarias consumidas —recordando su propia frase de que «cada hora de vuelo equivale a una carrera universitaria»—, que se suman a los miles de jóvenes que se quedan fuera porque Noboa bajó el presupuesto a la educación. Recordemos de paso que en campaña ofreció libre ingreso y eliminar la Senescyt como gran solución.
Noboa es lleno de excusas, siempre tiene una nueva. La Asamblea, las leyes, las emergencias y luego obtiene lo que quiere, se le da el control, entonces a falta de resultados busca otra excusa. Todas las leyes aprobadas, la consulta, controla la Asamblea, la fiscalía, los jueces con el Consejo de la Judicatura. Pero ahora la culpable será LA GENTE! si no sale a marchar. Convoca marchas para exigir lo que él prometio y debe garantizar. En vez de gobernar…
Mientras tanto, la droga fluye como siempre: toneladas de cocaína escondidas en cajas de banano salen de nuestros puertos rumbo a Europa y al resto del mundo. Todo ocurre a plena vista, pasando día tras día «por la nariz» del presidente. No hay control, no hay freno. Es la prueba viva de que el problema no es de poderes insuficientes, sino de voluntad, capacidad y trabajo ausente.
¿Qué pasó después? Más de lo mismo. Las cárceles, militarizadas, siguen siendo mataderos, bandas delinquiendo desde adentro, de cuando en cuando decomisos de armas en esas prisiones rodeadas de soldados. Las marchas que él mismo convoca se convierten en eco de su fracaso —gente en las calles gritando por paz, por resultados, mientras el presidente desfila como si el problema fuera ajeno. Mientras el caos crece aquí, él acumula selfies internacionales. Dos años de «mano dura» y el crimen organizado se ríe, intacto, mientras el gobierno sigue pidiendo más tiempo, más poderes, más excusas. En los barrios, la gente común sigue viviendo con miedo: extorsiones diarias, balaceras en la esquina, madres que lloran, familias que no duermen.
Pero no es solo en seguridad. Noboa no sabe gobernar, ni en eso ni en nada. No hay plan, ejecución ni seguimiento, todo es improvisación y medidas para el efecto mediático. Todo es show. Recortó el presupuesto de salud en más de mil doscientos millones—, y ahora la gente muere no solo por balas, sino por falta de atención médica, medicinas escasas y hospitales desabastecidos. Subió la gasolina Extra y Ecopais encareciendo la vida de todos, mientras el desempleo crece. Impone nuevos impuestos pero perdonó deudas fiscales a grandes corporaciones —como las de su propia familia, decenas de millones.
Para sus negocios y negociados sí hay plan. Para los shows mediáticos, sobran recursos. Para gobernar, nada. Se rodea de mediocres, pasantes… mientras el país se desangra con un guion repetido: excusas, emergencias, desgobierno, buscar culpables, excusas…
Dos años después, el panorama es desolador, más shows mediáticos, más promesas. Un Estado convertido en un escenario vacío, donde el presidente termina marchando en las calles para pedir lo que él mismo debe dar. El país sigue indefenso, expuesto, mientras el rey desnudo se pasea por el mundo que lo ve como pordiosero de alfombras rojas y cenas oficiales. En vez de gobernar, viene de visita cuando esa agenda viajera se lo permite.
Y apenas van dos años