Por Orlando Pérez
En estos tiempos, la Verdad -así con mayúscula- es una víctima cada vez menos importante. Bien decía Nietzsche: “La verdad produce fastidio y amarga la vida”. Por eso, no estaría mal fastidiarse, amargarse y confrontar a quienes mienten y asumen que su supuesta verdad está por encima de lo comprobado, verificado o, al menos, contrastado. En la vida hay tanto de que ocuparse como para andar echando culpas, injurias o infamias sin considerar el valor de la palabra y del registro escrito.
Durante más de una década he soportado una inculpación maliciosa, perversa, temeraria y utilitaria para ocultar lo verdaderamente importante de algo que ocurrió hace más de 31 años. No tengo la voluntad de dejar para la “posteridad” una mentira que mancha la vida de mis hijas, padres, hermanos, y de mis amigos y compañeros.
La de los ochenta fue una década triste y sangrienta. En esos años se registró el mayor número de huelgas nacionales, paros locales y conflictos sociales producidos por la implementación de políticas neoliberales, tras superar la década del boom petrolero y verificar cómo se inflaban las fortunas de ciertas familias, empresas y bancos.
En esos años, sin formar parte de ninguna organización insurgente, muchos ciudadanos soportaron persecución, tortura y detenciones arbitrarias sin fórmula de juicio. Así pasó en Machala, por ejemplo, con las trabajadoras sexuales, o con dirigentes campesinos de Guayas, Chimborazo, Imbabura, Cotopaxi, Manabí, Esmeraldas o Azuay. Los registros y las denuncias existen por centenas. A todos ellos se los hostigaba porque eran militantes de izquierda, escritores o periodistas (como ya lo era yo por esos años). No había, en el 90 % de los casos, el respeto estricto al “debido proceso”, esa legalidad que juraron defender y respetar jueces, policías, militares y autoridades en general.
Y no es menos cierto que la prensa de esos años y los periodistas de esos tiempos (que ahora intentan mirar a otro lado cuando se evidencia a los responsables de los crímenes de lesa humanidad) registraron y denunciaron todas las violaciones a los derechos humanos cometidos por los gobiernos de Osvaldo Hurtado, León Febres Cordero y Rodrigo Borja (aunque hay que mencionar que este último abrió el campo para la pacificación, sin llegar a sancionar a los señalados como perpetradores).
Soy inocente
Borges decía que: “Nunca un hombre se arrepiente de haber sido valiente”. En esa condición he permanecido todos estos años: afrontando con la verdad el sinnúmero de señalamientos y hastas mentiras creadas alrededor de un propósito político bien definido. Y en esa misma condición estuve cuando fui torturado en dos ocasiones (la segunda vez permanecí más de 48 horas sin dormir ni comer) por el gobierno de Febres Cordero, sin ceder a la malévola intención de autoinculparme de crímenes que nunca cometí ni cometería.
La Comisión de la Verdad, creada por el gobierno de Rafael Correa, y que contó con la participación de personas como Elsie Monge, Pedro Restrepo y Julio César Trujillo, entre otros, rescató toda la información y los registros policiales en los que consta lo recabado por el Servicio de Investigación Criminal (SIC). Allí está la documentación que me libera de toda responsabilidad en las inculpaciones infundadas, que ahora profieren algunos actores políticos en mi contra. El alto mando policial quiso “justificarse” con la publicación de un libro denominado Subversión y Terrorismo, elaborado por la “Comisión de Defensa Jurídico-Institucional de la Policía Nacional”, bajo los “créditos autorales” de Milton Andrade Dávila, Hólguer Santana, Édgar Vaca, Paco Urrutia, Enrique Montalvo, José Vinueza, entre otros.
¡Qué casualidad que ese libro se haya publicado, coincidencialmente, cuando se conocía el informe de la Comisión de la Verdad y se revelaba el sinnúmero de casos de delitos de lesa humanidad y también el de las víctimas de la Policía o “bajas” de esa institución en enfrentamientos armados! Desde esa época se producen ataques en mi contra porque, “casualmente”, me convertí en una figura pública vinculada al proceso Constituyente de 2008 y a los diez años del gobierno de la Revolución Ciudadana.
Y a pesar de ello, ¿por qué durante los 24 años anteriores no dijeron nada sobre los supuestos “delitos” que se me endosan injustamente? ¿Por qué no lo hicieron cuando fui periodista de los diarios El Comercio, El Universo, HOY, radio Sonorama, entre otros, desde 1996 hasta 2007? Algunos de los periodistas con los que compartí las redacciones de esos años conocían lo que detalla la Comisión de la Verdad.
Mi delito ha sido el de ser escritor, progresista, periodista, pero sobre todo el haber dirigido el primer diario público del Ecuador: El Telégrafo. Desde el primer momento en que me hice cargo de la dirección, en marzo de 2011, se agudizaron los ataques, en algunos casos desde los diarios en donde antes trabajé, por aquellos periodistas que denunciaron al gobierno de Febres Cordero, con sus artículos e investigaciones.
Ya no más
Un gobierno como el de Febres Cordero, que controló la justicia en casi todos sus niveles y que aupó la visión de persecución en las fuerzas policiales y militares, NUNCA me inculpó y sentenció por el supuesto delito de terrorismo del que me incriminan.
Ya es suficiente todo el odio y el veneno destilado en las redes como para insistir en ello. Comparto el sentimiento del chileno Roberto Bolaño: “En rigor, creo que no estoy hecho o preparado para el odio sostenido, que es el verdadero odio. Yo creo que toda persona tiene algo bueno y, por lo tanto, aunque sólo sea por curiosidad intelectual, siempre estoy dispuesto al diálogo. Y, tras el diálogo, más diálogo”.
El aturdimiento extremo que vivimos, en el que el cinismo y la desfachatez inducen a invisibilizar la politiquería disfrazada de supuesta solvencia intelectual, nos está llevando a situaciones inaceptables: ahora lanzaron nuevas amenazas de muerte en contra de mi familia, en contra mía, y para ello usan el lenguaje propio de grupos paramilitares.
Ya no estoy dispuesto a seguir en esto. Mis hijas no pueden vivir señaladas ni cargar con el peso de las mentiras lanzadas contra su padre. Ellas conocen bien toda mi historia. Ninguna familia puede soportar un hostigamiento así, sin demandar responsabilidades civiles y penales para quienes han dañado la dignidad, la honra, el prestigio y el respeto de quien jamás negaría un hecho si lo cometió.
He iniciado las acciones legales que me permiten la Constitución y las leyes. Hoy denuncio para que cese la injuria y la difamación que, paulatinamente, se han “normalizado”. Sé que con esto volverá un ataque despiadado de destrucción mediática, con más injurias y difamaciones, pero voy a defender mis derechos y mi verdad para poner freno a la calumnia y a la acusación temeraria. Volverán los aparatos de reproducción y amplificación de tuits, fotografías manipuladas, declaraciones descontextualizadas y, sobre todo, supuestos casos judiciales. La injuria no debiera ser ya motivo de preocupación en una sociedad democrática y en un entorno periodístico que solo debe regirse por la responsabilidad pública, ética y moral.
Ahora serán los jueces y tribunales los espacios de respuesta, a quienes está por de más pedirles mayor responsabilidad. Todo lo que se diga en mi contra, todos los que quieran insistir en la necia infamia, deberán responder a lo que determine la justicia.
Ya es momento de defender lo que tanto reclaman quienes me difaman: respeto por pensar distinto y por formar parte de un universo de ideas heredadas de las mejores luchas de intelectuales, de los dirigentes y pensadores que han hecho más humana la historia, del periodismo un oficio decente y digno, y de la escritura una herramienta de sensibilidad y conocimiento.