Editorial RutaKrítica
No solo sobran pruebas y evidencias. No solo hay un sinnúmero de declaraciones y fotografías. Pero sobre todo no solo hay un libreto que se desglosa y desmenuza con cada entrevista, actuación de la justicia y palabras de los funcionarios del actual gobierno. Y todo ello junto repite lo ocurrido con Cristina Fernández e Ignacio Lula Da Silva.
Desde hace algunos años circularon todas las evidencias de que el pupilo de Lucio Gutiérrez participaba en reuniones de alto nivel de la extrema derecha de América Latina. Sin ningún reconocimiento político concreto participaba en Miami, Bogotá o México, representándose a sí mismo y con una batería de mensajes y operaciones mediáticas con amplificación en esos y otros países. Por acá, la prensa privada y comercial de entonces (hablamos desde el año 2008 hasta el 2014, cuando sale de la cárcel) nunca hizo nada al respecto, más allá de lo obvio y a su favor. Nunca lo consideraron un personaje sospechoso y tampoco creyeron de las versiones oficiales (ahora todo lo oficial es nota de primera plana y de apertura de los noticieros de radio y televisión).
Ahí están las evidencias de su empresa de espionaje e interceptación. También las fotos y testimonios de su participación en ejercicios militares con las Fuerzas Armadas de Colombia. Nadie duda de que los juicios de alimentos son por denuncias de las madres de sus hijos, no se trata de ficción y menos de montajes. Mucho menos queda por fuera su nexo con la derecha ecuatoriana, sobre todo su activa participación en las acciones de Andrés Páez a favor de Guillermo Lasso. ¿O ya nos olvidamos de sus fogosos discursos contra Lenín Moreno en la tarima instalada en la avenida 6 de Diciembre después del 2 de abril de 2017 en la que se denunciaba un fraude? ¿Le habrá repetido a Moreno, en su reunión privada en Guayaquil, que era el autor del secuestro de Briz López y quien ordenó que le cortaran la cabeza o que su discapacidad es producto de su supuesta militancia en AVC?
Fernando Balda está a la misma altura de su promotor y padrino Álvaro Uribe y quiere ser el Leopoldo López de Ecuador. Ha hecho todo para eso, con la ayuda de los medios comerciales y un entramado político donde hasta el silencio de algunos habla a su favor. ¿O los ministros de Moreno, las izquierdas anticorreístas y los organismos de derechos humanos y feministas han dicho algo sobre los delitos, abusos y estafas con comerciantes, mujeres y madres que este señor ha cometido en su “corta carrera política”?
Y las preguntas que pocos se hacen y que en las entrevistas generosas que ahora tiene en los sets de televisión están ausentes: ¿No eran sus socios y amigos quienes intentaron secuestrarlo en Colombia? ¿No fueron esas personas con las que intentaba instalar un sistema de interceptación de mensajes de celulares, correos electrónicos y otros ataques más de los cuales ya fueron víctimas algunos funcionarios del gobierno de Rafael Correa? ¿Por qué no se menciona todo eso?
Pero también hay algo que deja latente la hipótesis de un montaje político con fines absolutamente claros: ¿Por qué no hablan los responsables de la Dirección Nacional de Inteligencia de la Policía Nacional (que no es lo mismo que la SENAIN) y sus jefes directos como el Comandante de la Policía y el mismo Ministro del Interior a quienes reportaban o debían reportar los agentes que intentaron traerlo de Colombia porque era buscado por la Interpol pero se movía a sus anchas en Bogotá?
Por ahora la prensa ya tiene a su mártir y de él explotarán todo menos la objetividad, la investigación seria y ecuánime, mucho menos tendrán la ocasión de poner todas las cartas sobre la mesa, solo las que conviene al objetivo final: aniquilar y ver en la cárcel al ex presidente Rafael Correa, tarea que ha estado en la mente de los hermanos Isaías, la más feroz derecha del Ecuador y, por supuesto, ahora también de algunos miembros del gobierno actual.