Alan Pérez Medrano
En la Grecia clásica el Oráculo de Apolo en Delfos era sede de famosos rituales para la predicción del futuro, la “Pitonisa” presentaba la misteriosa predicción del dios Apolo por mediación de sus sacerdotes.
El augurio, al igual que en otros rituales antiguos para predecir el futuro, se presentaba obscuramente, es decir mediante una frase ambigua (prácticamente un acertijo) cuya interpretación y corroboración resultaban a veces en paradójicos resultados. Por ejemplo Creso, Rey de Lidia, habría consultado al Oráculo de Delfos para saber el destino que implicaría su avance militar sobre los persas. La predicción del oráculo fue que de cruzar el río Halys (frontera entre los dos dominios) sobrevendría el final de un gran imperio. Alentado por la predicción el rey Creso emprendió la embestida militar y en efecto la empresa culminó con la caída un gran imperio, pero el suyo y no el persa.
La incertidumbre, las predicciones, las paradojas y el ritual propios del Oráculo parecen tener afinidades con la celebracion de las elecciones en México el pasado 1 de julio. El “ritual de las elecciones”, me atrevería a llamarlo e incluso a asimilarlo a otro método antiguo de adivinación; la hieroscopia: era la adivinación del futuro a partir del examen de las vísceras de un animal previamente sacrificado. Este ritual no me parece muy lejano al que hemos realizado la mayoría de los mexicanos (en los tan diferentes contextos del país) al encontrarnos en las urnas de frente a la necesidad de pensar un futuro general, si nos podemos dar el lujo, a partir del cuerpo sacrificado (o autosacrificado quizá) de la participación ciudadana e interepretando las vísceras del sistema político mexicano representadas en las boletas electorales. El Oráculo del 1 de julio, un ritual sin duda importante. También simbólico. Un recordatorio.
La misteriosa sentencia del futuro podría casi parecer una obviedad: “A partir del 2018 con Andrés Manuel López Obrador a la cabeza iniciará un gobierno nuevo, completamente diferente al actual de Enrique Peña Nieto”. Aclaro. Según mi interpretación ni “República de la Esperanza” ni mucho menos “Venezuela del Norte”, (y vaya que deberíamos avergonzarnos y pedir disculpas a los venezolanos por esta última impertinente invención).
Aclaro, mi escepticismo no es en negativo. Al igual que la mayoría del país me queda una sensación de alivio al saber que no deberemos soportar ser “representados” por personajes de las caractersticas de los últimos presidentes mexicanos, especialmente el actual. Nos someteremos a la extirpación del tumor del “nuevo” PRI, pero esto no asegura que el cáncer del priísmo desaparezca de todos los rincones de México y hasta de nosotros mismos.
Desafortundadmente no hubo la posibilidad de ver la sensación electoral y post electoral en vivo: en las calles, la tienda, en el metro. Sin embargo, algunas de los presagios de esta “fase de Oráculo” recabadas de los medios de comunicación y las redes sociales ya brindan signos importantes y dignos de celebrarse, en este sentido la presencia femenina en el nuevo gobierno no puede sino ser un buen síntoma (y no sólo cuantitativamente como en el congreso sino también cualitativamente, por ejemplo, en la futura responsable del gobierno de la Ciudad de México.
Por otro lado, la fragmentación del país aparece a la par de la uniformidad electoral y las divergencias electorales se van valiendo cada vez más de discursos de odio, racistas, clasistas, de individualismo, de intolerancia o de presunta superioridad moral. Este cancer será más complicado de combatir, pero urge hacerlo en un ejercicio continuo y no sólo cuando la tierra nos lo exige como el pasado 19 de septiembre.
La cuestión es compleja. Cómo interpretar, por ejemplo, las descalificaciones al potencial diputado de San Luis Potosí por “cholo”, “chavo banda”, ex convicto, ignorante. ¿Realmente asusta el hecho de su limitada formación académica o el hecho de que no pertenezca a un tipo de oligarquía que debería gobernar? En ese sentido un buen augurio sea tal vez la idea de un gobierno de más fucionarios especializados que de políticos especialistas, independientemente de la formación académica de sus miembros. No intento minimizar la importancia de la formación académica en los miembros del gobierno que en el caso de la futura adminstración se muestra prometedora, sino de permanecer críticos justamente por el hecho de ser prometedora y estar conscientes del hecho de que una sobresaliente carrera académica, a veces puede dar cuenta más de un actuar político que de un mérito académico. Una situación posible tanto en los gobiernos como en las universidades. En ese sentido, no podemos poner en la misma balanza los doctorados de Luis Videgaray (Secretario de Relaciones Exteriores del actual gobierno), Marcelo Ebrard (futuro secretario de la misma cancillería) ni de Héctor Vasconcelos (quien inicialmente estuvo previsto para el mismo cargo antes del “ajuste” de AMLO al decidirse por Ebrard). Habrá que interpretar cuidadosamente los muchos oráculos de esta fase que inicia. Para la Cancillería es un buen augurio tener a un funcionario cuyos estudios se refieran a relaciones internacionales (el caso de Ebrard y Vasconcelos) en vez de un economista (el caso de Videgaray). Sin embargo, respecto a Ebrard y Vasconcelos hay una gran distancia de perfiles y me parece partinente establecer la pregunta sobre la dinámica del próximo gobierno y observar cuándo la balanza se inclinará hacia un gobierno de funcionarios especializados y cuándo a un gobierno politicos especialistas.