Gustavo García

México tiene hoy a su primer presidente electo democráticamente en comicios transparentes y al que será su primer presidente de izquierda. López Obrador debe ser ubicado como un político de izquierda en la medida en que explícitamente es contrario al neoliberalismo y a las políticas imperialistas, y debido a que está a favor de la justicia social y de la generación de oportunidades reales para el desarrollo de la población más pobre del país. López Obrador será el primer presidente mexicano con un fuerte sentido social, de justicia, equidad, garante de las libertades y de los derechos humanos, además de ser un político defensor de la soberanía nacional, ello será así luego del rotundo fracaso social de los últimos gobiernos neoliberales que han llevado a México a perder su soberanía política, económica, alimentaria, securitaria y cultural frente a Estados Unidos.

México es parte de Latinoamérica por historia y tradición, y esto lo tiene claro el presidente electo mexicano. Sin duda alguna López Obrador tendrá como tarea restablecer su relación con la región latinoamericana que fue maltratada fuertemente por los anteriores presidentes mexicanos. Algunos creen que la presencia de López Obrador debe ser leída como una oportunidad de viraje a la izquierda para la región, y, para algunos otros, como la posibilidad de la generación de un bloque no sólo anti-imperialista sino también anti-capitalista.

Sin duda alguna la victoria de López Obrador es muy significativa para las fuerzas progresistas, democráticas y de izquierda en América Latina. La figura también viene a dignificar a la región, fortalecer los lazos de cooperación nacionales y a posicionar la democracia y la soberanía regional, pero todo ello en el aspecto meramente simbólico, puesto que él mismo no se proyecta como un líder regional sino nacional. Por ello, no sobran las preguntas: ¿cuáles son las limitantes y las posibilidades reales de López Obrador para fortalecer la izquierda en la región Latinoamericana?

El arribo de AMLO a la presidencia llena de ilusión y de esperanza a líderes de la izquierda en Latinoamérica que observan en él la ratificación del fracaso del neoliberalismo en la región. Y en ello no se equivocan. Pero hay que ser conscientes de que su triunfo es muy significativo en el plano simbólico, en la medida en que viene a fortalecer las posibilidades de viraje hacia la izquierda de América Latina, la necesidad de gobiernos democráticos interesados en el respeto de las soberanías nacionales de la región.

Es probable que el triunfo de López Obrador venga a insuflar vida a las izquierdas latinoamericanas, luego de una fuerte derechización de la región, como en el caso de Argentina, Brasil y Chile. Desde México no parece que el presidente electo pretenda mirar al sur. Ciertamente ha planteado restablecer y enriquecer las relaciones diplomáticas y económicas con la región y con el Caribe, luego de que los anteriores presidentes mexicanos acabaran con ellas. Sin embargo, parece que López Obrador no planea establecer acuerdos con América Latina a fin de consolidar un bloque regional de izquierda. Él es un político inspirado en los ideales del ex presidente mexicano Benito Juárez, bajo el lema: “Entre los individuos, como entre las naciones, el respecto al derecho ajeno es la paz”. López ciertamente es el primer presidente estadista luego de casi 40 años, y por ello será respetuoso de la libre autodeterminación de los pueblos, de la no intervención en los asuntos internos de otros países y del principio de defensa de la soberanía nacional, lo que significa, y así lo ha expresado él mismo, que para garantizar el respeto de la soberanía nacional el gobierno mexicano no tendrá intromisión en los asuntos de otras naciones.

Por otra parte, no debe perderse de vista que López Obrador está siendo vigilado duramente por la derecha mexicana que no le permitirá por ninguna circunstancia tender puentes con las izquierdas latinoamericanas. En México, con apoyo de los medios de comunicación, las derechas y los grupos empresariales han creado en el imaginario y en la conciencia social un falso fantasma latinoamericano mal llamado “populismo”, de modo que no permitirán que Obrador estreche relaciones políticas con los países democráticos y de izquierda de la región.

Hacia el norte, el gran reto inmediato de Obrador en materia exterior es ganar una relación de respeto del presidente norteamericano Donald Trump hacia México y lograr restablecer el acuerdo del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, objetivo éste que no ha alcanzado el actual gobierno neoliberal mexicano. Hacia el sur, en el plano inmediato, los planes del nuevo presidente son atender la crisis de derechos humanos de los migrantes centroamericanos, y atender el rezago social mediante el desarrollo económico, industrial y social que integre a los países de Centroamérica y también a los estados mexicanos del sur del país.

Hay que reconocer que López Obrador llega retrasado por 12 años a la presidencia y en ese sentido está desfasado respecto de los triunfos de las izquierdas latinoamericanas de la región. La primera vez que el virtual presidente electo mexicano compitió por la presidencia fue en el año 2006, año en el que un fraude electoral le quitó la posibilidad de ser presidente, lo que provocó que la derecha mexicana se apuntalara por dos sexenios más. En aquellos años el discurso de López Obrador estaba fuertemente posicionado a la izquierda y era un líder radical y opositor. 12 años más tarde, López Obrador debió correrse hacia el centro y rodearse de personajes conservadores e incluso de derechistas a fin de poder ganar confianza entre aquellos sectores que no se identificaban con la izquierda y dar certidumbre a los empresarios de que él no representaba ningún peligro para los grandes intereses económicos neoliberales. Por ello, hoy López Obrador ha perdido radicalidad. Entretanto aprendió a conducirse sigilosamente porque sabe que es alguien que debe ser muy prudente con la expresión de sus convicciones políticas. Así es que probablemente veamos a un presidente incapaz de pronunciarse públicamente como jefe del Estado mexicano sobre la situación de intervencionismo estadounidense que se vive, por ejemplo, en Venezuela. Obrador estará muy ocupado en ganar confianza por parte de los Estados Unidos, como también en ganar la confianza de la derecha y del empresariado mexicano, así como de ese 50% de la población mexicana que no votó por él, muchos de ellos asustados por el posible viraje del nuevo presidente hacia la izquierda y hacia el mal llamado “populismo”.

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