Ya no hay modo de justificar el atropello y la violencia (simbólica y física) con la que actúan ahora los mismos que antes llamaban a la tolerancia, el respeto a las diferencias y sobre todo al “imperio de la ley”. Y son también los mismos que eluden señalar a los violentos como Fernando Balda, Ramiro Cueva, César Ricaurte, Martín Pallares o Fernando Villavicencio, algunos de ellos con juicios que incluyen injuria, espionaje, demanda de alimentos y manutención de menores, violencia contra la mujer o evasión de tributos. A ellos ahora la prensa (pública y privada) los coloca en el altar de la moral pública y son sus acólitos en cada una de sus entrevistas.
Las últimas semanas (sobre todo después de la visita de Mike Pence a Quito, vicepresidente de los Estados Unidos) han sido pródigas: periodistas que agreden en nombre de la libertad de prensa, militantes uribistas que publican documentos secretos con la mayor impunidad y además intentan forjar juicios y acusaciones con la aparente venia del ahora poder judicial socialcristiano.
Todo eso sucede con la complacencia del poder, al que tanto odiaban o criticaban esos mismos actores. Si desde la Secom o la Secretaría Particular de la Presidencia, sin recatos, se estimula el escarnio, la diatriba, la amenaza, la denuncia sin sustento o, al menos, sin demandarla en un juzgado, entonces es dable que el resto de los actores políticos operen de inmediato prevalidos de esa venia y de esa “voluntad de diálogo”.
Los “periodistas” dignos y rebeldes como Cueva y Pallares no tienen empacho con meterse públicamente –en directo o en las redes- con los hijos de Rafael Correa y de Gabriela Rivadeneira, por solo poner dos ejemplos, hay muchos más. Lo mismo hace Ricaurte con un ciudadano con discapacidad y funcionario público respetable, como es Jorge Jurado. Balda y Villavicencio son casos aparte y con connotaciones de otra índole igual de violenta, ya ni siquiera de orden moral o jurídico, pero abusando del universo virtual, botan lodo contra todo el que huela a correísta y se los debe aplaudir porque ellos lo dicen, no porque tengan razones. Y, por supuesto, frente a tan deleznables comportamientos, el aparato mediático conservador calla, salvo contadas excepciones que, sin embargo, solo se expresan en las redes sociales y llegan solo a sus seguidores.
Lo anterior no va a terminar bien. En algún momento alguien va a reaccionar, pero sobre todo esto se revertirá en una pérdida de sentido de la responsabilidad pública, violencia física incontrolable y para más: el sálvese quien pueda o hágase justicia con mano propia. ¡Una insensatez por donde quiera que se lo mire!
A tal situación conducen los falsos llamados al diálogo y la conciliación nacional. Nada puede llevar a la paz si desde Carondelet se acusa y se promueve el odio y la venganza. Ninguna paz se logra forjando procesos, imponiendo autoridades a dedo e induciendo el escarnio público con imputaciones nacidas de la revancha a favor y con la venia de una muy clara tendencia política.