Orlando Pérez
No hay peor mentira que la que se crea uno mismo, diría alguien con dotes de sapiencia sicológica. Y en los últimos 18 meses hemos vivido esa situación desde la prensa, incluida la pública, como la expresión del peor momento en la historia del periodismo ecuatoriano.
Bastaría con revisar los portales digitales que supuestamente imponen la agenda nacional con sus bascosidades como “La Bosta” o ciertos pelagatos para entender desde dónde operan sus análisis y falso periodismo. Unos buscando fondos para hostigar a un político en el extranjero, cuando nunca lo hicieron con los Isaías, Mahuad o los policías acusados de delitos de lesa humanidad y cobijados en EE.UU. También “investigando” con fondos estatales solo a aquellos enemigos del actual régimen, porque advertidos de otros casos, señalados de parciales en sus pesquisas, dejan de lado lo que haga daño a la imagen de un alcalde costeño o uno quiteño que tienen más de una cuenta por aclarar. Y ese es el periodismo que ahora valoran como de “nuevo tipo” y al que algunas facultades de comunicación acuden para sentar “cátedra” ante la insuficiencia de sus doctrinas.
Queda claro que esos portales, además de otros de baja monta, han desatado su plan de venganza contra quienes les obligaron a ser menos hipócritas con su oficio imaginariamente libre e independiente. Y en la sed de venganza que revelan han perdido respeto y consideración, aunque no lo digan en público, de los verdaderos académicos y analistas conocedores de la deontología.
Dicen verdades a medias o mienten, con descaro, esos dinosaurios de las emisoras de todo el país. Con su fraseología bonachona solo ocultan sus verdaderas intenciones: mantener por siempre sus frecuencias sin ser propietarios de ellas, gracias a un gobierno que se inclina ante sus arremetidas. Eso sin descontar que en su modo de actuar (sería mucho pedir que piensen por cuenta propia) se tragan las mentiras para poder sostenerse en la matriz mediática impuesta desde algún poder para privilegiar el estatus de las élites.
Ahora son sacerdotes de la moral los entrevistadores de televisión, que nos dan cátedra de civismo y ética, quienes como la señora de Teleamazonas que hace campaña sucia a favor de las empresas de su esposo y con ello intenta tal vez conseguir contratos estatales. Ellos y ella en particular, ¿no nos han mentido jamás? ¿Nunca nos han mostrado sus negocios o sus relaciones de poder para imponer a uno u otro personaje en la palestra política? ¿O no fueron ellos los principales sostenedores (con contratos incluidos) que nos ocultaron la verdadera naturaleza política y personal del peor alcalde de Quito, llamado Mauricio Rodas, al que no saben cómo justificar y tapar sus torpezas y ciertos negocios turbios?
Los medios privados y comerciales no solo redujeron su credibilidad ante propios y extraños sino que devolvieron al país una conducta que ya parecía alejarse poco a poco: justificar las medidas económicas antipopulares como buenas razones para el desarrollo del Ecuador y para “competir bajo los estándares internacionales”. ¿Así se presentaron en la década de los ochentas y noventas con los paquetazos y ya nos olvidamos dónde terminó todo eso? ¿Camuflaron las cifras y luego salieron a decir que no tenían nada que ver con las medidas cuando previamente eran consultados en Carondelet?
Y si todo eso parece mucho, ¿qué decir del rol de los medios públicos u oficiales? Si hay algo de responsabilidad en las academias y facultades de comunicación bastaría con hacer la comparación de las portadas y de los titulares de periódicos y canales de televisión bajo administración estatal para diferenciar a qué le llamaban prensa oficialista y a qué le llaman ahora prensa pública los principales críticos de medios. No solo que hay mediocridad y poca calidad en el tratamiento noticioso, sino que además mienten o subvierten los adjetivos y los sustantivos para, por ejemplo, llamar disminución de subsidios al incremento de los precios de los combustibles (como lo más fresco en la memoria, porque de esos casos hay muchos).
Todos esos medios, privados y públicos, exhiben enajenación colectiva al ocultar cifras, trastocarlas, tergiversarlas u ocultarlas con un solo fin: justificar la acción gubernamental para favorecer a las élites económicas y empresariales además de seguir el libreto de cierta hegemonía militar mundial. Un ejemplo: la deuda externa, según la CEPAL, jamás superó el 30% del PIB en el 2017 y dos años antes. En todos esos medios sustentaron con alquimia y malabarismo que la deuda externa estuvo por encima del 60%, sin exhibir una sola evidencia, tan solo reproduciendo la farsa de un Contralor irresponsable.
Y si ahora pueden, además, sostener la enajenación y las mentiras es porque no hay medios (ni públicos ni privados) que los contrasten. Por el contrario, atacan y desprestigian a cuentas de redes sociales y de personalidades bajo el supuesto epíteto de “correísta”, que es como se habría dicho en el pasado, por esos mismos medios, de “comunista”. Sostienen una feroz arremetida contra portales como Ruta Krítica, La Kolmena o el Foro de los Comunes y con ello niegan la pluralidad que dicen se goza en Ecuador.
Todo esto finalmente es posible que se acentúe porque desapareció la Ley Orgánica de Comunicación y seguramente dejaron abierto el camino para unas batallas en este ámbito que las nuevas generaciones deberán adoptar frente a las bascosidades y arbitrariedades que veremos (y ya el diario Extra lo hace) en el corto y mediano plazo. No será fácil, pero el terreno mediático está sembrado de intensas disputas para resolverlas a favor de los derechos de las audiencias, del público y no de los comercios e intereses empresariales.
De hecho, ante la debilidad de los gremios periodísticos y de la misma academia para afrontar una reforma a la LOC, se perdió la gran oportunidad de transformarla en una herramienta poderosa de defensa de la auténtica y única libertad de expresión: la de los que no tienen poder frente al poderío mediático transnacional y local.