Una mujer que aparenta más de 40 años de edad avanza lento, pero con seguridad, cubriéndose el rostro de los gases lacrimógenos, hacia una pared humana, formada por policías armados, con toletes y protegidos por escudos. Se agacha a recoger una bandera amarillo, azul y rojo, el símbolo patrio que a todos nos enseñaron a respetar (y hacer respetar) desde la escuela. Inmediatamente recibe una secuencia de patadas de las botas de al menos dos uniformados, seguido de varios golpes en su cabeza con los escudos de los gendarmes.

En la redacción del párrafo anterior omití a propósito el uso de adjetivos. Consideré que no era necesario porque las imágenes por sí mismas retratan la brutalidad con la que actuó la Policía Nacional, al parecer cumpliendo consignas, contra la marcha que medios y periodistas tildaron peyorativamente de “correísta”.

El hecho se registró el martes 16 de abril en las calles Chile y Guayaquil, durante la manifestación convocada para protestar contra el gobierno de Lenín Moreno. La mujer está identificada como Paola Coronel.

Las imágenes hablan mucho, incluso más allá de lo textual, lo que se ve, hay otras cosas que se leen. Muchos símbolos: determinación, valentía, resistencia, estoicidad, patriotismo.

Paola camina con determinación y valentía hacia ese muro humano que representa la autoridad del Estado (los policías), que deviene finalmente en abuso y autoritarismo contra una ciudadana indefensa. Ella resiste el embate de la brutalidad estatal, representada en quienes la patearon e intentaron quebrar, pero se mantiene firme, con patriotismo, para rescatar el símbolo patrio vejado por quienes deberían respetarlo.   

Las imágenes fueron difundidas en redes sociales porque la gran prensa, los nuevos comensales de Palacio, omitieron detalles de la manifestación, la minimizaron o sesgaron sus reportes de prensa achancando a quienes participaron en ella de agresivos, violentos y –oh sorpresa- “correístas”.

Otros actores minimizaron o ridiculizaron la convocatoria (estimada en más de diez mil personas). Estos mismos son los que después se enredan en circunloquios retóricos para tratar de explicar por qué el “correísmo” sigue vivo.

La movilización popular, la protesta y la resistencia están consagrados en la Constitución y constituyen derechos ciudadanos para expresarse en contra de los desaciertos del poder de turno.

La imagen de todo el poder estatal pateando indefensos ciudadanos en la cara y pisoteando la bandera es una metáfora potente del abuso de poder, de la desesperación de un gobierno mediocre y entreguista, del autoritarismo (que el presidente le achaca a su predecesor; sí, al mismo que antes alababa).

La agresión brutal a los ciudadanos, no solo a Paola Coronel, contrasta con las palabras que Lenín Moreno expresó en el seno de la Organización de Estados Americanos (OEA), el miércoles: «Los estados tienen la obligación de exigir el cese de la violencia en contra de la población civil en cualquier lugar donde se presenten».

La prepotencia de los uniformados coincide con la beligerancia gubernamental expresada en la vergonzosa expulsión de Julian Assange de la embajada en Londres. El embajador Jaime Merchán se jactaba de haberle espetado en la cara al fundador de WikiLeaks: ‘te vas inmediatamente”.

Coincide con la orden de detención a Ricardo Patiño, dirigente de la Revolución Ciudadana que en un proceso relámpago, con la presión de la Fiscal General contra los jueces, el jueves previo al feriado de Semana Santa.

La prepotencia y el abuso se están convirtiendo en marcha registrada del gobierno de Lenín Moreno, cuya credibilidad está cayendo en picada (17%, según Perfiles de Opinión). Nos retrotrae a la oscura época del febrescorderismo en cuyo régimen se abusó de los derechos humanos y se instauró el terror con quienes pensaban distinto.

Mientras tanto, el desempleo se acentúa pese a que Moreno había ofrecido crear 250 mil empleos al año, los últimos datos de estatal Instituto Nacional de Estadísticas y Censos  dan cuenta de que 261 767 personas perdieron su empleo adecuado. También se incrementó la Población Económicamente Inactiva (PEI): en marzo del 2018 eran 3.820 422 personas en estas condiciones, ahora son 4.110 070.

La delincuencia ha aumentado y los antisociales atacan cada vez con más violencia a los ciudadanos mientras la ministra del Interior, María Paula Romo, pasa más tiempo en los medios y en la Asamblea con su “hermana” Elizabeth Cabezas amansando “hijos de putas” y cazando “imbéciles”.  

¿Qué sigue en este guión fascista: perseguir a quienes expresamos nuestras críticas por este medio o por redes sociales? ¿Acallar las voces con amenazas, extorsiones, utilizando a una institución de control para amedrentar, quebrar económicamente y encerrar a quienes piensan distintos?   

La prensa, aliada y benefactora de Moreno calla o mira para otro lado, los ciudadanos estamos en indefensión ante el abuso de poder. Nadie dice nada por los desempleados, por los perseguidos y presos políticos, por la renuncia a la soberanía, por el reparto del poder, por la metida de mano a la seguridad social, disfrazada de diálogo. Nadie dice nada.

“El miedo es la principal fuente de superstición y una de las principales causas de la crueldad. Vencer al miedo es el principio de la sabiduría”: Bertrand Russell.


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