El mundo lo sentenció ya y evita llamarlo por su nombre, ahora lo llaman “traidor” y todos saben de quién hablan; lástima que el apelativo no borre la ruindad cometida, pues el baldón de deslealtad se ha empozado como mancha indeleble sobre los ecuatorianos, que en adelante deberán sudar la gota gorda para demostrar que no son traidores, como han sido calificados a partir el 11 de abril; algo semejante a lo que le pasó al pueblo judío luego de la traición de Judas.

El hecho es que se hizo lo que ni las dictaduras militares más perversas han hecho, no respetar el derecho de asilo y permitir que la policía extranjera arreste en territorio nacional a un refugiado político. Fríamente se maniató a Assange y se lo entregó a la jauría de lobos hambrientos, encabezada por la tremebunda Theresa. Antes se convirtió su refugio en una celda de tortura rigurosa, que lo transformó en un ser vetusto y enclenque, pese a contar con sólo 47 años de edad. Tal vez, esa mácula se borre cuando Assange sea declarado héroe de Ecuador y se le devuelva la nacionalidad arrebatada ilegalmente.

La secuencia de ignominias para producir la expulsión de Assange es de falsedades sin fin, de espionaje absoluto y de restricciones inescrupulosas para sus actividades diarias, que lesionan el honor de todo hombre. La verdadera razón es asustar a los periodistas honrados del planeta, para que callen la verdad, y satisfacer la aspiración al vasallaje total con que los esbirros del mundo creen servir mejor a la cloaca de Washington, clase política llamada así por el Presidente Trump.

Luego del arresto de Assange se conoció que los fiscales Kellen S. Dwyer y Thomas W. Traxler, del Departamento de Justicia de EE.UU., lo acusan de “conspiración para cometer intrusión de computadora” en complicidad con Chelsea Manning, al haber aceptado conseguir la contraseña de una computadora del gobierno de EE.UU. para obtener documentos clasificados, acusación por la que Assange podría ser condenado a cinco años de prisión, y a la que podrían añadir el cargo de espionaje, que lo podría condenar a la pena máxima, de ser declarado culpable.

Lo real del caso es que Manning entregó a Assange 250.000 cables diplomáticos, 400.000 documentos de la guerra de Irak, 490.000 de la guerra de Afganistán, cerca de 1.000 sobre los detenidos en la cárcel de la Base Naval de Guantánamo y videos de la grabación conocida como “asesinato colateral en Bagdad”, en los que se ve disparar desde un helicóptero de EE.UU. a periodistas de Reuters y civiles de Iraq.

Manning informó a Assange que otros documentos importantes estaban almacenados en el ordenador del Departamento de Defensa, pero que él no tenía la clave de acceso, y le preguntó si se la podía conseguir. Assange no consiguió la clave del computador mencionado y ahora es acusado de un delito no cometido. Y si la hubiera conseguido, tampoco hubiera cometido delito alguno por no tratarse de información secreta sino de datos sobre actividades ilegales. Pero, según los fiscales de Virginia, la sola oferta de Assange es conspiración, acusación jalada de los cabellos porque todo periodista serio de EE.UU. hace lo que hizo Assange y lo protege la Constitución de dicho país.

El error de Assange fue buscar refugio en el nido de víboras, en que se iba a convertir Ecuador, algo que ni él ni nadie esperaba. Si se hubiera refugiado en la Embajada de Rusia, por ejemplo, hoy estaría salvo de todo peligro, como está Snowden, gozaría del prestigio de ser el mejor periodista del mundo y no tendría que esperar el milagro de que luego de su posible condena sea indultado por el Presidente Trump, que ojalá no olvide que durante la campaña presidencial elogió el trabajo de WikiLeaks, por ser increíble, y que amaba lo que esa organización hacía. Ahora, todo depende de la buena voluntad del que gane la lucha por el poder entre el actual mandatario de EE.UU. y sus enemigos, tanto demócratas como republicanos.

La parte tierna de esta triste historia es el minino de Assange, al que habían amenazado encerrar en un refugio. Ahora, el felino está con la familia del fundador de WikiLeaks y se sentó frente al televisor para mirar la grabación de la detención de su amo, que no pierde la esperanza de juntarse con su gatito cuando sea libre.

En cuanto a Ecuador, la suerte está echada y no hay marcha atrás. Falta ver cómo el mundo va a tratar en adelante al traidor de la libertad de expresión, pues a nadie le gusta la felonía, y en la poquedad de la historia vivida es calificado de ser el peor Judas de América Latina. Una cosa es que Trump, Bolsonaro, Macri, Piñera y Duque hagan lo que hacen, porque eso fue lo que ofrecieron hacer y la gente votó por ellos, y otra cosa es lo que se hizo en Ecuador.

Es que la traición es pecado mortal. Para Dante, los traidores están sumergidos en el hielo, en todas las posiciones imaginables, y clasifica a los traidores en cuatro especies: la Caína, o traidores a la familia, en honor a Caín que mató su hermano; la Antenora, o traidores a la patria, en honor de Antenor que traicionó a Troya en favor de los griegos; la Ptolomea, o traidores a los huéspedes, en honor a Ptolomeo, que invitó a Simón Macabeo y a su hijo a un banquete y después los asesinó; y la Judeca, o traidores a Dios, en honor a Judas que traicionó a Jesús. Le faltó clasificar al traidor que traicionó a la libertad de expresión, además de traicionar a la patria al permitir que policías extranjeros ingresen a territorio nacional y arresten a un ciudadano que, expresamente, está protegido por la Constitución.

En la Divina Comedia, el mayor traidor es Lucifer, que en lo más profundo del infierno, en el noveno círculo, se encarga de castigar a los que traicionaron las instituciones más altas creadas por Dios para beneficio del hombre. Dante describe a Lucifer como un gigante horrible, rencoroso e impotente, que llora y babea mientras se encuentra inmerso en el hielo hasta la cintura, moviendo las alas como si intentara escapar, y con ese aleteo enfría su alrededor. Tiene tres caras: una roja, una negra y una amarilla pálida, con tres sendas bocas en las que mastica a los mayores traidores de la historia. La cabeza de Judas Iscariote, que traicionó a Jesús, es roída en la boca central; Marco Junio Bruto y Cayo Casio Longino, conspiradores que traicionaron al imperio romano y acuchillaron a Julio César, son masticados en las fauces laterales. Posiblemente, Dante hubiera situado al traidor a la libertad de expresión en el orificio por donde Lucifer evacua como excrementos los restos de los traidores devorados.

Qué bueno que sea Dante quien señala el merecido castigo que le espera a cualquier traidor. Nadie planifica ser traidor. Luego de cometer la primera felonía se rueda sin fin por la cuesta de la deslealtad. Con el decurrir del tiempo, la traición se vuelve rutinaria y el traidor perpetra las más inverosímiles fechorías y atropellos, sin que le importe las lágrimas del prójimo traicionado. Sólo espera el pago, sin que el asqueroso sabor de sus crímenes le cause náusea. Cuando el traidor se pudra en el noveno círculo, tendrá tiempo para recapacitar por qué traicionó a un pueblo y a un ideal. Comprenderá que la vida está rodeada de insondables precipicios, a los que el ser humano fácilmente cae si no se sustenta en férreos valores morales; solamente hay que dar mal el primer paso, después la inclinada pendiente hace el resto y la caída adquiere una inconcebible viada. Es quimérico que frene y escale de nuevo al camino de la dignidad humana, pues el abismo de ignominia no tiene fondo. Sabe que no obtendrá el perdón de Dios, que después de su muerte le espera el infierno y está seguro de que su roñosa alma le pertenece a Lucifer.

Ni siquiera entonces, el traidor a la libertad de expresión va a encontrar respuesta alguna, porque su traición no es adquirida, lo que permitiría el anterior análisis psíquico, sino que fue concebida en el mismo instante en que el meollo de la traición, la quinta esencia de todo traidor, se introdujo en la célula cigoto que lo trajo al mundo, para desgracia del género humano. No se exagera.

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