Estados Unidos ha estado jugando el papel del matón económico mundial. Hasta ahora, ese país ha impuesto sanciones contra Afganistán, Burundi, Birmania, Cuba, Corea del Norte, China, Chipre, Haití, Libia, Líbano, Bielorrusia, Crimea, Eritrea, Irán, Irak, República Centroafricana, República Democrática del Congo, Rusia, Siria, Somalia, Sudán, Sudán del Sur, Rusia, Ucrania, Venezuela, Yemen y Zimbabue.

Si el acoso unilateral ha demostrado ser históricamente ineficaz para lograr objetivos geopolíticos convencionales, ¿por qué Estados Unidos insisten en intimidar a Venezuela e Irán?

Una mirada a la economía política internacional del mercado petrolero, un ámbito que se ha convertido en campo de batalla para promover objetivos de guerra, permite una apreciación de la dirección aparentemente irracional hacia la cual el presidente Donald Trump ha estado empujando la política exterior estadounidense.

La independencia energética de Estados Unidos requiere manipular los mercados.

Dado que los mercados internacionales son altamente especulativos, se suele creer que las tendencias de precios no pueden ser manipuladas. Esto no es así. Cuando se trata de materias primas energéticas y estratégicas, Estados Unidos no se sienta pacientemente a aceptar los precios sino que actúa para crear precios según sus necesidades.

Entre 2006 y 2014, cuando el auge económico de China incrementaba la demanda internacional de commodities, se produjeron cambios estructurales que, paradójicamente, favorecieron a Estados Unidos unos años más tarde.

En primer lugar, los altos precios del petróleo le permitieron a la industria del fracking convertirse en una opción financieramente viable. Esto, a su vez, le ayudó a Estados Unidos a superar gradualmente la dependencia energética que había experimentado durante 30 años y que lo convirtió en el mayor importador de petróleo del mundo en 2016, cuando compraba un promedio de 12 millones de barriles por día (bpd).

En diciembre de 2018, por primera vez en los últimos 75 años, Estados Unidos devino en un exportador neto de petróleo gracias a «miles de pozos que producen desde la región pérmica de Texas y Nuevo México hasta Bakken en Dakota del Norte y Marcellus en Pensilvania», Los Ángeles Times informó y recordó que “nos estamos convirtiendo en la potencia dominante del mundo», según dijo Michael Lynch, presidente de Strategic Energy and Economic Research, Inc.

Trump está cosechando el fruto de la actual independencia energética estadounidense, una condición a la cual él no contribuyó en lo absoluto. Sin embargo, esta abundancia de energía es frágil porque mantenerla presupone lograr precios del petróleo lo más altos posible.

Por lo tanto, para obligar a que eso suceda, cualquier cosa que amenace con disminuir la oferta mundial de crudo es realmente buena para Estados Unidos, incluyendo el bloqueo de las exportaciones venezolanas e iraníes. Y eso no es todo…

Si el pastel no puede crecer, ¡controla las rebanadas!

Si bien Estados Unidos tiene suficiente petróleo para incluso poder exportar una parte de sus excedentes, el país de Trump no puede satisfacer completamente las demandas energéticas mundiales. Esta circunstancia abre oportunidades para que Arabia Saudita y otros aliados puedan beneficiarse de las sanciones económicas contra Venezuela e Irán.

Antes de abril de 2018, cuando Estados Unidos comenzó a aplicar una nueva ronda de sanciones contra la nación persa, Irán era el segundo mayor productor de la OPEP y exportaba casi 3 millones de bpd. Desde entonces, sin embargo, su producción disminuyó en más de 1 millón de bpd.

En Venezuela, la política exterior estadounidense logró un resultado similar: entre febrero de 2018 y enero de 2019, la producción petrolera promedio disminuyó de 1,5 millones de bpd a 1,1 millones de bpd, un recorte del 50% por debajo de sus niveles de producción en 2006.

Estos resultados combinados han desencadenado una tendencia hacia la contracción de los suministros mundiales de petróleo, que podrían empeorar si la guerra civil libia agrega otro recorte de 1,2 millones de bpd en un futuro próximo.

Sin embargo, la mano invisible del mercado petrolero no es suficiente para asegurar que los altos precios que necesitaría Estados Unidos pues la oferta y la demanda globales están prácticamente equilibradas, moviéndose en torno a 99,5 millones de bpd, según datos de la Agencia Internacional de Energía (AIE).

Esto no cambiará uno por sí mismo: el crecimiento económico global no conducirá fácilmente a un nuevo auge en la demanda de petróleo. Por el contrario, factores como la guerra comercial de Estados Unidos contra China y el Brexit podrían reducir las perspectivas de crecimiento en todo el mundo.

En este contexto, donde la demanda de petróleo permanecerá más o menos inelástica, dejar a Venezuela e Irán fuera del mercado es equivalente a ampliar el tamaño de la rebanada que cada país recibe. Y, por supuesto, solo los afortunados pueden continuar disfrutando de su porción en los mercados petroleros. Entre ellos se encuentra Arabia Saudita, un país que podrá captar más clientes y ampliar su producción de petróleo sin violar los compromisos de la OPEP.

De hecho, los precios del petróleo ya respondieron a la escasez de suministro motivada políticamente por Estados Unidos. El precio spot promedio del barril de crudo subió de USD 56 en enero a USD 67 en mayo, un aumento del 16%. Esto no habría sido posible sin las sanciones que le impidieron a Venezuela vender más del 50% de su producción en febrero.

Ciertamente, el precio promedio internacional del petróleo probablemente se mantendrá por debajo de los USD 100 por barril, pero los precios actuales de este equilibrio inestable son suficientes para mantener a las compañías estadounidenses dentro del negocio de combustibles fósiles en su país y en el extranjero. Uno de los costos a corto plazo de esta maniobra podría ser la volatilidad de los precios. Sin embargo, el gobierno de Trump parecería haber asimilado tal eventualidad pues la estabilidad global nunca ha sido una de las prioridades de la política exterior estadounidense.

Mirándolo de manera pragmática, las consecuencias negativas de acosar a Venezuela e Irán son superadas por una recompensa muy lucrativa: 2 millones de barriles de petróleo por día.

«En la actualidad, Estados Unidos retira aproximadamente dos millones de barriles de petróleo por día del suministro mundial mediante sanciones a Irán y Venezuela. Washington espera que la creciente producción de petróleo de Estados Unidos, que se encuentre en un máximo histórico de más de 12 millones de barriles por día, mantenga los mercados globales bien abastecidos y los precios bajos», comentó Reuters el 5 de mayo.

La manipulación política de la oferta y la demanda es un juego arriesgado de búsqueda de rentas. Y aquí es donde la personalidad de Trump podría jugar un papel clave: él no es jugador adverso al riesgo. Por eso, hasta el momento, él no parece preocupado por los efectos colaterales de su guerra económica.

Uno de ellos es que las sanciones estadounidenses «ayudarán a los productores de petróleo porque los precios subirán y Rusia será uno de los productores de petróleo más importantes», dijo Robert Malley, ex asesor para el Medio Oriente del presidente Barack Obama, según informó RIA Novosti. .

Ya no vivimos en ese «buen viejo mundo» en el que la geopolítica de Estados Unidos tenía que ver con garantizar el flujo de recursos naturales baratos desde el proveedor más cercano.

«Por lo tanto, paradójicamente, una crisis de producción regional cerca del territorio estadounidense podría ser buena para Estados Unidos a medio plazo», escribió Giancarlo Elia Valori en Geostrategic y agregó que «Estados Unidos está totalmente a favor de un aumento en el precio del barril de petróleo y, por ello, indirectamente, a favor de las tensiones en Venezuela».

El «todopoderoso» dólar caería en desgracia sin el respaldo del petróleo

Trump abre frentes de guerra en todas partes. Esto no parece tener sentido a menos que sea una distracción. Pero no lo es.

El ascenso de China como potencia global ha estado transformando silenciosamente el sistema monetario internacional, otro elemento que impulsa a Estados Unidos a dedicarse a un acoso económico interminable.

Desde el abandono del patrón oro en 1971, el dólar estadounidense no está vinculado a ningún activo. Esto lo convierte, hoy más que nunca, en una moneda fiduciaria. En este tipo de casos, solo la producción de un país podría respaldar a su moneda a largo plazo. Pero, ¿qué sucede cuando la expansión monetaria se produce más rápido que el aumento de la productividad?

Como lo insinúa la frase «En Dios confiamos» que se encuentra en cada billete de USD 1, el valor del dólar depende de su capacidad para seguir siendo una moneda de reserva internacional, es decir, una moneda que otros países quieren poseerla para guardarla en reservas de divisas y usarla en sus transacciones internacionales.

En un mundo donde los agentes económicos no concurren cotidianamente a la Reserva Federal para que pedirle que convierta sus billetes en oro o en cualquier otro activo físico, la confianza en que el dólar tiene algún valor es aquello que le mantiene viva a la moneda estadounidense. El dólar se ha mantenido como una moneda poderosa porque, debido a una rutina basada en buena medida en la ignorancia, la mayoría de las transacciones internacionales sigue negociándose en dólares.

Si se tiene en cuenta este “secreto” del funcionamiento monetario internacional, se podrá apreciar que el asesor de seguridad nacional de Estados Unidos, John Bolton, confesó muy poco cuando admitió descaradamente que el intento de golpe en Venezuela tenía que ver con la búsqueda de recursos petroleros. En realidad, la agresión de Estados Unidos esconde mucho más que eso.

Si el dólar deja de ser la moneda más utilizada en el mundo, Estados Unidos no podrán emitir los billetes que necesita para financiar un déficit federal que ha persistido durante casi 50 años y que aumentó de USD 666 mil millones en 2017 a USD 779 mil millones en 2018.

«El déficit presupuestario anual de Estados Unidos es el resultado de que el gobierno federal gasta más de lo que recibe como ingresos. Se espera que el déficit estadounidense sea USD 1.1 billones en 2020. Ese es el mayor déficit desde 2012», escribió Kimberly Amadeo en The Balance, señalando cómo el presidente Trump ha incrementado el déficit para pagar gastos militares en niveles sin precedentes.

Si el dólar dejase de ser la moneda preferida del mundo, Estados Unidos tendría problemas para pagar las importaciones de una economía que, debido a su falta de competitividad internacional, ha generado un déficit comercial desde 1976 y que se llegó a USD 50 mil millones en marzo.

Por último, pero no por ello menos importante, si el dólar deja de ser poderoso, Estados Unidos muy difícilmente podría mantenerse un país del “primer mundo” ya que su deuda federal superó los USD 22 billones en febrero. Esta cantidad representa más del 76% de todo lo que Estados Unidos produce en un año. Sin embargo, la situación podría empeorar mucho más pues la relación deuda/PIB aumentará a 150% para 2049, según la Oficina de Presupuesto del Congreso.

Además de evitar que Venezuela e Irán exporten sus recursos naturales, Estados Unidos está buscando activamente evitar el colapso del dólar. Esto será inevitable en los próximos años como ya la historia de imperios previos lo ha demostrado. Porque está librando esta inútil lucha por mantener la fortaleza del dólar por un poco tiempo más, Trump es propenso a combatir el uso del trueque, las monedas virtuales u otros métodos de pago internacionales alternativos.

Las sanciones de Estados Unidos no son expresiones caprichosas de su presidente. Son herramientas utilizadas para intentar monopolizar el poder hegemónico en un mundo multipolar que no está dispuesto a tolerar tal aspiración. En la esencia del “bullying” estadounidense hacia otros países no hay desacuerdo ideológico sino decadencia económica.

* Artículo originalmente fue publicado en inglés en: https://www.telesurenglish.net/news/The-Spoils-from-Blockading-Oil-How-the-US-Profits-From-Sanctions-on-Venezuela-and-Iran-20190606-0016.html

Traducido al castellano por el autor especialmente para Ruta Krítica, agradecemos su gentil colaboración.

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