Estados Unidos está en un proceso de reconquista de América Latina para retomar su dominio, control y consecuente represión. Es algo parecido a lo que ocurrió en los años ’70 del siglo pasado. Cuba había abierto el camino con el triunfo de su revolución y en otros países las guerrillas buscaban alcanzar los mismos logros. Los cristianos participaban numerosos de este despertar y de las luchas populares y armadas. Ya la conciencia social no era la misma: se quería más democracia, más equidad y más dignidad para la mujer. La Iglesia católica se daba cuenta de que una nueva situación se estaba gestando y necesitaba actualizarse. Por esos motivos, el papa Juan 23 convocó un Concilio en Roma, o sea, una reunión de obispos de todos los países católicos en los años 1962-1965. Este se enfocó más en la situación interna de la Iglesia a partir de la realidad europea, con cierta preocupación por los países pobres del llamado ‘Tercer Mundo’.
En América Latina, la Iglesia católica decidió ‘aplicar el Concilio a América Latina’ y redefinir su misión y su presencia. Era la época de los grandes profetas y “Padres de la Iglesia latinoamericana”. Nombremos sólo algunos: Manuel Larraín en Chile, Helder Cámara en Brasil, Leonidas Proaño en Ecuador, Oscar Romero en El Salvador, Enrique Angelleli en Argentina, Samuel Ruiz en México… Los obispos de América Latina se reunieron en Medellín, Colombia, en 1968. Retomaron el sueño del papa Juan 23 de que ‘la Iglesia sea de todos pero más especialmente la Iglesia de los Pobres’. Se comprometieron a trabajar con ellos para su liberación, a la manera de Jesús de Nazaret. En la reunión de Medellín, definieron la pobreza como ‘empobrecimiento’ por el sistema capitalista, confirmaron las Comunidades Eclesiales de Base y emprendieron una opción por los pobres y sus causas. En las décadas siguientes, mediante nuevas reuniones confirmaron el rumbo emprendido en Medellín: en Puebla, México, en 1979 y Santo Domingo, República Dominicana, en 1992.
Fue en 1970, cuando el gobierno de Estados Unidos comprendió que su “patio trasero” se le estaba escapando. Envió a América Latina un equipo de especialistas para analizar la situación y hacer propuestas para retomar el control. El resultado fue la redacción de un documento conocido con ‘de Santa Fe’, California, -por ser la ciudad donde fue redactado. Daba varias orientaciones al gobierno de Estados Unidos para mantener su dominio sobre América Latina. Para controlar los gobiernos había que promover dictaduras favorables a los Estados Unidos. Para eliminar la Iglesia de los Pobres había, por una parte, que fomentar la presencia masiva desde Norteamérica de Iglesias evangélicas fundamentalistas y, por otra, desaparecer a sus mayores representantes y a las y los cristianos que se solidarizaban con los pobres y sus organizaciones en nombre de su fe. Murieron asesinados una docena de obispos, un centenar de sacerdotes y religiosas, miles de cristianos de las Comunidades Eclesiales de Base.
A pesar de esta persecución mortífera, con la llegada del nuevo milenio, los pueblos latinoamericanos habían logrado una mayor conciencia y sentían la necesidad de plasmarla en una nueva organización social. Fue en esa época en que los obispos latinoamericanos volvieron reunirse, esta vez en Aparecida, Brasil, en 2007. Confirmaron nuevamente las Comunidades Eclesiales de Base, la opción por los pobres, la evangelización liberadora, la inserción de los cristianos en los movimientos populares… Aparecieron gobiernos progresistas en la mayoría de los países con opciones antiimperialistas e integradoras a nivel latinoamericano. Las 2 décadas de este nuevo siglo marcaron el despertar de los pueblos latinoamericanos y su articulación internacional de sus organizaciones populares. Emprendieron el camino hacia una ‘Sociedad del Bien Vivir’ según la cosmovisión de los Pueblos Indígenas del Continente. Como en los años ’70, muchos cristianos se integraron en esta dinámica.
El gobierno norteamericano no tardó en reaccionar con las orientaciones del ‘Cuarto Documento de Santa Fe’. Había que destituir los gobiernos progresistas mediante golpes parlamentarios, privatización de la empresas nacionales y los servicios sociales, aumento del endeudamiento estatal, desprestigio a sus jefes de Estado progresistas en los medios de comunicación, acusaciones de corrupción, eliminación de los medios de comunicación opositores, persecución, aprisionamiento y asesinato de los representantes de una línea progresista, represión violenta de las manifestaciones antigubernamentales…
En esta situación las Iglesias evangélicas vuelven a tener protagonismo para encabezar manifestaciones a favor del retorno de una ideología derechista, capitalista y pronorteamericana. Biblia en mano, apoyan en Brasil la elección de un presidente fascista y en Bolivia un golpe de Estado del mismo signo, con las ‘bendiciones’ del presidente de Estados Unidos también elegido por el lobby evangelista.
Todo esto está sutilmente programado y muchos ciudadanos de a pie y de las clases medias están confundidos y apoyan estas nuevas orientaciones. Grupos católicos tradicionalistas se unen a los evangelistas por fortalecer esta embestida imperialista con la complicidad de las élites nacionales, las traiciones parlamentarias, el apoyo de las instituciones judiciales, la represión de la policía y del ejército… La voz y las actitudes del papa Francisco son tergiversadas por los grandes medios de comunicación internacionales y silenciadas por muchas jerarquías católicas.
En este año 2020, las resistencias siguen manifestándose en muchos países latinoamericanos. En Ecuador, huele ya la campaña electoral: buscan posicionarse los políticos tradicionales para conservar el poder que les regaló el presidente. Las mañas y artimañas seguirán de moda con el apoyo decidido de los medios nacionales de comunicación comercial. Como en décadas pasadas, los movimientos populares aportarán su valiosa contribución y los cristianos más conscientes seguirán comprometiéndose con ellos, para crecer en dignidad y protagonismo en la construcción de un país más equitativo y de un continente más solidario.
Conclusión: ¡Ubiquémonos!