Está visto que no podemos contar con aquellos a quienes, a través de un engaño monumental, elegimos en las últimas elecciones presidenciales. Bueno, con aquel, porque él mismo se encargó, con la ayuda de sus contratantes y/o chantajistas nacionales y foráneos, de cambiar desde el Vicepresidente a dedo y en el paquete venían ya unas cuantas frutas podridas que no tardaron en contagiar prácticamente a todo el canasto.
Está claro también que el sistema gubernamental al uso se encuentra bien sostenido por los poderes fácticos: el Imperio de turno, las gloriosas (nadie sabe por qué) FFAA, toda la partidocracia de la izquierda impoluta y de esa derecha que, en una impecable definición de Almudena Grandes, cuando pierde en las urnas se comporta como si le hubieran quitado el poder por asalto a mano armada, y con la bendición de la Santa Madre Iglesia preconciliar. Y que no van a permitir que gane limpiamente en las urnas nadie que no acceda a ser su nuevo chico de los mandados.
Está claro que la Asamblea Nacional es precisamente ese canasto en donde todas las frutas se pudrieron, y las pocas que quedan por más que se esfuercen casi nunca logran concretarse en un comeybebe medio aceptable precisamente por deficiencia numérica.
La pregunta es: ¿entonces, qué nos queda, antes de convertirnos en un estado fallido?
Tal vez lo que vaya a decir sea una barbaridad, pero creo que si algo no podemos hacer en este momento es quedarnos quietos, esperando que el HIjo del Hombre descienda sentado sobre una nube a arreglarnos la vida.
Puede parecer que nuestro campo de acción es bastante limitado, y por ese mismo motivo creo que, en lugar de pretender luchar cuerpo a cuerpo contra el dragón de Komodo con gangrena en que se ha convertido el gobierno nacional, debemos ir buscando instancias de acción en donde podamos hacer nuestra parte.
¿Y en qué consistiría ‘nuestra parte’?
En primer lugar, tenemos una responsabilidad respecto de nuestro comportamiento en relación con los medios de comunicación, o lo que Atilio Borón y Omar Ospina García llaman muy justamente «la canalla mediática». Si bien ellos mismos se han ocupado de mermar su credibilidad, existe gente que confiesa que todavía los sigue para ‘contrastar’, porque ‘hay que conocer al enemigo’. Personalmente, pienso que no debemos vivir hurgando los periódicos en busca de estiércol porque terminaremos salpicados. Y que además, en una especie de apostolado, debemos recomendar a quien lo acepte, que deje de seguir los medios al uso, encargados de sostener el esperpento político actual por obra y gracia de la ambición y la estulticia. Ahora bien, si alguien no puede prescindir de estos medios, no los replique, a no ser que sea absolutamente indispensable. No hay que olvidar que ellos viven de las prebendas y la publicidad, sí, pero también de eso que llaman raiting, y no es justo que nosotros, sus detractores, les ayudemos a tener uno bien bueno para que sigan pautando y alimentándolos.
Eso, para empezar. Ya sería algo de nuestra parte. En sucesivas entregas les seguiré contando lo que se me vaya ocurriendo sobre cómo hacer nuestra parte en estos momentos en que se necesita gente que haga la diferencia más allá de la politiquería burda y rastrera.