Lucrecia Maldonado
Una vieja máxima del comportamiento humano dice que los dioses de la anterior religión se convierten automáticamente en los demonios de la siguiente. Y eso es lo que se está haciendo, o tratando de hacer, en este momento.
La satanización comenzó nada más salir el Presidente Correa del Palacio Legislativo hace ya casi año y medio, y en el primer momento pretendió ser gradual. Sin embargo, poco a poco, y en un in crescendo cada vez menos controlado, se comenzó a convertir en demonios a todos los personeros que se mantuvieron fieles a la filosofía y a las autoridades del gobierno anterior (menos de los que se hubiera pensado) y a todos aquellos que se manifestaran, de una u otra forma ‘correístas’, tanto así que una de las intenciones manifiestas del régimen del Presidente Moreno es la ‘descorreización’ del Ecuador.
¿En qué ha consistido, hasta ahora, la agenda de ‘descorreización’? Como ha ido sucediendo durante este último año y medio, las acciones concretas desmienten paso a paso un discurso cada vez menos hábilmente estructurado. Por ejemplo, en lo que se refiere a la tan manoseada ‘libertad de expresión’, consistió más bien en secuestrar los medios públicos para que se unieran al discurso anticorreísta de los medios privados centrándose en cualquier defecto de la década anterior e impidiendo la aparición o funcionamiento de cualquier otro medio que ofreciera información alternativa a las particulares agendas del régimen morenista.
Otro punto de la descorreización era el supuesto autoritarismo de Rafael Correa. Y algunos exagerados hasta lo acusaron de violar los derechos humanos. En este momento hemos visto algunas cosas que nos dejan con la boca abierta, aunque nadie se atreve a articular un leve sonido al respecto: un hombre lleva ya un año en la cárcel sin una sola prueba válida que sostenga tal hecho; otro, allá, en la embajada ecuatoriana en Londres, languidece incomunicado con grave peligro para su salud física y mental después de que, por órdenes del poder mundial, el gobierno le retirara el apoyo que su antecesor le había brindado; en una espuria conmemoración del 30S de 2010, más mediática que auténtica, el falso médico que pretendió impedir la salida de Correa del hospital de la policía para así propiciar su eliminación, agrede con palabras soeces y gestos violentos a una humilde mujer que va a dejar su ofrenda floral en el lugar. No estallan los discursos feministas, los famosos ‘activistas’ de los derechos humanos hacen mutis por el foro.
Y así, por cientos.
La palabra ‘correísta’ se utiliza como insulto, como lo fue, en su tiempo, ‘comunista’, y como han sido otras palabras tales como ‘indio’, ‘longo’, ‘mitayo’ o ‘negro’, demostrando solamente los tortuosos caminos con que la intolerancia campea todavía entre nosotros. Mientras, poco a poco, y siguiendo un libreto trazado al milímetro, repleto de falsedades, dobles discursos y mentiras a cual más pintoresca, se entrega nuestro país al dominio de una potencia extranjera, se colocan a dedo funcionarios en cargos claves, y se continúa devolviendo el país a quienes medraron de él olvidando a la gran mayoría de la población y satisfaciendo sus más perversos intereses a partir de vergonzosas prebendas.
En su famosa novela de crítica al colonialismo europeo, El corazón de las tinieblas, el escritor Joseph Conrad nos muestra cómo los poderes ocultos del mundo manejan con hilos invisibles lo peor del ser humano, y cuán profundos son los pozos de maldad, abyección y horror a los que se puede llegar a través de los floridos discursos de quienes prometen salvarnos de lo que a ellos no les convino y a nosotros nos mostró el horizonte de otro mundo posible.
Pero tal vez ahora, cuando nos encontramos descendiendo vertiginosamente hacia el fondo de ese corazón de las tinieblas, sea el momento de buscar una luz de esperanza más allá del falso discurso político satanizador de aquellos que pretenden utilizar la blanca túnica de los ángeles, bajo la cual esconden las escamas de su piel de lagarto y las diabólicas intenciones de los amos del mundo que los manejan desde la sombra con hilos cada vez menos invisibles.