Por Xavier Flores
En lo principal, hay dos sentimientos en juego en las elecciones del 7 de febrero: el fastidio y la nostalgia. Ello se explica por un antecedente.
El votante ecuatoriano, en su inmensa mayoría, no cree en el sistema político-electoral, sabe que es corrupto y perverso. El sistema se sostiene por la amenaza de una multa dirigida a quienes no acudan a votar pues la mayoría de los votantes, si no estuvieran constreñidos por esta amenaza, simplemente no se molestarían en ejercer su derecho al voto. Lo renunciarían, muy gustosos.
El votante ecuatoriano sabe, o intuye, que los partidos y movimientos tienen escasa o nula ideología política, que son principalmente agencias de administración de puestos públicos y de distribución de fondos del Estado en tiempos de elecciones/en la gestión pública. En rigor, los políticos ecuatorianos desprecian a su electorado (tal vez sepan que su promedio de lectura es de medio libro al año, probablemente de autoayuda o de basurilla religiosa), pues se lo trata como a ganado o jardín de infantes, como bestias o niños, unos capitis diminutio a quienes se les dirige mensajes toscos o banales. Para la mayoría de políticos ecuatorianos, lo importante es que el sistema político-electoral, corrupto y perverso, siga funcionado y siga repartiendo (v. ‘Una revolución contra la idiotez’).
El votante ecuatoriano intuye que, en este país, el órgano electoral (established in 1945) no es imparcial, que favorece siempre a los poderosos de turno. Intuye, finalmente, que la política es una disputa de facciones, no para beneficiarlo a él, pero para beneficiar a unos cuantos avivatos que están en el ajo, que participan del sistema político-electoral y sus periferias. Esta sensación, además, en los tiempos de Lenin Mojón en la Marea Moreno y la pandemia del coronavirus se ha agudizado a niveles extremos, hardcore. Es probable que jamás antes se lo haya sostenido a un Presidente tan impopular (un nivel de aceptación de un dígito porcentual) por tanto tiempo. Ello habla horrores de nuestra clase política (v. ‘La revancha popular’)
Así, el votante ecuatoriano es un escéptico por experiencia. Siente que todos a la final llevan o fracasan, o ambas. Pero tampoco es tonto, porque sabe distinguir entre unas épocas y otras. La historia no es lineal: él sabe que hubo momentos mejores que otros, que hay momentos de avances y de retrocesos (hasta la basurilla religiosa lo sabe: v. el Eclesiastés byrdeado).
Aquí entran los dos sentimientos que digo están en juego en la elección del 7 de febrero. Si el votante ecuatoriano se decanta por el fastidio, su candidato es un anti-sistema, un tipo que no está asociado a las alturas del poder en los últimos años. Ese pudo haber sido Alvarito, ese hombre ahora es el mestizo aindiado Yaku Pérez, y ese, también, en la versión extrema del fastidio (muy recomendable), es el voto nulo (sobre el voto nulo, v. ‘En defensa del voto nulo’).
Ahora, si el votante ecuatoriano se decanta por la nostalgia, su candidato es Aráuz, porque a ese candidato lo asocia con el gobierno de Rafael Correa, que es su necesario punto de contraste para juzgar al gobierno de Lenin Mojón en la Marea Moreno. La sensación de nostalgia del votante ecuatoriano se acentúa con cada nuevo episodio de corrupción, de cinismo y/o de incompetencia, de los que el nefasto gobierno del Mojón Moreno hace gala, día a día, de una manera incesante, como en la tortura de la gota de agua.
La nostalgia por el ‘correísmo’ crece porque el gobierno del Mojón Moreno se quiso definir por contra al gobierno de su antecesor, y así, su gestión política se orientó a politizar a los órganos de la institucionalidad pública (vía el desquiciado y dictatorial Consejo Transitorio del Notario Cabrera de la Política) y del sistema de justicia para perseguir al ‘correísmo’. Y lo han hecho de una forma tan burda e incompetente, tan imbécil y tosca, tan fuera de la ley y tan proclive a las demandas internacionales por violaciones de derechos, que el único efecto que pudieron obtener tras tantos esfuerzos, corruptos y perversos, fue fortalecer al ‘correísmo’ y avivar la nostalgia del votante ecuatoriano por la opción política a la que tanto buscaron hundir y eliminar entre 2017 y 2021. Y si la campaña de Aráuz/Correa logra convertir a esa nostalgia en esperanza, este 7 de febrero un joven burócrata de 36 años y un día podría incluso ganar en primera vuelta.
Todo depende de cuánto pese la nostalgia este domingo. Pero a juzgar por todo lo mal que se ha actuado durante el gobierno del Mojón Moreno, podría resultar suficiente para ese triunfo (y por suficiente, quiero decir al menos unos cinco puntos porcentuales por encima del 40% de los votos válidos, pues el CNE es un sujeto de cuidado…)
Tomado del blog de Xavier Flores