Por Dax Toscano Segovia
La masacre perpetrada en diversas cárceles del Ecuador, donde fueron asesinadas con total crueldad 79 personas privadas de libertad debido a los amotinamientos producidos y los enfrentamientos entre bandas delictivas, plantea la necesidad no solo de debatir sobre la situación carcelaria del país y su sistema judicial, sino sobre el modelo de sociedad que se está construyendo en el plano económico, social y cultural.
La responsabilidad sobre lo sucedido en las cárceles del Turi en Azuay, en la regional Guayas, la penitenciaría de Guayaquil y la de Cotopaxi recae fundamentalmente en un gobierno inepto y miserable que ha destruido el país, generando más miseria, más desempleo, mientras nada ha hecho por atender los temas de salud, educación, seguridad social y ciudadana, fomento de la cultura y, mucho menos, por resolver la dramática situación que se vive en los centros carcelarios del país.
En junio de 2019 reos de la cárcel regional del Guayas decapitaron a William Poveda, alias “El Cubano”, para luego jugar con su cabeza como si se tratara de un balón. En julio del mismo año, Jonathan Rodríguez Sánchez, alias “Suzuki”, miembro de la banda de “Los Choneros”, fue asesinado en la cárcel de Cotopaxi.
Los amotinamientos se sucedieron en ese entonces en los centros carcelarios de Guayaquil, Cuenca, Latacunga, mientras que en marzo de 2020 hubo un motín en la cárcel de Sucumbíos. Las bandas delictivas prácticamente tomaron el control de las cárceles, hecho que, lamentablemente, continúa hasta la presente fecha sin que el gobierno y el Servicio Nacional de Atención Integral a Personas Adultas Privadas de la Libertad y Adolescentes Infractores (SNAI), responsable del sistema penitenciario, hayan tomado las medidas necesarias para solucionar esta situación crítica puesto que los PPL tienen bajo su poder armas corto punzantes, de fuego y, según relata una funcionaria de la cárcel del Turi, hasta motosierras.
Tras el cometimiento de estos hechos, han circulado por las redes sociales vídeos grabados por los propios PPL que participaron en esos abominables actos, los cuales de inmediato se “viralizaron”.
El morbo caracteriza a determinados sectores de la sociedad que, como resultado de su deformación mental, encuentran en el derramamiento de sangre, en el crimen atroz un elemento de gozo emocional, aunque luego hagan cuestionamientos morales sobre lo acontecido, claro está mientras comparten las imágenes macabras a otros miembros de sus redes.
No debe sorprender este tipo de conducta en personas que, sometidas a procesos brutales de intoxicación a través de las pantallas, se han entusiasmado viendo las películas en las que Silvester Stallone ha destrozado varias cabezas o golpeado hasta la muerte a varias personas como en Cobra, Rambo o Rocky o en las que el Guasón se deleita asesinando a sus víctimas.
El problema que enfrenta la sociedad ecuatoriana tiene también que ver con lo que se le ofrece a través de la llamada industria “cultural”, que no es otra cosa que una industria de la alienación y la violencia. Bastaría hacer una exposición del listado de películas, series, novelas y reality shows que año tras año se ofrece a la niñez y la juventud para confirmar lo expuesto: Chucky, el muñeco diabólico, Batman: el caballero de la noche, Rápidos y Furiosos, 12 horas para sobrevivir, Por 13 razones, Factor miedo, Las muñecas de la mafia, Sin tetas no hay paraíso, El cartel de los sapos, etc.
Estas producciones, y otras más, fomentan estilos de vida que se basan en el individualismo, el éxito fácil y la de una vida basada en el delito, el tráfico y el consumo de drogas como mecanismos para lograr alcanzar un estatus dentro de la sociedad.
Este mundo también lo exaltan los cantantes fabricados por la industria musical para, mediante producciones sin gusto, sin estética y belleza artística, inducir a la niñez y la juventud a conductas violentas contra las mujeres, al machismo, al consumo de alcohol y drogas y al sexo solo como una actividad de satisfacción física, donde el amor o la implicación de la pareja no cuenta. Bad Bunny, Maluma, Anuel AA, Farruko, Rihanna, Lil Pump, sin ningún reparo ético, animan en su canciones y videos a que se trafique y consuma droga, se beba alcohol desaforadamente y se tenga sexo con mujeres a las que se les considera como un objeto, aunque los hombres también son vistos de igual manera.
Jon Illescas, autor de los libros La dictadura del videoclip y La educación tóxica, ha hecho investigaciones muy serias sobre lo expuesto.
Estas cuestiones, vinculadas a la situación económica y social que vive el país, son importantes para comprender el nivel de violencia que hoy existe dentro de la sociedad ecuatoriana. Un país en el cual se ve como un referente a un peleador de la UFC, en vez de a educadores, científicos o literatos, es un país que atraviesa serios problemas, puesto que lo que se exalta es la agresión sin límites, en un enfrentamiento cruel, cuyo objetivo es someter, sin piedad, al otro u otra.
Los medios de comunicación han jugado un rol totalmente negativo en este sentido en el Ecuador. Periódicos y noticieros de televisión que naturalizaron la presentación de imágenes y escenas violentas, de personas asesinadas, hasta programas de producción nacional donde el insulto y las conductas agresivas entre una pareja eran exhibidos como humor o donde el negro era considerado como delincuente o el montubio como tonto, pretendiendo con ello sacar risas al público o programas de radio donde los comentaristas no dudan en insultar a otras personas y amenazarlas, porque mientras más lo hacen, más machos aparecen ante su público.
Flor María Palomeque, conocida como “La Mofle” y David Reinoso, “El Panzón” se enfrascaban en discusiones de pareja en las cuales cada uno denigraba al otro en su condición, todo esto exhibido como un buen ejemplo para quienes llevan una vida juntos. Estos dos personajes, además, han sido convertidos en referentes de la política, al servicio de los grupos de la derecha.
Hoy, el país está conmovido frente a los terribles hechos suscitados el 23 de febrero de 2021. Hace unas semanas, muchas personas lloraban por el asesinato del presentador de televisión Efraín Ruales. Vivimos en una sociedad del espectáculo, donde hechos brutales son los que perturban la tranquilidad de las personas que dejan de lado otras realidades que son todavía más crueles, como el suicidio de jóvenes que mediante ello encuentran una salida a la crisis económica que viven sus familias, la pobreza extrema que se agudiza en el país y que genera muertes, la falta de vacunas pentavalentes para la niñez y la desidia de un gobernante preocupado por el programa de “Master Chef” y que, aprovechándose de la situación que se ha dado, ha enviado nuevamente el proyecto privatizador del Banco Central para blindar a la banca privada.
El gobierno de Moreno ha hundido económicamente al país. Sus secuaces han sido responsables de brutales actos criminales contra quienes se han manifestado en su contra. María Paula Romo, ex ministra de Gobierno, exhibía sin ningún pudor, en una portada de una revista, la imagen de un rostro de una pintura de mujer sin un ojo, justo en el momento en que las fuerzas policiales habían destrozado con una bomba lacrimógena, en una manifestación pacífica, el ojo de Jhajaira Urresta. El sadismo con que las fuerzas represivas actuaron en octubre de 2019 en contra del pueblo al que muchos sectores de la oligarquía trataron con desprecio, nada debe envidiar a las actuaciones brutales cometidas por las bandas delictivas en las cárceles del Ecuador.
Indignarse, conmoverse implica reflexionar sobre estas realidades. Pero también significa denunciar las conductas matoniles de sujetos como Fernando Villavicencio, electo recientemente como asambleísta, quien a través de Twitter lanza amenazas contra el periodista Alexis Moncayo o los insultos emitidos por personajes como Carlos Vera o Jaime Bayly en programas “periodísticos” en la televisión ecuatoriana o como el facho de Alfonso Pérez Serrano, de Ecuador en Vivo, que en 2017 hacía un llamado a la ciudadanía para arrastrar y quemar al presidente Rafael Correa.
Ojalá estos hechos dolorosos sirvan para que la gente piense en función de la construcción de una sociedad más justa, más humana y solidaria, donde las figuras exaltadas por la cultura traqueta, como las de Pablo Escobar o las del Chapo Guzmán, no sean exhibidas en memes o presentadas como las de héroes que sirvieron a los pobres, sino como las de delincuentes al servicio de una estructura de poder oligárquica criminal.
Es hora de que haya un cambio cultural radical que evite la destrucción mental de nuestras sociedades.