Carol Murillo Ruiz
Dicen los que gustan repetir lugares comunes que el Ecuador vive tiempos cuánticos. Cuando se lee objetivamente qué significa en el mundo científico lo cuántico caemos en la cuenta de que tal como lo usan el mandatario y quienes califican los actos de su gobierno, en realidad denigran a los investigadores que por años estudian con seriedad e inteligencia un campo de la física y sus múltiples teorías.
Así, cada vez que Moreno habla, dentro o fuera del Ecuador, el chiste cansino es que otra vez ‘le salió lo cuántico’. Pero quizá lo que en verdad pasa es que él y su régimen no tienen ninguna sustancia espesa, digamos metafóricamente, cognitiva de peso, para entender y proyectar el fin de representar a un Estado. Ni saben cómo informar lo que hacen tras bastidores porque el disco duro comunicacional del gobierno es operado por alguien que se demora en articular verbalmente una idea y menos redactarla con recato institucional.
En este contexto, resulta que el Secretario Nacional de Comunicación, de apellido Michelena, viajó a Argentina (Salta) a la 74ª Asamblea General de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) para leer un discurso a nombre de Moreno. Quería a través de ese texto, cual chasqui aventajado y diligente, comunicar lo que postula su régimen en torno a la libertad de expresión y el papel de los medios de comunicación en Ecuador (y supongo que en el mundo). Incluso matizó su intervención con frases referidas a la democracia, el desarrollo y la gobernabilidad.
Si allá causó buena impresión y sus palabras sonaban políticamente correctas es porque estaba rodeado de los dueños y los representantes de la prensa de nuestro continente. Pero acá, durante toda la semana pasada, lo que se habló de él –en medios y redes sociales- gracias a las declaraciones que esparce en cada pasillo o evento público en el que asoma, fue desastroso, por decir lo menos. Imposible decir que lo que hace el chasqui oficial es un episodio cuántico, imposible y soso.
Tal vez su disertación y estilo, si a eso se puede llamar estilo, es la catadura fiel de lo que es para este gobierno la comunicación pública y la comunicación política: nada que deba trabajarse con rigor para promover una conexión respetable y honesta con la ciudadanía y/o las audiencias.
La mejor perla del chasqui fue esta (que reprodujo en su tuiter): “Prometimos una cirugía mayor a la corrupción, y el periodismo honesto es nuestro aliado. Hoy Ecuador es un país de transparencia, protegemos y vigilamos que exista un Estado de derecho, de libertad de expresión y de prensa”. Vaya confesión perfectamente concordada en forma y fondo. En resumen: el régimen hizo un pacto con los medios (¿y los periodistas?) para maquillar en conjunto y sin alborotar a la gente sobre los nuevos objetivos que se obtuvieron en los diálogos presidenciales con los sectores más acaudalados del país. Dieciocho meses después, si se mira bien la conformación del gabinete ministerial, se nota que el viraje ideológico, político y económico del morenismo (¿hay morenismo o una ristra de oportunistas atrás de la presa estatal?) es el neoliberalismo aplicado a cuenta gotas. En todo, hasta en la comunicación oficial. Porque cada cosa que dijo el chasqui contradecía lo que él mismo hizo durante la última década, es decir, cuando trabajó como subalterno de la misma Secretaría que hoy tutela con las justas.
Por ejemplo: habló de la anterior censura y mordaza. ¿Él fue parte activa de ese esquema sancionatorio y persecutor al que se refirió tan suelto de huesos en un escenario propicio para la ficción y la postverdad (la Asamblea de la SIP) que ahora inunda la metafísica mediática global?
También reseñó, a la ligera, las próximas reformas de la Ley Orgánica de Comunicación. En fin, las generalidades rebosaron una pieza discursiva muy conocida en Ecuador y en la región: la libertad de expresión es un rosario de santos y los medios la herramienta para agenciar los valores más altos de vivir en democracia.
Por acá, en cambio, se burla de que a los empleados y periodistas de un medio incautado –en manos de su gobierno- no se les pague los que se les adeuda. Por acá ordena comunicados oficiales que más parecen panfletos que desprecian el protocolo diplomático de la propia Cancillería que hace mutis por el foro. Por acá se olvida de que él fue parte de la organización y ejecución de las sabatinas que ahora demoniza. Por acá se olvida de que su misión en estos dieciocho meses no ha sido la comunicación gubernamental sino el montaje de una ubicua campaña propagandística para incidir en la percepción y construcción del sentido común de la ciudadanía contra la corrupción de la revolución ciudadana (de la que fue, es significativo recalcarlo, un subalterno aventajado y ¿clandestino?). Por acá se olvida de que lastima a la gente que lo conoce –de antes- porque siente que su eventual superioridad profesional y moral no alcanza para asumir la representación gubernamental que tiene y que solo la ostenta porque el Presidente confía más en su incondicionalidad que en su cacumen. Por acá se olvida de que un gobierno requiere un estratega en comunicación política local e internacional y que lo que ha logrado en este lapso es que la burla y la mofa abunden en los espacios donde nadie se doblega a aceptar la verdad oficial elaborada por los funcionarios y los “periodistas aliados” como él mismo lo confesó en Argentina. Por acá se olvida de que hay un periodismo de opinión en los mismos medios aliados –públicos y privados- que día a día y sin querer queriendo dan a conocer, entrelíneas, la médula íntima de su gobierno y sus designios, y que los lectores atentos ya intuyen que la hipérbole del poder dibujada de Carondelet es de tinta de agua.
Pero quizá lo más sugestivo que leyó el chasqui diligente en Salta es lo siguiente: “No le tememos a la crítica, confiamos en ella como un recurso para corregir errores. En mi país, la prensa tiene todo el apoyo y libertad. Que eso sea un estímulo para siempre hacer buen periodismo”. Cuando dice “no le tememos” habla de “su gobierno”. Ojo. Yo le tomo la palabra.
Así nomás es este régimen transitorio. Una colección de perogrulladas, y una profunda frivolidad para equipar un aparato de inducción comunicacional con la finalidad de que la gente crea que el cercano pasado, donde el chasqui ejercía de subalterno productivo, fue solo corrupción y despilfarro. Ojalá el chasqui no tenga rabo de paja. Lo digo con el corazón en la mano.