Por Daniel Kersffeld


La gran pregunta que por estas horas se formulan asesores y funcionarios del gobierno de Joe Biden es qué hacer con Rusia una vez que el conflicto con Ucrania termine o, al menos, entre un impasse. Y aquí es donde se nublan las perspectivas sobre un futuro que sea, al menos, un poco menos oscuro que este presente.

En Washington si existiría un consenso en establecer en el corto plazo un conjunto de medidas de reducción de riesgos sobre todo en cuanto al control de armas. Las preocupaciones por la utilización de armas nucleares, químicas y biológicas está a la orden del día, y su control es un punto de coincidencia entre demócratas y republicanos, y entre las pocas palomas y los muchos halcones que abundan en ambos partidos.

Visión de Guerra Fría

Pero más a largo plazo, sólo existe la indeterminación. En este sentido, no sería extraño que la visión que finalmente se imponga sea la impuesta por los viejos cuadros políticos provenientes de la Guerra Fría, comenzando por el propio presidente Biden y seguido por los miembros más destacados y añejos de su círculo íntimo.

La fórmula que seguramente elegirán será la de la “contención”, la misma que pretendieron desarrollar Estados Unidos y las principales potencias occidentales frente a una Unión Soviética que lucía irrefrenable una vez concluida la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, y a tono con el momento actual, la contención política no serviría si al mismo tiempo no se insistiera en la recurrente (y cada vez más discutida) práctica de sanciones económicas como forma de castigo y como correctivo moral frente a abusos de poder, falta de libertades, restricciones democráticas, etc., que nutren el discurso de cualquier régimen liberal occidental.

En este sentido, la actual intervención de Rusia en Ucrania, dio pie a que los gobiernos de Estados Unidos, de la Unión Europea y de varios países europeos y asiáticos aplicaran sanciones económicas de una dureza notable. Se incluyen así bloqueos a las transacciones con los sectores industrial, bancario y energético, el congelamiento de billones de dólares en activos rusos, restricciones a la importación de recursos naturales y tecnológicos, así como también sanciones a empresas, entidades y personas, entre otras medidas.

Sanciones privadas

Pero esta situación tiene una particularidad y es que, además de las que provienen de los Estados, las sanciones también son aplicadas por empresas privadas.

Así, se han sumado las multinacionales dedicadas a la producción de energía, como las petroleras BP (British Petroleum), Shell y ExxonMobil; las automotrices Daimler TrucksVolkswagenVolvo y Ford; las aeronáuticas Boeing y Airbus; aerolíneas como British Airways y Delta; y gigantes financieros como MastercardVisa y American Express. Lo mismo podría decirse de la industria del espectáculo y el entretenimiento como Netflix, Warner, Disney, Sony y Nintendo, así como también cuatro símbolos del actual sistema capitalista como son Amazon, McDonald’s, Coca Cola y Starbucks.

En todos los casos, este inédito bloqueo por parte de empresas privadas ha sido incentivado por los gobiernos, pero también por un comportamiento en el que prima el castigo y la cancelación como forma de aumentar las ventas y de mejorar la imagen corporativa, ya no sólo valorada en términos de “responsabilidad social” sino también de “compromiso político” con la libertad y la democracia.

Con todo, hasta el momento no se percibe que las sanciones hayan generado un efecto positivo sobre la situación interna en Rusia. Muy por el contrario, las directivas de Moscú hacia Ucrania se han mantenido sin cambios e, incluso, han provocado un mayor poder de fuego.

¿Qué expectativas tienen políticos y empresarios por medio de las sanciones? Fundamentalmente, provocar cambios internos a costa del malestar de la sociedad y de la creciente degradación de sus instituciones políticas. Sin duda, un mecanismo perverso que, en todo caso, apunta a generar un desborde violento de caos e ingobernabilidad como paso previo y necesario a la salida de Putin del gobierno.

Crisis global

Pero las sanciones no sólo tienen un trasfondo inmoral. Está claro que, a diferencia de otros casos, respecto a Rusia no sólo se atenta contra la economía del país, ya que los efectos de las sanciones afectan a toda la economía global. Así, las sanciones contra Rusia confrontan la racionalidad del sistema capitalista.

En Europa, ya se percibe un importante incremento en la inflación debido a la dependencia del suministro de materias primas, alimentos y energía. El gobierno de Biden (que sigue en descenso en las encuestas) debe lidiar con un aumento inédito en el precio de la gasolina, en tanto que resulta afectada la industria electrónica por la falta de semiconductores y baterías. Asimismo, varias naciones asiáticas comienzan a sufrir el fuerte aumento en los precios de la energía y de las materias primas.

Y todo eso sin ahondar en el crecimiento de la pobreza en los países en vías de desarrollo, y en el aumento del hambre y de los problemas estructurales en los países más pobres.

Así, el informe de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) indica que, como resultado de las sanciones contra Rusia, el crecimiento mundial probablemente disminuirá a 2,5 por ciento en 2022 tras el 5,6 del año pasado.

Escenario Crítico

Frente a un escenario crítico en el que a la larga todos pierden, debería ensayarse una nueva mirada en torno a Rusia que contemple la necesidad de integrarla a la economía global antes que a castigarla a través de sanciones y de un creciente aislamiento internacional.

Se requieren por tanto nuevas fórmulas cooperativas que refuercen una nueva impronta multilateral a través de bloques y organizaciones que tiendan puentes en aspectos colaborativos, más allá del distanciamiento en términos de seguridad y de defensa.

Los BRICS podrían desempeñar un papel fundamental en el llamado a la paz entre Rusia y Ucrania. La CELAC, como un único bloque, también podría erigirse en un actor con capacidad de movilizar el diálogo. Mientras tanto, las Naciones Unidas deberían ser reformadas para adecuarse exitosamente a estos nuevos tiempos.

El imperativo es la paz, pero también la construcción de un nuevo orden global mucho más abierto e inclusivo.

Tomado de página 12

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