Por Daniel Kersffeld


El actual conflicto entre Rusia, Ucrania y la OTAN podría tener derivaciones inesperada si a las recientes acusaciones por la utilización de armas químicas, se comprueban las denuncias formuladas desde Moscú en torno a la producción de armas biológicas en biolaboratorios establecidos en suelo ucraniano con apoyo económico de los EE.UU.

Según el gobierno de Vladimir Putin, en la actualidad el Pentágono financia investigaciones en biolaboratorios con “muestras de coronavirus de murciélago”, y además avanza en la producción de armamento a partir del bacilo causante del ántrax. Por otro lado, se señaló que EE.UU. instaló laboratorios biológicos similares en otros estados ex soviéticos y “a lo largo de las fronteras con Rusia”.

El conflicto Rusia – Ucrania, minuto a minuto

Estados Unidos niega

Por supuesto, las acusaciones fueron rechazadas desde Washington, que no negó la existencia de los laboratorios ni de su financiamiento, pero que sí señaló que nunca se utilizaron para la fabricación de armas biológicas.

En este sentido, y de acuerdo con la Casa Blanca, fue desde 2005, cuando se puso en marcha el Programa de Reducción de Amenaza Biológica (BTRP, por sus siglas en inglés), que Estados Unidos invirtió aproximadamente 200 millones de dólares en, al menos, 46 laboratorios, instalaciones médicas y estaciones de diagnóstico ucranianos.

Según el Pentágono, el propósito siempre fue el de mejorar la seguridad biológica de Ucrania, y la seguridad y la vigilancia de la salud pública humana y animal del país.

La presidencia de Joe Biden señaló además que los documentos presentados por el gobierno ruso no eran identificables y que, por el contrario, sólo se trataría de una campaña de “desinformación” orquestada desde Moscú. De igual modo, acusó a Rusia de intentar organizar una “operación de bandera falsa” por medio de un ataque con armas biológicas, que sería luego atribuido a las fuerzas militares norteamericanas.

Europa y China

La tensión aumentó todavía más cuando la Unión Europea respaldó la respuesta estadounidense y cuando China demostró su apoyo a Rusia. Desde Beijing, el gobierno de Xi Jinping enfatizó que “Estados Unidos tiene 336 laboratorios en 30 países bajo su control, incluidos 26 sólo en Ucrania” y que “debería dar cuenta completa de sus actividades militares biológicas en el país y en el extranjero y someterse a verificación multilateral”.

Finalmente, la polémica instalada favoreció la intervención de la Organización Mundial de la Salud (OMS). El organismo internacional aconsejó a Ucrania la destrucción de los patógenos de alta amenaza alojados en los laboratorios de salud pública del país para evitar “cualquier derrame potencial” que pudiera propagar enfermedades entre la población, según información de la agencia Reuters.

Conspiración trumpista

En Estados Unidos, las indagaciones se pusieron en marcha el pasado 8 de marzo cuando, en una audiencia pública, el senador republicano Marco Rubio le preguntó a la Subsecretaria de Estado para Asuntos Políticos, Victoria Nuland si, efectivamente, Ucrania producía armas químicas o biológicas. La falta de una respuesta concreta por parte de Nuland, una figura clave para Washington en Ucrania desde la revolución del Maidan en 2014, sólo favoreció la generación de especulaciones de todo tipo

Así, las versiones se afincaron y fortalecieron en el sector de la derecha vinculada al ala trumpista del Partido Republicano. Su rechazo hacia el gobierno demócrata llevó a varios de sus referentes y voceros a que asumieran públicamente la defensa de Putin y, más aún, la justificación de la intervención rusa en Ucrania.

De hecho, fue Tucker Carlson, el conductor y columnista estrella del Canal Fox, quien se encargó de reproducir y amplificar las versiones sobre el peligro inminente de una guerra bacteriológica de la que, en su suposición, el gobierno de Biden finalmente sería responsable.

Desde el escenario político hay al menos dos dirigentes, sin mayor peso ni estructura, que cobraron notoriedad en los últimos días por sus declaraciones sobre la existencia de los biolaboratorios en Ucrania.

Una es Tulsi Gabbard, ex congresista y ex precandidata demócrata a la presidencia en las pasadas elecciones de 2020, quien últimamente se convirtió en una habitual panelista en el programa de Carlson.

Un par de semanas atrás Gabbard expresó su preocupación ante la posibilidad de que los patógenos investigados en “25 ó 30” biolaboratorios financiados por Washington pudieran caer en manos enemigas. El senador republicano Mitt Romney no dudó en acusarla por difundir “mentiras traicioneras” que equivalían a “propaganda rusa”.

En tanto que la actual representante republicana Marjorie Taylor Greene se pronunció públicamente en contra de los biolaboratios y presentó una propuesta de ley para “detener la financiación de los contribuyentes para armas biológicas”.

Taylor Greene no sólo es considerada como una discípula de Donald Trump, sino que también cobró notoriedad al ser la primera activista en llegar al Congreso por parte de la controversial red QAnon, constituida en torno a diversas teorías conspirativas y al apoyo incondicional al ex presidente.

Para el gobierno de Biden, resulta positivo que la versión sobre los biolaboratorios surja de expresiones minoritarias y de la derecha radical, aquella que todavía no reconoce la derrota electoral de Trump, que encarna al movimiento antivacunas, y que imagina a los demócratas como responsables de todo tipo de acciones desestabilizadoras e inconfesables.

Guerra informativa

Desde el discurso oficial, cualquier intento de revisión de este asunto forma parte de una más amplia estrategia de “guerra informativa” que transcurre al mismo tiempo y en un nivel semejante al de la actual guerra en Ucrania.

Mientras tanto, la amenaza de los biolaboratorios sigue vigente, en medio de un conflicto sin solución a la vista, bajo acusaciones cruzadas, y con el temor creciente a un enfrentamiento de consecuencias impredecibles. 

Por RK