Por Lucrecia Maldonado
Durante la última quincena de julio aparecieron en redes algunas imágenes, memes y posts que invitaban al público en general a sentir y expresar su ‘orgullo heterosexual’. Recuerdo uno en especial: una fotografía de una pareja heterosexual en el día de su boda, vestida de blanco ella, él de esmoquin, en un paisaje romántico e idílico.
Es obvio que, a no ser que se trate de un asesino, de un genocida, de un mentiroso contumaz o de un impoluto practicante de cualquiera de los siete pecados capitales, cada uno de nosotros y de nosotras debe, más que orgullo, sentir aceptación por lo que es y lo que hace. Pero hablando de orgullo relacionado con la orientación sexual o el género, tal parece que es necesario aclarar algunos puntos.
En primer lugar, aunque las personas heterosexuales lo sientan así, de ninguna manera están siendo atacadas. De hecho, su orgullo se impone en el mundo judeocristiano como un símbolo de pureza o de integridad moral. La visibilización de las otras orientaciones no es un ataque contra la heterosexualidad, sino una manera de mostrar que no es la única posibilidad de vivir, y que existen otras orientaciones sexuales que no constituyen ni un vicio, ni una falta moral, y peor un delito.
Por otro lado, las personas defensoras de este tipo de teorías, creen que la orientación sexual es una cuestión de elección. Se escuchan con frecuencia términos como opción o preferencia sexual. No es así. Así como usted, señora, señor, señorita, señorito no escogió ser heterosexual, una persona homosexual o una mujer lesbiana, o incluso un bisexual, un trans o un travesti, y peor un intersexual no han escogido vivir la realidad que viven. Las ciencias de la vida y del comportamiento humano aún no determinan las causas que llevan a que una persona tenga una orientación sexual diversa en relación con la normativa social.
La homosexualidad se encuentra presente en la especie desde sus orígenes, y existen documentos y hasta textos literarios que así lo consignan, por ejemplo la epopeya sumeria Gilgamesh, que data de más de mil años antes de la era común.
Pero además, ¿por qué es un absurdo reclamar el ‘orgullo heterosexual’? Que yo sepa, nadie tiene que andar por ahí explicando que lo es. A nadie le preguntan por qué ‘se hizo’ heterosexual, o si no quisiera dejar de serlo. Y así tiene que ser porque, como ya se dijo, la orientación sexual no es voluntaria. Pero solo en el caso de la heterosexualidad se da por sentado. Si va a buscar trabajo o quiere entrar una iglesia, no digamos que se lo permite sin problema, sino que no hay cuchicheos ni miradas cargadas de sospecha. Durante los años oscuros de la Inquisición, se acusó de homosexualidad y de la práctica secreta de la sodomía a los cátaros y a los templarios, falacias y mentiras que más tarde se demostraron, y en el segundo caso se demostró además que fue para quedarse con las propiedades y bienes de los mencionados religiosos, algo, por otro lado, muy frecuente en los procesos del Santo Oficio.
Cuando los españoles llegaron a América, en donde la homosexualidad era común en algunas etnias aborígenes, no se les ocurrió mejor idea que arrojar a los indígenas homosexuales a ser despedazados por perros entrenados para el efecto. En los países islámicos es considerado un delito que se castiga con muerte por lapidación. En muchos países ser homosexual fue un delito castigado con cárcel hasta bien entrado (y casi salido) el siglo XX. En nuestros días muchas iglesias y familias acuden a las llamadas clínicas de deshomosexualización, en donde a los hombres homosexuales se les veja de maneras inenarrables, y a las mujeres se las viola (entre otras cosas) para que ‘tomen el gusto’ de la heterosexualidad.
Por otro lado, un homosexual no es necesariamente un pervertido, un abusador de niños o un violador de gente de su mismo sexo. Los abusos que entran en lo patológico, en la psicopatía y en el derecho penal no van con la homosexualidad como una condición sine qua non, como se pretende dar a entender con una buena dosis de malicia. Sería importante que se investigue cuántos abusos y actos de pedofilia se producen también o son cometidos por gente heterosexual antes de activar el prejuicio. Y aquí también merece citarse lo irónico que resulta que una de las instituciones que más ha perseguido la homosexualidad a lo largo de su historia, albergue en su seno gente que ha cometido numerosos actos de pederastia homo y heterosexual.
Sería bueno saber también por qué se instauró el 28 de junio como el Día del Orgullo Gay, primero, y luego LGBTIQ+. Fecha que, al igual que el Día Internacional del Trabajador (1 de mayo) o el Día Internacional de la Mujer (8 de marzo) nace de dolorosos y humillantes momentos de represión y abuso contra poblaciones vulnerables como los trabajadores y las mujeres que reclamaban mejores condiciones laborales, y, en este caso, la población GLBTI que se juntaba para no ser estigmatizada, maltratada y muchas veces incluso asesinada tan solo por su condición diversa respecto de la norma. Al igual que en las otras fechas citadas, el día del Orgullo nace en una masacre, y en la necesidad de revalorizar el derecho a la diversidad de quienes, sin proponérselo, viven una orientación sexual diferente a la canónica.
Así que si usted es heterosexual y se enorgullece de ello, no le vamos a quitar el gusto, pero recuerde que también existen, como grandes cualidades humanas, el cariño, la empatía, y sobre todo el respeto hacia quien nada nos ha hecho y merece ser y existir tanto como nosotros, nosotras y nosotres. Y recuerde a ese Dios de compasión a quien citó Jesús, y que decía: «Misericordia quiero, y no sacrificio». Y también «ámense los unos a los otros como yo les he amado». Es decir aceptándonos como Él mismo, si es que ha existido, nos hizo lo que somos.
Tomado de ojos puestos