Por Jimmy Herrera
En su memoria
El Samas (1965-2024), como le decían sus amigos de la alfarada,deja un legado en el cine ecuatoriano como guionista, docente, productor y director, en un recorrido ecléctico que también lo llevó a la prosa, la música y la dramaturgia. Esta variedad artística fue de la mano de la hinchada por la Liga de Quito, y de la pasión por Alfaro Vive Carajo (AVC), aquel movimiento rebelde en el que militó con itinerancias desde 1985, hasta el 2 de abril pasado, cuando falleció consecuencia de un cáncer. Este final resulta un comienzo para rever ese mundo suyo blandiéndose permanente con una inteligencia que cautivó, un cariño abierto que se dejó sentir y un cague de risa fácil que afinó la vida con humor e ironía. Como si la vida fuera para amar y ser amado.
Si bien El Samas era de la barra de la LIGA, desde los doce años, fue parte de la selección de básquet del colegio San Gabriel, en Quito, precisamente cuando los jesuitas decidieron no inscribirla en campeonatos. Él fue su pivote. A los quince años tomó el rumbo de los sociales, en la especialidad del bachillerato, entonces creó su grupo de música en los ritmos del canto social latinoamericano, sonando con su voz algo afinada e interpretando el charango o la guitarra. En el último año de secundaria se unió a la iniciativa de los Jueves Culturales junto a los físico matemáticos dedicados al rock criollo. Entonces, lo expulsó el inspector, motivo por el cual terminó la secundaria en el colegio Benalcázar. Allí también cultivó más amigos y la política en el Frente Antioligárquico y la solidaridad con las luchas de liberación nacional centroamericanas.
Un año después ingresó a la Facultad de Agronomía de la Universidad Central. ¿Qué lo condujo a esa carrera?, ¿su eclecticismo?, ¿la revolución agraria en su mente? En todo caso, él ya era parte de la insurgencia de AVC y participó en la política estudiantil, allí llegó a ser representante cultural de la ASO y reclutaba a sus amigos para hermanarlos en el riesgo al recuperar cédulas, matrículas y licencias de conducir de las oficinas públicas donde la gente las había olvidado o perdido; también conseguían información de los trayectos de camiones con alimentos, porque la alfarada los tomaba por sorpresa y distribuía sus productos en los barrios, al estilo Robin Hood modernos.
Su humor e irreverencia lo llevaban a todo escenario, incluso a su casa, cuando se dispuso a hacer pólvora casera: tomó la balanza de su madre para hacer pasteles, molió el carbón, lo cernió y luego midió las proporciones para mezclar con el azufre y el nitrato de potasio, que los adquirió en la Botica Alemana, en el centro de Quito. Al probar la combustión, llenó de humo la casa y, asfixiado de la risa, apenas pudo encubrir la hazaña abriendo las ventanas y puertas para que saliera el humo. Cuando sus padres descubrieron el olor y los rezagos de la humareda circulando por las habitaciones, la sala y el comedor, optaron por preguntarle con quién se estaba llevando.
El primer operativo en el que participó con otros compañeros de AVC fue en la toma del barrio Quito Sur, cosa que él nunca supo, porque solamente formó parte del grupo que debía recuperar un camión lleno de pollos y llevarlo hacia el barrio popular donde se distribuirían. Él haría de chofer. Una vez que llegara al punto indicado, él debía irse del lugar de la manera más discreta. Mientras tanto, otro grupo esperaba en el barrio para que, cuando llegue el camión con el Samas al volante, se activarían las tomas del EMPROVIT (una empresa de alimentos estatal), del retén policial y de la reunión de pobladores que se desarrollaría en el mercado. La idea era hacer presencia armada y tomar relación directa con la gente; incluso un dirigente de AVC explicaría la presencia de los alfaristas promoviendo sus ideales democráticos, la exigencia de derechos y lucha por una vida digna. Sin embargo, nunca llegó el Samas porque lo detuvieron previamente mientras conducía un camión lleno de pollos, lo que llevó a suspender todo lo previsto.
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AVC Documental (2015, 105’), largometraje galardonado con tres premios nacionales y cuatro internacionales, hace parte de un cine que miró el panorama de violencia de los 80s en el Ecuador. Junto a los rodajes Alfaro Vive Carajo, del sueño al caos (2007, 95’), de Isabel Dávalos; Mi corazón en Yambo (2011, 120’), de María Fernanda Restrepo, y La muerte de Jaime Roldós (2013, 109’), de Lisandra Rivera y Manolo Sarmiento, hacen una muestra significativa de ese otro cine que irrumpió con fuerza a inicios del siglo XXI y marcó a una producción nacional desenfrenada de cine documental. Se trata de una corriente de artistas que también incidieron en la construcción de una nueva institucionalidad y ley de fomento al cine nacional, con una perspectiva integral de la gestión, la formación y la creación de espacios alternativos para un público ávido.
Estos cuatro largometrajes, que se difundieron ampliamente de manera local como internacional, incluso en televisión, revelaron el idealismo de los jóvenes de los 80, las atrocidades de los crímenes de lesa humanidad, la trama de la política ecuatoriana en torno al magnicidio y un panorama complejo de la geopolítica, en historias contadas con calidad cinematográfica y una renovada actitud crítica frente a lo que se dejaba ver en el país, sobre todo desde las cadenas de cines comerciales y la televisión ecuatoriana.
Este otro cine dio un giro a sus relatos haciendo de los chivos expiatorios los protagonistas del drama, la tragedia y algo de humor, en las historias nacionales, y que la versión oficial había ocultado y estigmatizado. Esta generación de cineastas proyectó su arte en ese telón del retorno de la democracia en el país, luego de las dictaduras de los 60 y 70, y cuando ser joven representó un riesgo mortal.
La película del Samas opta por una mirada del amor despojándose de todo por corresponder al ideal; así, aquel panorama histórico se trata desde el protagonismo de los rebeldes que irrumpen optimistas en el desencanto nacional.
Logra ubicar dos momentos en la cronología de AVC. El primero que comprende a los inicios de la organización insurgente hasta finales de 1985, cuando los guerrilleros son reconocidos en el espacio de la política ecuatoriana como los protagonistas de la oposición a un régimen oligárquico, y a quienes se les dedica las políticas de terror estatal para ser aniquilados: “igual que a pavos, a la víspera”, como lo anunció Jofrey Torbay, el Secretario de la Administración Pública, al inicio del febrescorderato (León Febres Cordero gobernó de agosto de 1984 a agosto de 1992).
El segundo momento de AVC lo plantea hasta febrero de 1991, cuando se acuerda la paz y se dejan las armas en un evento masivo en la tradicional plaza de San Francisco, escenario de las convocatorias de marchas y protestas sociales en Quito.
Esta cronología es interpretada desde ese despojo amoroso en el que los protagonistas se entregan apasionados a su causa revolucionaria y las consecuencias son atroces porque el Estado no escatima en el secuestro, la tortura, el chantaje, la violación y la desaparición contra toda aquella persona que caiga en la sospecha de la subversión. Mauricio Samaniego es un protagonista más de aquella polifonía extensa de testimonios, que marcan el ánimo de los dos momentos del relato: en el primero con entusiasmo infinito y en el segundo con la tragedia de la persecución.
En esta versión, si bien el Samas proyecta una historia con un final propositivo al ilusionarse de la opción por retomar la lucha armada, cobijado por la dignidad de la rebelión acontecida en los 80 y el ideal de la democracia en armas, la película recurre nuevamente a ese amor infinito que quiere compartir la aventura.
Esta visión de la alfarada, motiva a pensar que hubo más contextos que el Samas no los trató. Tanto lo relacionado al entorno interno de AVC que se suscitó a partir de la Tercera Conferencia de AVC, en mayo de 1988, donde se trataron las paradojas de reestructurar un movimiento hacia tres escenarios distintos: la lucha insurreccional o el campo electoral con reivindicaciones de una democracia radical, o una mixtura complementándose las dos anteriores; alternativas distintas y difíciles, en un contexto que convocó a su mejor militancia sobreviviente y dispuesta a asumir los nuevos retos. Como también lo relacionado, en otro aspecto, a la caída del Muro de Berlín a finales de 1989, con la consecuente transformación de la geopolítica a partir del fin del bloque socialista de la ex URSS, que provocó una avalancha en contra de las guerrillas latinoamericanas debido a la fragilidad de las alianzas internacionales y el recrudecimiento de las políticas neoliberales; este aspecto amenizó las negociaciones de paz en El Salvador con el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional, el M-19 de Colombia y AVC de Ecuador. Y, por otro lado, quizás lo más importante de este panorama, la emergencia indígena que lideró el primer levantamiento nacional con la flamante Confederación de la Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE), ocurrido en mayo de 1990; este levantamiento consolidó un giro de la política nacional (y continental) al reconocimiento de las mayorías populares de la diversidad cultural en la nación y la diversidad de perspectivas para hacer la democracia.
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El Samas, a inicios del 2000, trabajaba con los cineastas ecuatorianos Sebastián Cordero e Isabel Dávalos, con quienes compartió su interés de hacer una película sobre AVC. El resultado fue genial: dos películas potentes sobre el AVC, con casi ocho años de diferencia entre la de Isabel Dávalos y la suya. Sebastián Cordero siempre estuvo cerca de ambos procesos fílmicos, como un aliado creativo, de amistad y cariño a favor de tratar el Ecuador de los 80 desde una óptica del cine contemporáneo criollo.
El legado de AVC Documental alienta otra importante revelación, y que sus detractores no lo conciben posible, y tiene que ver con la rareza de esta organización rebelde, porque no fue guerrerista: su accionar fue de propaganda armada, sobre todo, no de confrontación. Se puede ver que en diez años de vida guerrillera hubo cientos de acciones y en apenas seis operativos lo planificado falló y el desenlace a tiros fue fatal: hubo cuatro policías fallecidos y otro herido. Mientras, hubo cientos de alfaristas detenidos, más de una veintena de acribillados y tres desaparecidos. Incluso en la confrontación consecuencia de la retención del banquero Naím Isaías, éste fue asesinado por el ejército que tomó la casa cercada de La Chalá, en Guayaquil (1985), luego de detonar explosivos y acribillar a todos sus ocupantes.
Los guerreristas fueron otros, y contra todo un país. El Samas lo dejó clarísimo con muchos testimonios, archivos y una estructura simple y cautivante.
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Más acá –al rememorar al Samas y su AVC Documental, en un Ecuador que revive la violencia de Estado con sus perspectivas guerreristas que desplazan el sentido común de los derechos humanos y de las políticas sociales y culturales para conseguir la paz social– tiene mucho sentido tratar el legado artístico de una generación visionaria respecto a la construcción de la democracia: pluralidad, exigencia ciudadana, militancia, amor y mucho cine memoria.