Iván Sierra
Hace algunos años, cuando intentábamos salir de la edad de piedra a través de la institucionalización de algunas actividades relevantes para la vida de la sociedad como la comunicación, la salud y la docencia se incluyó en la Ley Orgánica de Comunicación la exigencia de tener título universitario en Comunicación Social para ejercer el periodismo.
La ley devolvió a las aulas a muchos presentadores y presentadoras de programas de radio y televisión; la mayor parte de ellos ahora ya tiene título universitario y son mejores profesionales. Aprender no duele, no hace daño, no mata ni engorda ni empobrece.
La exigencia del título, además, ayudó a dignificar la profesión de periodista, a regularizar sus sueldos y a proteger a los profesionales de los abusos laborales de ciertos empleadores.
La regulación también abrió las puertas a una nueva generación de periodistas que entró a refrescar viejas prácticas y a aportar otros rigores aprendidos en los claustros universitarios locales e internacionales; cito como ejemplo el reciente premio Jorge Mantilla Ortega logrado por Thalíe Ponce con su entrevista titulada No te puedes quedar en un feminismo de autoestima.
Ahora, mientras escribo estas líneas, se discute en la Asamblea Nacional la posibilidad de eliminar el requisito del título universitario para el ejercicio del periodismo. Según el asambleísta Jorge Corozo (PAIS-PK), presidente de la Comisión de los Derechos Colectivos, Comunitarios y la Interculturalidad, “todos podemos ser periodistas si así lo queremos”.
Corozo no camina solitario; algunos asambleístas del morenismo coinciden con él aludiendo que así se viabiliza plenamente la libertad de expresión como si esta dependiera del libertino acceso a micrófonos y pantallas y de la licencia abierta para dictar sentencias desde los micrófonos como lo confesara hace pocas semanas el periodista Andrés Carrión sin un atisbo de vergüenza.
El rol del periodista es, dependiendo el curso de la vida de una persona, tan importante como el de un profesor. O incluso más. El profesor comparte conocimientos, forma en la criticidad, en los valores, etc., pero solo tiene esa oportunidad mientras el estudiante lo sea, y eso en Ecuador termina en la mayoría de los casos a los 18 años de edad con el bachillerato. El periodista, por su parte, nos acompaña todos los días desde la radio encendida en casa, desde el televisor del comedor popular, desde el periódico en las salas de espera o desde la noticia leída en un portal web.
El periodista nos acompaña también a través de las conversaciones que otros nos proponen a partir de sus propios consumos de noticias. ¡No hay cómo librarse del periodista! Es más persistente que el ángel de la guarda, que el predicador a domicilio y que el call center que nos ofrece un seguro de GEA (perdón por el improperio). El periodista es, sin exageración alguna, omnipresente en nuestras vidas.
Esa omnipresencia hace que desde la prensa se pueda moldear buena parte de la opinión ciudadana y de su actitud frente a los problemas más importantes de una sociedad. Por ello una mala prensa es un desastre social. En palabras de Joseph Pulitzer, “una prensa cínica, mercenaria y demagógica producirá un pueblo cínico, mercenario y demagógico”.
Uno de los pueriles argumentos a favor de modificar la ley es que Hemingway o Gabo no se titularon de periodistas y ejercieron la profesión con brillantez. Por Zeus, es un dislate. Ellos eran genios.
Otro argumento (me da vergüenza hasta mencionarlo) es que cada medio de comunicación tiene el criterio para decidir a quién contrata. Por Zeus y todos los dioses del Olimpo, incluido Messi: ¿Los medios de comunicación? ¿Aquellos que dictan sentencia desde los micrófonos? ¿Los mismos que ahora blindan a Moreno, cobijan a Jurado y pactan con Michelena?
La comunicación social es, por sí misma, suficientemente importante para la vida de una sociedad como para que esté a merced del criterio de los dueños de medios de comunicación que han demostrado que necesitan no solo la actual Ley Orgánica de Comunicación, sino incluso más regulación, más control, más rigor para que no volvamos a tener periodistas haciendo de jueces o de actores políticos con el blasón de la libertad de expresión.
No solo debe exigirse título universitario a quien ejerza el periodismo, sino que para entrar a estudiar Comunicación Social debe exigirse un puntaje mínimo igual al de Medicina.
Un mal médico puede matar a una persona o a dos. Una prensa cínica, mercenaria y demagógica puede matar a un país.