Edison Hurtado
Mauricio Rodas no ha podido ser sino un alcalde improvisado, con agenda errática, sin autocrítica y, sobre todo, incapaz de generar consensos o dar un norte a su gestión. Su propio asesor de campaña en 2014, el inefable Jaime Durán, afirmaba pomposamente que “le ayudó a ganar la alcaldía”, aunque Rodas “ni siquiera conocía Quito”.
La coalición de SUMA, CREO y VIVE que llevó a Rodas a la alcaldía resultó ser más un frente electorero que una plataforma de gobierno, con programa o capacidad de gestión. Rodas pescó la alcaldía, pensando más en su afán de promocionarse políticamente que en ser alcalde de la capital.
Con ese origen, donde la weberiana ética de la responsabilidad resulta ausente, la gestión municipal muestra signos de desgobierno: pésimo manejo de la basura, lógica clientelar en las administraciones zonales, mal manejo de la “solución vial Guayasamín” y peor gestión de los ofrecidos ejes viales o los Quito-cables, etc. También está la denuncia de las coimas cobradas por dos de los concejales cercados a Rodas, frente a la cual el alcalde no ha atinado sino a hacerse el desentendido. En el Metro, la mega obra de la ciudad, no hubo sino dilaciones y no hay aún claridad sobre las obras complementarias que se necesitan, pese a que gran parte del presupuesto se va en ella. También hay sombras de Odebrecht en la alcaldía que aún no se disipan, pero que los medios estratégicamente disimulan.
No sorprende, entonces, que los miembros del concejo municipal sistemáticamente le hayan dado la espalda a un alcalde sin luz, a veces por convicción, otras por conveniencia. Con un alcalde sin programa, sin partido, sin liderazgo, no es de extrañar que los concejales de lo que fue Alianza País le hagan oposición y fiscalización. Están llamados a eso en una democracia de equilibrios y contrapesos, aunque también a la colaboración si hubiese condumio en la gestión.
Lo que sí resulta decisivo es que Rodas no haya podido marcar un mínimo liderazgo ante los ediles de su propia coalición y, siendo optimistas, ante el pleno del concejo, para que se sumen a un programa de gobierno que beneficie a la ciudad. No ha sido capaz. Incluso sus ex aliados, Daniela Chacón y Esteban del Pozo, que fungieron como vicealcaldes, se alejaron, ambos alegando ineptitud del alcalde.
Quedan para reflexionar las implicaciones de que la alcaldía de Quito la haya ganado Rodas, no por sus méritos, sino por la baja popularidad del exalcalde Barrera, cercano a Correa en ese entonces. En el electorado, más pudo la animadversión al candidato de Correa que pensar en las consecuencias de elegir a un improvisado para la gestión municipal. Ahora vivimos las consecuencias de tal novelería política.
Rodas sale de la alcaldía por la puerta chica. Quemado. Con su mala gestión al frente de Quito, no le será fácil posicionarse en elecciones futuras. Su espacio, el de la derecha, está copado por Nebot y Lasso. Por todo eso, es obvio que los cálculos para la reelección no le dan y prefiere no postularse. De hecho, tan poca legitimidad tiene en las encuestas (70% reprueba su gestión) que no es difícil imaginar que la iniciativa para la revocatoria del mandato, que se impulsó en la ciudad hasta hace poco, solo iba a pintar una mancha más al alcalde deslucido, haciendo más indigna su salida.
La marcha del sindicalismo torero
¿Por qué será que muchos de los “chagras” que marchan para reinstalar las corridas de toros son rubios, algunos pelirrojos y otros oji-azules? ¿De qué haciendas y de qué familias son los que marchan en nombre de “defender las plazas de trabajo asociadas a la tauromaquia”? Marchan porque -dicen- rememoran “tradiciones”. Pensamiento conservador y actitudes patronales se disfrazan de progresistas, apelando al derecho al trabajo… Boniticos. Casi parecen bolcheviques defensores de los sindicatos pro-toreros que se han quedado sin la hegemonía donde regodeaban (sus) herencias y costumbres. Parece que no se enteraron que ya hace algunos años en Barcelona, en la “madre patria”, suspendieron los toros, luego de una iniciativa popular presentada en el Parlamento de Cataluña. Y lo mismo en muchos otros lados…
El movimiento anti-taurino en Quito, animalista y plebeyo, triunfó en la Consulta que se hizo al respecto. Sin ser tan fuerte y sin los enormes recursos de los hacendados pro-taurinos, el movimiento animalista logró leer el hastío y la oposición de las grandes mayorías en contra de una fiesta elitista que reinstala lógicas coloniales, feudales, hacendatarias… La prohibición del espectáculo de matar toros en público, fue una derrota infringida a las rancias élites, que no se acostumbran a las deliberaciones democratizadoras. Son los llamados a mandar, a que se les obedezca sin chistar. Cómo les debe doler no poder mantener “sus tradiciones” que, según ellos, son “las tradiciones” de los quiteños. Solo les falta un club de defensa de los valores, o una selecta “asociación de quiteños residentes en Quito”. No faltan, eso sí, los tránsfugas de clase, usualmente clasemedieros en ascenso, en búsqueda de la condescendencia de las élites (una palmadita), que acogerán el llamado para defender a las castas dueñas de las tradiciones con pretensiones dominantes. ¿Contaremos entre ellos al licenciado Moreno? Por lo pronto, hace poco ya se dejó ver con sus nuevos amigos, los banqueros Fidel Egas y Abelardo Pachano, acompañando a toreros en almuerzos campestres. ¿Qué le dirá el JuanSe, tan taurino él, ahora tan cercano a aquél?
Que las fiestas de Quito no tienen luz, está claro. Las chivas entretienen a un segmento de la población, usualmente oficinistas, y reemplazan a casi todo otro espacio festivo. Las verbenas populares, entre tragos y música en la calle, operan muy vagamente como instancia carnavalesca (de trastoque del orden). En Quito, el presupuesto para las fiestas se reduce cada vez más y no hay agenda ni oferta cultural de calidad (ya ni siquiera en el verano). Sobre todo, está claro que se han ido debilitando los imaginarios de integración cívica de la ciudad, los sentimientos de pertenencia a la capital, y con ello, incluso las ganas de celebrar las fiestas. Quito se mueve sin proyecto societal, sin proyecto político, sin horizonte integrador, con un alcalde que llegó por rebote. ¿Dónde se encuentra la “quiteñidad” hoy? ¿Qué referentes nos unen a los habitantes de esta ciudad?
Que todo eso no haga que regresemos a ver a la sangrienta y deshumanizante fiesta de los toros como espacio para “rescatar las tradiciones”. ¿Qué proponen los y las candidatos/as a la alcaldía? Rodas ya se va (por la sombra) y no deja nada relevante en este tema, ni en ningún otro. Las rancias aristocracias creen que tienen un momento para restaurar su “ole”. ¿Será? Las candidaturas a la alcaldía de Quito no despiertan ninguna esperanza, no evocan un imaginario de ciudad. Desde Cumbayork y Tumbahatan, nuevos polos de convivencia residencial de las élites de la ciudad, no se mira sino con recelo a Calderón, a Marianitas o al Comité del Pueblo. El Norte no mira al Sur. O entre ambos polos se miran con desconfianza. Quito es una ciudad de segregación creciente. Y entre todo eso, las fiestas…