Por Renato Ortega Luère

La Mancomunidad del Chocó Andino está ubicada al noroccidente de la provincia de Pichincha. Su nombre proviene de la combinación de dos regiones megadiversas de este planeta: el Chocó Magdalena y los Andes tropicales, que ocupan principalmente la costa Pacífica de Colombia y la del norte del Ecuador, incluida la vertiente occidental de los Andes, donde se sitúa el Chocó Andino, aproximadamente entre los 500 y 4500 metros de altitud.

Su superficie abarca el 30% de la provincia y su vocación productiva se concentra en el turismo, los lácteos, la caña de azúcar, el café de especialidad, el cacao y las frutas tropicales. El mayor servicio ecosistémico que provee es el oxígeno y el agua. Los bosques son los protagonistas. Los árboles atrapan agua del aire hasta cuando no llueve, y lo que es más importante, capturan hasta 250 toneladas de carbono por hectárea.

Estos bosques están habitados por cerca de 150 especies de mamíferos, 640 de aves, 90 de reptiles, 120 de anfibios y más de 3000 plantas vasculares. Muchas especies están en peligro de extinción y cualquier pérdida de árboles solo hace precipitarla y aumentar la lista, además de la fatídica erosión de sus suelos, entre otros efectos graves.

Debido a su riqueza en biodiversidad e importancia ecológica, fue nombrada Reserva de la Biósfera por parte de la UNESCO en 2018. Ostenta varios títulos más, pero ninguno la defiende de muy serias amenazas. Desde hace varios años, la minería ha entrado y comprado predios mediante el disfraz del fin agrícola. Los habitantes han resistido de manera continua a estas actividades, con protestas (inmediatamente reprimidas por la fuerza pública y asediadas por ‘grupos de seguridad’ privados), la incautación de minerales en bruto, y con algunos logros en forma de sentencias legales, tras un largo y engorroso proceso judicial.

Pero ahora los peligros son aún mayores, desde que se ha abierto el catastro minero para nuevas concesiones en la zona. Poco parece importar la voluntad de la ciudadanía convocada a un referéndum en agosto 2023, que fue favorable a la conservación: el 70% de los votantes del DMQ dio un contundente SÍ a la vida y un rotundo NO a la minería metálica.

Sin embargo, esta voluntad quiere ser ignorada, desconocida, violada por las autoridades nacionales, a quienes no parece importarles las consecuencias previsibles para toda actividad minera, legal o ilegal, ‘sustentable’ o de ‘mínimo impacto’, como suelen estar suavizadas por las empresas nacionales e internacionales, habitualmente aliadas. El lucro inmediato es lo que impulsa a violar la voluntad popular, a irrespetar una decisión tomada democráticamente por los habitantes de Quito y de la Mancomunidad del Chocó Andino.

La minería, en cualquier parte del mundo, necesita de una gran superficie, enorme volumen de agua y acceso a ríos para evacuarla, a este punto, altamente contaminada, un veneno para cualquier ser vivo. Basta observar a países vecinos como Perú, Chile y Bolivia para saber que estas afirmaciones son innegables, por más argumentos que sus ejecutores presenten. El resultado es el mismo: tierras devastadas, grandes extensiones de residuos en lagunas de lixiviación, ríos contaminados, y poblaciones, en su momento explotadas, y más tarde, abandonadas. Bien lo saben los habitantes de las zonas mineras de esos países, inicialmente inclinados a aceptar esa venenosa y arrasadora actividad, para más tarde encontrarse con sus territorios devastados y sin posibilidades de recuperación.

Y en el Chocó Andino este es su futuro, a menos que exista una verdadera movilización de sus oponentes, una resistencia legal bien sustentada y la presión de todos los votantes del Distrito Metropolitano de Quito para que su decisión, expresada en 2023, sea respetada. Son pocas las opciones frente a una codicia por demás desatada. Y este es solo el comienzo de un plan bien estructurado para saquear los recursos naturales — específicamente minerales y agua, a corto y mediano plazo —   además de destruir la democracia y las instituciones que la sustentan, para ‘libremente’ poder saciar su voracidad, en el largo plazo.

Los próximos años parecen demandar a los habitantes del Chocó Andino una respuesta firme, constante y consecuente con un lugar natural poseedor de una evidente diversidad biológica, el hogar del último bosque montano y de todos sus habitantes.

Por RK