Carol Murillo Ruiz
Qué tortuoso evaluar un año político en el que las principales acciones del gobierno de Lenín Moreno no han estado encaminadas a administrar un país transformado material y políticamente –no tantísimo como se hubiera deseado, pero sí notablemente- sino a destruir y desacreditar el primer intento, del siglo XXI, en el Ecuador, por cambiar desde la praxis de lo público, los parámetros de un proyecto nacional que reconfigure las relaciones sociales y económicas que hasta hace más de una década había determinado el destino de la gente en este punto del planeta.
Y es tortuoso porque a nombre del consenso y del diálogo se ha compuesto un discurso ¿político? que niega el conflicto y los beneficios de los viejos grupos económicos hoy encaramados en las prioridades específicas de un Ejecutivo que cuenta con el apoyo de los poderes fácticos y la connivencia de sectores sindicales organizados, que hoy ni se ruborizan al firmar respaldos –a favor de los transitorios– contra la sensatez y sensibilidad social de los siempre excluidos y utilizados cuando conviene por el empresariado local.
Un año de cerriles contradicciones, engaños e incertidumbres. Nunca la república ha estado en manos de una camarilla que oculta sus intenciones políticas y económicas gracias a la fabricación de un discurso y forro mediático sin parangón. La transparencia que supone hoy contar con abundantes canales de información para contrastar hechos o interpretarlos es nula. Vivimos, sin casi reproches, en medio de un gigantesco biombo de mentiras o verdades a medias.
Pero lo principal se asienta en que un proyecto de país, que ganó las elecciones en abril de 2017, fue cambiado por otro que está lejos de reivindicar una visión social, política y económica tanto del Estado cuanto de la sociedad. Nadie dice que no se cometieron errores en la consecución de ese proyecto; nadie niega que era imperativo acelerar y radicalizar decisiones y horizontes en los espacios neurálgicos en que las viejas relaciones de poder pugnaban por abrir intersticios de influencia y resquebrajamiento interno del equipo que gobernó esos diez años, pero a la vista de hoy, también sabemos que muchos de los que se creía eran compañeros de ruta y parecían apuntalar el proceso, hoy se muestran como poco nobles quintacolumnistas de algo que siendo nuevo y susceptible de ajustes, alentaba el propósito de construir una base ideológica y política que mudara los enfoques que la sociedad tenía de la política desde el atril del Estado, del renovado Estado que se estaba erigiendo con los trances –además- de la cultura política ecuatoriana. Amén de los casos de corrupción que, a contrapelo de lo que muelen los clérigos de la plutocracia local, no es el sello único de lo que fue la revolución ciudadana. Esa mentira algún día caerá rendida ante la constatación de que las elites no son tan santas cuando usan la institucionalidad para hacer negocios que no siempre son diáfanos y que se sirven de su cobertura para pintar todo de legalidad, honradez y legítima inversión de sus capitales. Sobre todo ahora que gracias a la plasticidad y maleabilidad política de Moreno vuelven a conducir la economía por los rumbos de un modelo que nunca ha centrado su interés en las mayorías postergadas sino en las ventajas de grupos cerrados (de presión) alrededor del Estado y su asistencia estratégica para vincularse con el mundo y sus transnacionales.
Cuando hablo del coraza política y comunicacional de los antiguos poderes fácticos que hoy son aliados del Presidente, también hablo de la ventaja que supuso centrar la crítica –ideológica y cultural- que tuvo Rafael Correa para resistir al poder mediático devenido en vocería política sin más. No obstante, el descuido de no cimentar medios alternativos, no sujetos al Estado en lo financiero, ahora ha permitido que la parafernalia informativa y de gestión de la opinión pública del actual gobierno dirija sus contenidos y disimulos a una ciudadanía que hoy más que nunca demanda fuentes de distinto color e intereses.
Lo peor es que a pesar de que hay una Ley de Comunicación que supuso regular el proceder sin freno de algunos medios y periodistas, hoy asistimos a su ausencia y posible reforma o derogación. Aunque lo más grave es constatar que el periodismo ecuatoriano empeoró sus prácticas profesionales y dio paso a su politización extrema, desinflando su ética y su relación con los únicos que deberían importar en ese universo de grandes responsabilidades: las audiencias que reciben sus informaciones en los múltiples géneros.
Este año además ha dejado al descubierto que hay un interés explícito por exaltar el delito de corrupción en la gente de izquierda que supuestamente fue la que gobernó en la década correísta. Reiterar que la gente de izquierda roba igual o peor que la gente de derecha ha creado en el ideal social una confusión malsana. Y ha logrado que nadie se pregunte por la acción concreta de un gobierno que se ha pasado doce meses sin cumplir su Plan ni explicarle al país por qué decidió realizar una consulta popular y un referéndum para reducir –inconstitucionalmente- derechos, violentar sin rubor la Constitución e instalar a dedo un Consejo de Participación Ciudadana Transitorio que incluso deja en Babia al propio mandatario y a la Asamblea Nacional. O sea, mientras la gente está entretenida cuchicheando sobre corrupción, el Consejo Transitorio pugna atrás de las cortinas por ver cómo arruinan la institucionalidad con mayor eficacia y sin respetar las reglas democráticas. Pero lo más fino ha sido observar cómo los dizques izquierdistas que hoy trabajan en la mesita transitoria, con el más conspicuo idealismo liberal que se ha visto en nuestros lares, justifican con su proceder golpista, todo lo que se hace allí por órdenes de acullá…
A un año de gobierno de Lenín Moreno, ¿qué obra, plan económico claro y digerible, políticas públicas inaplazables, casas dignas, gabinete ideológicamente coherente y mirada internacional unificada puede exhibir como conquistas concretas? Muy poco. El show se reduce a un discurso moralizador y a las arbitrariedades y persecución de algunas entidades de control con su venia y rictus.
Sin embargo, tiene una gran vitrina para hacer gala de su desvío político, ideológico y económico: allí está el Embajador del norte dando entrevistas casi como vocero de la nueva apertura comercial, militar y de seguridad ¡regional!; allí está el flamante ministro de economía que maneja las cifras de la deuda para fingir una crisis económica colosal y no se sabe si eso le será útil para operar el mismo techo de endeudamiento o se inventará algo para seguir pidiendo créditos ahora que el dólar ha subido y se podría pagar a futuro; allí está el caso del asilado Julian Assange, recibiendo el peor maltrato mundial y local por parte de los dinosaurios de la diplomacia comercial que solo ven ‘perjuicios’ en la conducta libertaria de un hombre que ya pasó a la historia por romper el sigilo de los poderes transnacionales; allí está la izquierda orgánica (o sea las lechugas más esterilizadas del régimen) validando las alianzas fácticas del jefe; allí está el mal enfrentado conflicto de la frontera norte y el retorno del dominio militar como dogma despolitizador de una sociedad en constante peligro; en fin, un año de sopores y retrocesos sin nombre.
Mientras esto siga así y pocos se atrevan a organizar y nutrir una oposición política inteligente, articulada a una perspectiva distinta a la que dictan los que hoy maniobran su permanencia en el gobierno, el país no tendrá otro destino que resignarse no solo a una figura sin trascendencia para la historia del futuro como es Moreno, sino que quizá se tenga que soportar la sinuosa llegada de un curtido líder tropical en condiciones propiciadas, clandestinamente, por esa figura en la que nunca se debió confiar.