En varias ocasiones, en privado, Lenín Moreno habría dicho que su presidencia no podía pasar de los dos años. Palabras más, palabras menos, apuntaría que de ganar las elecciones no tendría por qué quedarse más tiempo del necesario y, en ese momento, se justificaría la sucesión a favor de Jorge Glas.

Tras revelar su real condición política, someterse a sus ahora verdaderos aliados y protectores, Glas ya no le servía y por eso se armó el tinglado de un supuesto “delito” que lo tiene en la cárcel sin pruebas en su contra. Luego vino la decisión de imponer una mujer, preferiblemente costeña, para reemplazar al destituido. Sonaron nombres como Eva García, Isabel Noboa y María Fernanda Espinosa. Se impuso ese momento el “ala izquierda” del gobierno y ganó María Alejandra Vicuña, un personaje político sin mayor brillo personal, activista más que dirigente, bajo la sombra de su padre y tíos. Y ya en el cargo se llenó de ambigüedades y más show que política.

De hecho, Vicuña tuvo la oportunidad histórica en sus manos para erigirse como una figura de la “nueva izquierda”, pero se dedicó, con un ahínco más que innoble, a tomar distancia del correísmo, haciendo coro al discurso contra la corrupción y negando, en la práctica, el usufructo político que ella obtuvo durante más de diez años. Actuando así pensó que ganaría la absoluta confianza del actual Presidente y tuvo que sonreír y hasta marchar con su adversario ideológico: Jaime Nebot. Hasta ahí llegó su talante de izquierda y de posturas anti oligárquicas. Y más: coqueteó con los medios y con Teleamazonas, pero al parecer, de nada le está sirviendo hoy.

Ingenuos y opacos, todos aquellos que creyeron en Lenín Moreno, los Vicuña incluidos, ahora saben bien de dónde sale toda la tramoya para su potencial destitución. Confabulados con un canal de televisión, propiedad de un conocido banquero y en medio de un linchamiento mediático bien orquestado, los poderes fácticos del Ecuador han decidido que ha llegado la hora de poner al reemplazo de Moreno; porque éste ya cumplió con su papel. En el más clásico alarconato de nuestra historia criolla, cualquiera podrá suceder a Vicuña y de paso a Moreno, para llamar a elecciones generales en marzo y así quizá sellar el compromiso con miras a poner en Carondelet al Caudillo del Puerto.

La Vicepresidenta ya no cuenta, por más esfuerzos que haga de bañarse de pueblo con sus seguidores en Guayaquil. Ni el comunicado de Alianza PAIS la salva, porque su aliada Elizabeth Cabezas (frotándose las manos para ser la Fabián Alarcón de este siglo) niega que sea una postura de consenso de esa agrupación política liderada aún por Moreno.

Hoy estamos frente a la recomposición política de la derecha y sus antiguas prácticas: a oscuras y con trampas destituyen, confabulan y colocan a sus piezas sin despeinarse. Para eso cuentan con personajes que no dejan de revelarse en estas circunstancias, como Gustavo Larrea, Santiago Cuesta y Juan Sebastián Roldán. Ellos no piensan en Moreno ni en un proyecto político. Están al servicio de los poderes oligárquicos, para garantizarles su sobrevivencia política siempre y cuando cumplan con el libreto de cierta embajada, la venganza sustentada en un lawfare cada vez más descarado y para asumirse como la conciencia moral de un pueblo al que ni siquiera identifican y menos atienden.

Queda claro entonces para qué llegó a la presidencia Lenín Moreno y por qué ahora María Alejandra Vicuña es una figura desechable. La historia de los noventa se repite, sin pena ni gloria.

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