Por Juan Montaño Escobar

Este pueblo no se ahoga con marullos
Y si se derrumba yo lo reconstruyo.

Latinoamérica, canción de Calle 13.

            La claridad vespertina de Quito fue otra aliada de los asesinos del candidato a la Presidencia, Fernando Villavicencio, pero también favoreció a quienes filmaron los violentos episodios. Es verano como se da por allá, luces que se consumen a ritmo lento de la tarde y ajetreo de fin de jornada laboral. Decenas de balazos de diferentes armas, a las 18:15, tres al menos impactaron en la cabeza del candidato matándolo de contado. Fecha: 9 de agosto. No debí ser el único que creyó que era un bluff electoral cuando la información llegada por X o sea Twitter decía que “había sido herido”. La incredulidad fue atropellada por trinos afirmando su deceso. Ya no fue posible desentenderse de la noticia en desarrollo y de la avalancha de acusaciones contra aquel genérico nominado como correísmo. No eran hipótesis irracionales por el justificado dolor o por esa rabiosa impotencia porque no se pudo evitar aquello que ya era inevitable, qué va, los acusadores, mujeres y hombres, parecían que tuvieran evidencias. Enfriado el ánimo y ya sin la carga emocional de esas primeras horas, se evalúa el daño moral causado a las personas acusadas sin pruebas mínimas fehacientes. Y en el cambiante impacto electoral. Había (aún hay) más odio irrefrenable a quién sea que legítima solidaridad con la familia. Hicieron y hacen bastante ruido aprovechando la veta emocional de sectores ciudadanos. Cualquiera pudo cometer el falso dislate de responderles con alguna sandez. No hubo tal, más bien quienes estaban contaminados escribieron sus condolencias solidarias desde el dictado del corazón. Pero los odiadores no se han detenido, porque más les importaba (o importa) el capital electoral y sus rencores insuperables vaya usted a saber el porqué. Un odio exquisito se destiló para envenenar el ambiente electoral y se perdieran de vista las candidaturas, sobre toda la más exitosa, para concentrar alma y corazón en hipotéticos asesinos. No en los seis presuntos asesinos detenidos por la policía, no, en ellos no, sino en el volumen sin fundamento de sus delirios eructados con la gentileza complaciente del tinglado mediático conservador.

            La salmodia de barrio adentro aconseja: “no hay muerto malo”. Es posible aunque no siempre, pero todos son respetables. No se le quitará el punto de estridencia al activismo denunciante de Fernando Villavicencio, nació para la polémica y el protagonismo de controvertido perseguidor de la corrupción. O de quien supusiera adversario político y podía aplicarle dudosas artes de denunciador. Ahí se encontraba en su ambiente. Sus palabras dichas -y no su pluma- le crearon enemigos. Ahora sabemos que algunos eran mucho más mortales. Enemigos mortales dispuestos a lo que sea para no comprometer la fachada. Y encontró en su oposición -no siempre con la normativa legal apropiada- a la Revolución Ciudadana una veta posible de crecimiento personal publicitario, otorgado por la derecha más reaccionaria, con su variedad o nacionalidad. Se incluyen a repentinos enemigos personales de sus líderes y por cualquiera que estuviera descontento con la RC. A los medios de comunicación tradicionales, fomentadores del anticorreísmo contumaz, les funcionó el goebbelianismo  para envenenar la opinión de sectores sociales hasta un rencor inexplicable o explicable por algún beneficio suprimido, por alguna ofensa administrativa o por cualquier cosa incompresible. Ese fue el mayor público que creyó en F. Villavicencio. Pero el encono personal es regresivo, es decir, es boomerang que lanzado retorna. La tirria popularizada funciona en doble vía: para los aplausos de unos y para la pedrada de otros. Por siempre es un estado radical destructivo en tiempo y espacio.

            Aquello que fue radicalismo político limitado, a momentos necesario, de las gestión gubernamental de la Revolución Ciudadana, en una década, la derecha lo convirtió en odio ecológico, pero duro y desconsiderado. Y la historia se repite, vaya usted a saber si como revancha para las candidaturas finalistas o para saber si el electorado ecuatoriano tropieza dos veces con el mismo estorbo en poco tiempo. Sin importar edad u oficio, banquero o bananero. O como lo proclama René Pérez (Calle 13): “Mi piel es de cuero por eso guanta cualquier clima“[1]. A ver si esta pieles diversas resisten la despiadada intemperie económica reproducida por la derecha ultra que motiva con angurria GASLM. Es decir, no sale el país del desbarajuste institucional cuando ya se le aproxima otro. Y no es mala suerte, por favor, las urnas entregan aquello que la mayoría del electorado cree justo para sus propósitos inmediatos. A veces, ni siquiera es eso, más bien es respuesta pavloviana a los estímulos de la alianza de medios de comunicación de quienes las quieren todavía más fácil, por ejemplo, jamás pagar impuestos (a pesar de sus riquezas) o recibir privilegiados incentivos económicos (en verdad, son subsidios a los ricos ecuatorianos). Esos incentivos mediáticos, acá abajo, es tirria inconcebible a un correísmo ya metafísico. Caramba, este jazzman sí patea calle, resultado: los sentimientos callejeros van por vías distintas a los análisis e inclusive de las mediciones sociales. Por fin, el progresismo ecuatoriano (o la izquierda) deberá entender que el adversario principal es su propia incapacidad por el bajo feeling de sus narrativas o no poder cargarlas de persuasión electoral. Y eso que tiene con qué. Demasiado. ¿Cómo convencer al 70 % del electorado que D. Noboa es más del mismo problema que padecemos? Quizás la solución publicitaria para el progresismo está a un jeme de las narices y es más fácil de aquello que se cree. ¿Cómo combinar nostalgia (el pasado exitoso de la RC) con las nuevas perspectivas? El Ecuador de calles y esquinas es diverso, tiene sus particularidades culturales, ¿acaso es por ahí que se deben organizar las narrativas y discursos? Luisa González Alcívar deberá, sobre la marcha, anclar sus palabras en el sentimiento de las colectividades diversificadas, incluye a millennials y a la generación Z, eso es conexión con mente y corazones. No necesita mimetizarse, ella está más cerca de la gente de lo que supone y es ella, solo ella, quien logrará persuadir al electorado, sea con magia comunicacional o encanto personal. Ella ya es el mito de esta lucha electoral. Y los mitos no se derrotan. La cofradía de derechas va continuar con el thriller del asesinato de Fernando Villavicencio, aunque esa tragedia debe importarles muy poco. Pero esa supuesta ventaja estará ahí, para uso electoral perverso. Y eso es (será) imposible de obviar.

            Francisco Herrera Arauz, en el programa digital Ecuador En Directo, del 15 de agosto, dejó esta sentencia: “El Ecuador está perdido en un debate canalla”. Es la trampa que el progresismo y sus candidaturas deberán quimbear las veces que puedan y deban, porque su objetivo es ese electorado ecuatoriano intoxicado de odio, con diferente gradación, a su propio bienestar. (¡Increible!) La toxina política tiene rótulo engañoso y pretendidamente culposo: anticorreísmo. Esa paradoja, por absurda que parezca, es la que afronta el progresismo. Fue un grafiti en París de 1968, la acción no debe ser una reacción sino una creación». La acción político-electoral, por supuesto, origina la creación del cambio que vendrá.    


[1] Letra de Latinoamérica, Compositores: Rene Pérez / Eduardo Cabra / Rafael Ignacio Arcaute. La estrofa completa dice: Soy, soy lo que dejaron./ Soy la sobra de todo lo que se robaron./ Un pueblo escondido en la cima./ Mi piel es de cuero, por eso aguanta cualquier clima.

Por RK