Por Juan Fernando Terán
«¿Cuántas generaciones de hijas e hijos de Estados Unidos quieren que envíe a luchar en la guerra civil de Afganistán cuando las tropas afganas no lo harán? ¿Cuántas vidas más, vidas americanas, valen la pena? ¿Cuántas filas interminables de lápidas en el cementerio nacional de Arlington? Mi respuesta es clara. No voy a repetir los errores que hemos cometido en el pasado. El error de permanecer y luchar indefinidamente en un conflicto que no es de interés nacional para los Estados Unidos, doblar la apuesta en una guerra civil en un país extranjero, e intentar rehacer un país mediante un despliegue militar interminable de fuerzas estadounidenses. Esos son los errores que no podemos seguir repitiendo», Joe Biden, 16 de agosto de 2021.
Al escuchar esas palabras, me dieron ganas de llorar… pero por la facilidad con la cual se fabrican mentiras que devienen en verdades colectivas. El discurso del Presidente Biden contiene todos los elementos para un engaño en el cual el gobierno demócrata aparece como la encarnación de la racionalidad. ¡Al fin, Estados Unidos reconoce que no debe entrometerse en guerras civiles que no le competen! ¿Será así?
Según el discurso hegemónico, la tragedia era desconocida para Estados Unidos, un país que no sabía que los talibanes se tomarían el poder a la salida de sus tropas. “¡La guerra se perdió y ganaron esos salvajes! ¡Que horror! ¡Veinte años para nada!”, son las frases que las agencias de noticias internacionales, los gobernantes europeos y los tuiteros replicarán, una y otra vez, sin duda alguna. ¿Será así? ¿Recién se dio cuenta Estados Unidos? ¿Se perdió la guerra? ¿Quién la perdió?
La guerra es la extensión de la economía por otros medios. Los falsos lamentos no tienen cabida. Si se rompe con la premisa del “fracaso militar”, otro panorama surge. Veamos.
¿Cuándo sucedió la última guerra en la cual Estados Unidos peleó desinteresadamente para defender objetivos nobles? Si bien la respuesta podría ser un “nunca” categórico, el propósito constitutivo de las acciones bélicas sí sufrió una transformación con el ascenso del neoliberalismo a partir de los noventa. Por eso, las analogías entre Afganistán y Vietnam son engañosas.
En Vietnam, Estados Unidos no buscaba recursos naturales. Allí el Imperio luchaba contra una supuesta “amenaza existencial”. En Afganistán, sin embargo, existen reservas de litio, molibdeno, oro, cobre, cobalto y tierras raras con un valor que se estimó en un trillón de dólares en el 2010, cuando el New York Times reveló la cifra del moderno negocio patriótico.
Por ello, contrariamente a lo que el Presidente Biden quiere hacernos creer, Estados Unidos sí tenia intereses materiales en Afganistán. Para poder alcanzarlos, sin embargo, aquel país no esperaba ganar una guerra… le bastaba con montarla y mantenerla durante algún tiempo. Ese es el sentido de la guerra en nuestros tiempos. La guerra es simplemente otro negocio.
Sea o no derrotado el enemigo, mientras dure una guerra, el líder de la Casa Blanca puede asignar cuantiosos recursos en contratos bélicos a quienes lo apoyaron en la ultima campaña o le apoyarán en la siguiente. La guerra en Afganistán le costaba 300 millones de dólares por día a Estados Unidos, según sostiene la revista Forbes. En los últimos 20 años, el costo acumulado ascendió a dos trillones de dólares, una cifra que no incluye los valores que posiblemente nunca aparecieron registrados en el presupuesto federal.
En Estados Unidos o en cualquier país, el Estado es un instrumento al servicio de quien lo controla y… como dirían los politólogos estadounidenses, la política es una actividad mediante la cual se define cuándo, qué y cómo alguien recibe alguna cosa. Así de crudo es el asunto.
Por ello, si se interpreta lo sucedido sin escuchar los encantos retóricos, se podrá apreciar que la guerra en Afganistán fue todo un éxito para los empresarios, funcionarios y políticos estadounidenses involucrados con todo aquello que puede ser objeto de negocio durante un conflicto bélico. No se requiere acabar con los talibanes para venderle a un gobierno armas, alimentos, pantalones, carpas, picos, llantas, cerillos u otros centenares de objetos que sus tropas podrían necesitar.
También, como lo reconoce ahora el Departamento de Estado, la guerra en Afganistán fue un muy buen negocio para las oligarquías, políticos y señores de la guerra de ese país asiático. Como suele acontecer en las “bondadosas” intervenciones dirigidas desde Estados Unidos, esos parásitos se embolsicaron centenares de millones de dólares supuestamente destinados a asistencia humanitaria, cooperación internacional, entrenamiento militar, consolidación de la democracia u otras entelequias similares.
Y, por supuesto, no hay que olvidar que, se derrote o no se derrote a los talibanes, la guerra en Afganistán le proporcionó a generaciones de soldados estadounidenses la oportunidad de probar “en caliente” sus capacidades bélicas, sus tácticas, sus equipos, sus procedimientos logísticos, sus aparatos de inteligencia o sus estratagemas de comunicación. Y eso, eso vale mucho… especialmente si se considera que, durante los últimos 60 años, Estados Unidos solo ha vencido a adversarios notoriamente menores como sucedió en Panamá o Grenada. Desde la perspectiva de los grandes generales del Pentágono, la guerra en Afganistán sirvió como campo de entrenamiento.
¿Desde cuándo la “relación entre costo y beneficio” de la guerra en Afganistán dejó de ser positiva para Estados Unidos? Por lo menos desde la época de Barack Obama cuando la presión fiscal del jueguito bélico ya era notoriamente pesada… pero “pesada” para un país que está altamente endeudado y que ya no puede hacer lo que quiera en la economía mundial.
A futuro, ¿qué pasará en Afganistán? Sigan o no los talibanes en el poder, las carreteras, centros de logística y otras infraestructuras de la “ruta de la seda” pasarán por ese país. Por eso, y para no quedarse aunque sea sin un pedacito del pastel, el Reino Unido, Alemania y otros interesados ya están construyendo las condiciones simbólicas necesarias para reconocer más temprano que tarde al gobierno del Emirato Islámico de Afganistán. Y lo harán llenando sus voces con preocupaciones por los derechos de las mujeres, por la democracia, por la tolerancia y por la diversidad. Ese es y será su cuento favorito.
Así es como engullen dólares, euros o libras… simulando decencia.