El día viernes Lenín Moreno acudió a la Asamblea Nacional para dar su informe de gestión tras dos años de gobierno. Su discurso tenía el tono conciliador, los malos chistes y el contenido mediocre al que ya nos tiene acostumbrados, esta lógica discursiva nos dice mucho de cómo Moreno y su gabinete entienden el significado de gobernar.
Un punto clave en el juego discursivo de Moreno es plantear al correísmo como elemento antagónico principal, el argumento es: mi discurso es conciliador porque mi herramienta principal de gobierno es el diálogo; mientras el discurso del correísmo es confrontativo porque su herramienta de gobierno era el autoritarismo. Si hacemos el esfuerzo de superar la superficialidad y ligereza de tales afirmaciones podemos identificar claramente qué sujetos operan detrás de cada uno de estos elementos.
El discurso de Moreno es conciliador porque rinde cuentas a sus amigos, no a sus mandantes. Resultaría una auténtica burla pretender que un discurso conciliador anule las condiciones de disputa social que están en el juego del campo político. Hacer chistes malos, adular a la prensa, plantear la función del Estado desde la caridad y no desde el ejercicio efectivo de derechos no ha sacado a nadie de la pobreza.
Confrontar no es necesario cuando se gobierna del lado del poder, Moreno entiende perfectamente esto, su función en Carondelet no es la de representar a quienes no tienen voz; su función es la de ser el rostro visible de un pacto de poder económico que opera muy por sobre el Estado, la democracia, la soberanía y sobre su mismo gobierno.
La herramienta que se ha empleado para “socializar” los acuerdos del gran pacto económico son los ya conocidos diálogos. La esencia de estos encuentros, siempre a puerta cerrada y con actores previamente seleccionados, es legitimar decisiones tomadas con antelación. Un ejemplo de cómo se entiende al diálogo fue lo ocurrido en la Universidad Central –en Quito- cuando un grupo de estudiantes fue repelido de su misma universidad por la fuerza al rechazar la presencia de voceros del gobierno, quienes después de restar financiamiento a la educación pública, querían sentarse a conversar con los estudiantes.
La prensa alegremente recoge el diálogo como una muestra del espíritu democrático del gobierno, lastimosamente esta idea de democracia no incluye a quienes no pueden pagar un contrato de publicidad. La democracia de la que hace alarde el gobierno se parece más a una junta de accionistas, donde sus voceros hacen las veces de un secretario de actas.
¡Es que esa es la cuestión! gobernar un país pobre, desigual, latinoamericano, mestizo, dependiente, no es una reunión de amigos ni una feria de la alegría. La esencia de gobernar un país como el nuestro debe ser la de representar a quienes no tienen voz. El Estado debe entenderse como el único espacio de representación de quienes no son invitados a la fiesta de los poderes económicos y mediáticos. La idea de gobernar es trastocar una estructura de poder, ofrecer un nuevo trato de convivencia social que reconozca que todo poder que se ejerce de forma ilegítima debe supeditarse a los intereses de las grandes mayorías, que deben a su vez verse representadas en quienes gobiernan.
Ahora que todos nos amamos y nos sentamos a conversar entre amigos, ahora que gobernamos un club de golf más que un país, ahora que nadie grita el dolor y los problemas de los más pobres, ahora podemos fingir que no existen, parecen decir. O podemos “optimizar” sus derechos para mejorar nuestras utilidades, incluso podemos sentirnos magnánimos haciendo de la caridad una política de Estado, ahora que por fin todos estamos de acuerdo y no necesitamos pelear con quienes nos contradicen o con quienes asumen los enormes costos sociales de nuestras decisiones, ahora que todos nos amamos, podemos simplemente fingir que los demás no existen, parecen creer.
Entre tanto amor, cortesía y democracia, hemos montado todo un aparataje de superficialidad y las grandes luchas sociales limitadas a lograr espacios “pet friendly”, a trajes típicos que han pasado de ser símbolos de identidad y lucha por la dignidad a formar parte de una propaganda de diversidad. Hasta la crítica se ha visto afectada por la ola de superficialidad que nos ha traído tanto amor, hemos pasado de criticar el accionar de los políticos a criticar sus trajes y vestidos. Ahora felices, hermanados y entre tanto amor podemos olvidarnos del odio de los sábados y en su lugar ver una novela de narcos, un reality show con las peores representaciones de nosotros mismos, o podemos simplemente darnos la mano e ir caminando juntitos por el despeñadero del anti gobierno.