Los medios tradicionales -y ahora los portales que nunca han hecho ni hacen periodismo sino espectáculo- nos colocan todos los días un escándalo para ocuparnos y pre-ocuparnos. Con eso el show político de la corrupción (no de la lucha verdadera ni de fondo que ocurre en los municipios y la Contraloría no se da por enterada) y el aniquilamiento de figuras públicas, bajo el supuesto de que hacen “periodismo de investigación”, nos han devuelto a la peor década de la historia del siglo XX: la de los noventa.
Tras la destitución de la figura prominente de la derecha ecuatoriana, ahijada de Guillermo Lasso, la ex asambleísta Ana Galarza (defendida por casi todas las figuras de la televisión privada), parecería que se acabó con parte del cáncer de la corrupción y entonces el país puede vivir más tranquilo, sin desvelos por el deterioro de la economía y el descalabro institucional desatado por Julio César Trujillo y su combo. Pero nada de eso es verdad: ni Galarza es el más vil de los males, como tampoco lo fueron las dos anteriores asambleístas destituidas (mucho más ellas, porque no tenían ningún motivo legal para entrar en ese morboso proceso), ni la corrupción se acabará porque desparezcan o cuelguen en el patíbulo a los legisladores.
Aquí lo que está en juego es una estrategia perversa de la derecha ecuatoriana, en la misma tonalidad de lo que hicieron con Ecuador en la segunda mitad de la década del noventa con las consabidas consecuencias: descalabro institucional planificado y el mayor enriquecimiento de las élites económicas, pero también el mayor flujo emigratorio de la vida nacional así como el ruina real de los más pobres y una parte de la clase media.
En particular: los medios elevaron la figura de Ana Galarza cuando decía combatir al correísmo y le pusieron cámaras y micrófonos en cada escenario y cuando le dio la gana. Mientras más insultaba y se mofaba más rating obtenían esos medios. Sin embargo, cuando empezaron las denuncias de su ex asesor cambiaron el tono y más cuando fue inminente su caída. Bastaría revisar los tuits de “destacadas” figuras de la pantalla chica, los análisis de los “súper entrevistadores” de las radios de alcance nacional (como el misógino Gonzalo Rosero) y/o las columnas de opinión de algunos eminentes jurisconsultos, analistas y supuestos entendidos en la materia para comprobar que cada uno de los adjetivos utilizados contra las dos asambleístas destituidas antes que Galarza ahora desaparecían de su léxico y verborrea.
Ana Galarza es la prueba más gráfica de la moral de la derecha y de sus acólitos en los medios y gobierno. Intentaron bajar el tono, le dieron cancha solo para defenderse y a quienes le acusaban los trataron como al perro, pero además la operación política para salvarla vino (hay audios que lo prueban) desde Carondelet y hasta la ministra de la Política y del Interior tuvo varias reuniones con su bloque (no el de la Izquierda Democrática, partido del que está afiliada, sino de Alianza PAIS) para evitar su derrumbe.
Todo esto al mejor estilo y estética de la partidocracia de los ochentas y noventas. Si alguien volviera de esa época no dudaría en pensar que una década de estabilidad y gobernabilidad no les sirvió de nada a algunos políticos para aprender y corregir. Por el contrario, ahora son más astutos, insolentes y descarados. Daría la impresión que los medios entendieron que su rol es tapar a la derecha, auparla y hasta cobijarla para aniquilar los restos, supuestamente, del correísmo. Sin una Ley de Comunicación auténtica, sin ética y sin códigos deontológicos han hecho del griterío político, de nuevo, su bandera de “profesionalismo”. No solo que dan vergüenza ajena sino que ya sabemos cómo eso terminó cuando a finales de los noventa y principios de este siglo jugaron el más siniestro papel político que luego sería la base para la existencia por más de 10 años de la Revolución Ciudadana, es decir, cómo ese proceso los puso en evidencia y por tanto no le perdonarán nunca haberles apartado del mapa político real de nuestra endeble democracia.
Y como la historia da vueltas, poco a poco conoceremos qué dirán y cómo se justificarán cuando venga alguien y les diga qué tipo de periodismo hacen y a los políticos una movilización social general les pida que se vayan a su casa y no vuelvan más.