Una de las cosas que llama la atención de ciertos comunicadores es la falta de respeto campante que esgrimen hacia su público con toda la caradura del caso. No guardan la más mínima forma en el momento de esgrimir teorías, a cuál más peregrina, en relación con los hechos de la vida política nacional.
Por ejemplo, en el confuso caso lleno de irregularidades de la asambleísta por CREO Ana Galarza, por lo menos tres comunicadores se han puesto de acuerdo para plantear una teoría que resultaría cómica si no fuera absurda e indignante. Después de una serie de denuncias, cruce de informaciones, datos, testimonios y un vasto etcétera en el que no faltó esa emocional mezcla de lágrimas y pose enérgica tan de por estas tierras, la prensa ecuatoriana, que es quien realmente manda y marca la agenda social y política del país, a más de constituirse en juez y parte y tener vela en todos los entierros habidos y por haber, ha sacado una conclusión realmente sesuda y profunda: a la asambleísta Galarza la quieren destituir por bella.
Sí. Como se lee: lo que pasa es que sus compañeras asambleístas son feas (y supongo que los hombres tampoco son muy guapos, pero eso no cuenta tanto), o no son tan bonitas como ella, y entonces, presas de la envidia más rastrera, impulsan su destitución porque ella es la más bonita de todas las asambleístas que en el mundo han sido. Lo plantean sin ningún escrúpulo en twitter, en entrevistas radiales y en editoriales televisivos.
Una de las interrogantes que puede surgir en este momento es: ¿se darán cuenta de lo que están diciendo, y sobre todo de lo que están haciendo con lo que dicen?
El Ecuador es un país con una alta población indígena y mestiza. El tipo físico promedio responde a esa condición: baja o mediana estatura, piel trigueña, ojos y cabello oscuros, formas más bien redondeadas… Y los complejos de la población también se corresponden con ese esquema, lo testifican sobre todo los procedimientos que se aplican las personas para sentirse más bellas: operaciones para cambiar la forma del tabique nasal y respingarla (aunque con frecuencia se excuse en caídas, rinitis alérgicas debidas a tabiques desviados o algo similar), tintes de cabello que van del castaño al rubio, aunque no cuadren mucho con el conjunto, y así… En las conversaciones cotidianas se pondera la belleza de las personas a través de parámetros europeos: la gente es más bella si es más blanca, si tiene los ojos claros, si es alta… En fin. Por su parte, la asambleísta Galarza responde a lo que en alguna serie policial norteamericana se etiquetaría como un tipo ‘caucásico’; entonces es bella, porque, según el esquema mental impuesto por la cultura dominante, responde a los estándares de los que vinieron a conquistar estas tierras a punte cristazos, como dijo don Miguel de Unamuno.
Esos son los antecedentes étnico-sociológicos, diríamos, por darles un nombre. Pero ahí no está el problema. El problema está en la teoría esgrimida por los comunicadores que la han puesto sobre el tapete en una especie de burdo contubernio. Porque… ¿qué están diciendo, entre líneas? Primero, pretenden atacar directamente a la autoestima básica de quienes la han denunciado o eventualmente votarían por su destitución: no son tan ‘bellos’ como ella, como en algunos cuentos de hadas, y desde luego ignorando la profundidad del simbolismo, son físicamente feos, o sea inferiores desde el punto de vista biológico, aparte de que en los cuentos de hadas y las telenovelas los ‘feos’ también suelen ser malvados. ¿Cómo se llama eso? ¿No es acaso racismo?
Por otro lado, el irrespeto burdo se extiende hacia las audiencias: tratan a sus propios oyentes y lectores como a gente sin criterio, de pensamiento elemental, incapaz de sacar una conclusión o establecer una conexión más o menos compleja. Ignoran todo el proceso y exponen una hipótesis carente de todo sustento intelectual, lógico o teórico. Apelan a los sentimientos más básicos y pretenden cooptar la voluntad de la audiencia exponiendo una teoría que sirve cuando se le cuenta “La Cenicienta” a una niña de cuatro años… porque así es como tratan a quienes siguen esos medios: criaturas de cuatro años a quienes se les cuenta la versión más elemental de un cuento en donde el conflicto se da entre los malos y feos que persiguen a la buena y linda. Ahí surge otra pregunta: como audiencia, como público, como clientes y seguidores, en últimas, de los medios de comunicación, ¿nos merecemos eso? ¿No sería, por lo menos, de pronunciarse en redes y escribir cartas a quienes editan o dirigen esos medios para hacerles saber que muchos de quienes leen sus periódicos o escuchan sus programas de radio son gente pensante, inquieta… y sobre todo que de seguro tienen ya más de cuatro años, verdad?
Y, para terminar, parecería que a veces, en su afán de defensores o detractores, por la boca de ciertos comunicadores hablan sus propios complejos, pues al escuchar cómo manejan la dicotomía belleza-fealdad se comprende en seguida por qué por lo menos dos de esos tres comunicadores odiaban tanto al presidente Correa. Clarito está.