Nada nuevo hay bajo el Sol, sentencia la Biblia. Esto se ve en la patria de Bolívar, la misma intervención de siempre a la que se añade la ridiculez de un presidente de pacotilla, al que intentan legitimar gobiernos que no respetan el derecho internacional y esperan que el pueblo venezolano doble la cerviz ante las sanciones draconianas que EE.UU. implementa y va implementar en su contra.

Desfachatez es lo que le sobra al gobierno de Trump, declara que “el Departamento del Tesoro de EE.UU. utilizará todos sus herramientas económicas y diplomáticas para asegurar que las transacciones comerciales del Gobierno venezolano -incluidas las operaciones con reservas de empresas estatales e internacionales- sean coherentes con el reconocimiento de Guaidó como presidente interino.” ¡Banditismo en el más puro estilo corso, con patente entregada por la reina Isabel I!

Ya no se trata de derecho, pues en este caso no tienen ninguna base jurídica y la única ley que impera es apoderarse de las riquezas ajenas al costo de un plato de lentejas, entregado a quienes traicionan los más sagrados principios que nuestros próceres nos legaron. Algo que los imperialistas han practicado desde siempre, aunque disfrazado con otros atuendos, y que ahora es descaradamente hegemónico. Lo mismo da.

Guaidó se pudo declarar, incluso, caudillo de Venezuela por la gracias de Dios, y el desarrollo de los acontecimientos y la aceptación de los mismos por los vasallos del imperio hubiera sido así de rápida, y la alineación sería igual a la que ahora se da, de un lado el patrón y los verdugos, y del otro, los pueblos con dignidad. Vergüenza no sienten porque en un hongo hay más clorofila que vergüenza en la cara de esos mamarrachos, siempre glorificados por sus medios masivos de información. Están persuadidos de que Venezuela y sus riquezas les pertenecen y se siente fuertes porque creen controlarlo todo y no caen en cuenta de que sus patas, igual a las del ídolo bíblico, son de barro.

La metodología que usan es la de costumbre: Una campaña de prensa contra el país víctima, presión draconiana a cualquiera que manifieste síntomas de independencia y se solidarice con el agredido, finalmente, golpe de Estado o invasión para quedarse con las propiedades del difunto. Los testaferros del imperio no tienen ni que pensar para aceptar lo pasado, pues sus amos lo han decidido todo de antemano. Esto es lo que hicieron en Panamá, Yugoslavia, Afganistán, Iraq, Libia, Siria…

Pompeo declaró que Maduro es ilegítimo. ¿Van a invadir a Venezuela para legitimar a Guaidó? Parecería que no, aunque no se excluye esta opción. Es que la legitimidad la dicta la correlación de las fuerzas internas del país agredido, que favorece a Maduro. También temen la reacción de los valientes de la tierra venezolana, donde nacieron muchos libertadores que nunca se rindieron. Invadirla les costaría caro, ya que la reacción del mundo sería en contra e, incluso, sus aliados internos se podrían revirar. ¿Entonces qué van a hacer? La intentarán estrangular económicamente, para eso controlan a la banca mundial. Según Arreaza, Canciller de Venezuela: “Nuestra economía ha tenido impacto fuerte de las sanciones, el bloqueo y la persecución financiera contra el país. Tenemos millones de dólares y euros bloqueados.”

Son tan caraduras que el Banco de Inglaterra sugiere que no va a devolver a Venezuela sus reservas de oro valoradas en 1.200 millones de dólares, que dicho banco tomó esta decisión después de que funcionarios de EE.UU. presionaran a sus contrapartes británicos para que ayuden a cortar el acceso de las autoridades venezolanas a sus activos en el extranjero, lo que rompe todas las reglas del sistema bancario mundial. Es peor todavía, según Reuters, el autoproclamado “presidente de Venezuela”, Juan Guaidó, ha pedido a Theresa May no devolver al jefe del Estado de Venezuela, Nicolás Maduro, las 31 toneladas de lingotes de oro que este país depositó en el Banco de Inglaterra. ¿Habrase visto atraco mayor? Ustedes depositan sus haberes en un banco, que luego se niega a devolvérselos alegando órdenes de un impostor. Y no sólo eso, sino que le entregan a Guaidó, para que tenga dinero para que intente comprar a los militares, los depósitos del Estado venezolano en la banca americana.  Si así comienzan, ¿cómo van a terminar?

Pese a que los paralelismos no son válidos, en este caso se podría crear uno verosímil. La Sra. Clinton tendría más razón para proclamarse presidente de EE.UU. que Guaidó, presidente de Venezuela, puesto que en EE.UU. participó casi el mismo porcentaje de votantes que en Venezuela; en la elección de EE.UU. se dieron muchas denuncias de fraude e irregularidades y el sistema electoral de Venezuela es más confiable que el estadounidense; ella fue candidata a la presidencia, Guaidó, no lo fue; ella sacó una elevada cantidad de votos, de hecho más que el triunfador Trump, mientras que Henri Falcón, el candidato que ocupó el segundo lugar después de Maduro, obtuvo un porcentaje mucho menor. Sin embargo, y pese a refunfuñar, la Sra. Clinton no se ha proclamado presidente ni lo va a hacer, y si lo hiciera, sería el hazmerreír del mundo. No es para menos, Trump, aunque poco querido por la élite de EE.UU., fue legalmente electo por las leyes de ese país. Tampoco, ningún gobierno se atrevería a reconocer presidente de EE.UU. a la Sra. Clinton, ni su caso sería llevado a la OEA y, peor todavía a la ONU, ni la prensa mundial haría un recuento de cuántos están a favor de Trump y cuántos en contra, ni nadie amenazaría con castigar a EE.UU. si en determinado plazo Trump no llama a nuevas elecciones, ni harían las acciones vergonzosas que hacen contra de Venezuela. En este caso, actúa la correlación de fuerzas a nivel mundial.

En el fondo de este galimatías, y como siempre, yacen los intereses creados. Se trata de legalizar y darle reconocimiento universal a las gigantescas ganancias de los grandes monopolios, consagrarlas como leyes superiores al derecho internacional, que incluso estarían sobre las leyes de los países a los que estos monopolios pertenecen y sobre el derecho divino; se trata de enterrar para siempre a la ONU, para que este organismo de derecho internacional pierda el último rescoldo de dignidad que aún le queda; se trata de amilanar a los pueblos, para que se entreguen mansamente a la voracidad incontrolada de los monopolios; se trata de consolidar el pandemónium que organizan para explotar sin escrúpulos el planeta arrebatando la heredad a las generaciones futuras; se trata de un precedente funesto para los pueblos del mundo, incluido el estadounidense.

De imponerse la “Doctrina Trump”, la de Monroe quedaría para soletas, puesto que mientras la segunda reza: “América para los americanos”, la primera rezaría: “Las riquezas del planeta para nuestros monopolios.” Lo confirma John Bolton, asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, cuando declara que habría una gran diferencia si petroleras estadounidenses pudieran acceder a los pozos de crudo de Venezuela, para eso “estamos conversando con las principales compañías estadounidenses… el objetivo es que estas empresas produzcan el petróleo en Venezuela.”

La promesa de Trump de terminar con cualquier tipo de intervención en los asuntos internos de otros estados, proclamada con bombos y platillos a lo largo de su campaña electoral, sería arrojada al tacho de basura. ¡Qué lástima, una verdadera bancarrota moral! Así es que no se trata sólo de Venezuela, se juegan los intereses del mundo entero, al que agreden totalmente. En adelante, o se vive de acuerdo al derecho internacional o se lo entierra para siempre y se marcha en fila india y sin chistar al matadero.

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