La pregunta que va a calcinar la mente del Presidente Trump cuando ya no habite en la Casa Blanca será semejante a: ¿por qué demonios me empeciné en actuar contra mí mismo y no me dejé llevar por mi intuición? Porque lo que hace en Venezuela va contra su discurso en la ONU de “respetar el derecho de toda nación a practicar sus propias costumbres, creencias y tradiciones. Estados Unidos no puede decir a otros cómo vivir, trabajar o adorar. A cambio, sólo debíamos pedir respeto para nuestra soberanía”, y demuestra que los gobernantes de EE.UU. acatan las órdenes de un poder oculto, cuyos designios se conoce, en ocasiones, luego de que se ejecutan los planes preconcebidos. Lo cierto del caso es que Trump está en el lugar y el momento equivocado, de igual manera hubiera actuado cualquier otro personaje que hubiera estado en su puesto, pues, de no hacerlo, hay precedentes funestos que asustan al más valiente; además, lo tienen turulato con eso del ‘impeachment’ en su contra.

Lo que actualmente pasa en Venezuela estaba planificado desde hace mucho tiempo: asesinaron a Chávez, sin que hasta ahora se sepa cómo; eliminaron en Latinoamérica a los gobernantes que eran de mayor peligro para sus intereses y los sustituyeron por testaferros claves (en Europa ya los habían situado en el poder después de la Segunda Guerra Mundial); desmantelaron a las guerrillas de Colombia para apaciguarlas y controlarlas, algo a lo que nadie se opuso y en lo que todos colaboraron; con ayuda de organismos internacionales y de una quinta columna, que hace mucho tiempo trabaja para ellos, asfixiaron económicamente a Venezuela; lavaron el cerebro de la opinión pública mundial con el conocido método de repetir la mentira, pues la gente se traga un bulo más fácilmente mientras más grueso es. Y ahora sí, golpe de Estado al estilo del Maidán de Kiev: manifestaciones callejeras, que no deben ser reprimidas por el gobierno; proclamación de un presidente provisional que de inmediato es reconocido internacionalmente por los vasallos del imperio y todo el resto de la tramoya que se revela día a día.

Ni siquiera tuvieron que invertir dinero, sólo debieron entregar al impostor los fondos que el Estado venezolano había depositado en los bancos de EE.UU., para ver si con ese dinero podrían corromper al alto mando militar de las Fuerzas Armadas Bolivarianas; de no lograrlo, ahí sí, invasión a la patria del Libertador Bolívar por parte alguna coalición internacional. Un plan casi perfecto que no les ha dado ni les va a dar los resultados apetecidos.

¿Por qué? ¿En qué les falla? En lo que fallan los planes elaborados por gente que, aunque muy sesuda, desconoce la realidad. Como lo confesaba Robert McNamara, exsecretario de Defensa de EE.UU.: “Yo nunca había visitado Indochina y no comprendía nada de su historia, de su lengua, de su cultura, de sus valores. Era totalmente insensible a todo ello… Mire, en un periodo de cinco años lanzamos sobre esa minúscula zona entre tres y cuatro veces el tonelaje empleado por los Aliados en todos los teatros bélicos de la Segunda Guerra Mundial. Fue algo increíble. Matamos a 3.200.000 vietnamitas, sin contar a los soldados de Vietnam del Sur. ¡Dios mío! La mortandad y el tonelaje fueron disparatados. El problema es que tratábamos de llevar a cabo algo militarmente imposible, tratábamos de doblegar voluntades. No creo que se pueda quebrantar la voluntad bombardeando hasta bordear el genocidio.”

Algo semejante se podría decir de Venezuela, que desconocen su historia, su lengua, su cultura, sus valores; que tratan de llevar a cabo algo que es imposible, doblegar la voluntad de su pueblo; creen que el dinero lo compra todo, tal vez esto se cumpla en la sociedad de ellos, donde incluso las bellas artes se miden con dinero, pero no en la patria de Bolívar y Miranda. ¡Sí!, a Guaidó lo pudieron comprar, pero no olviden que este tipo de gentuza es más gringa que los gringos y no sienten un ápice de amor por su pueblo, porque nunca han sentido hambre ni sed de justicia. La mentira engaña, y engaña mucho, pero a la larga la verdad se impone, y eso mismo pasará en Venezuela.

Si Trump, al ver que las cosas no salen como esperaba y que Guaidó, pese a todo el apoyo que le brinda, no cuaja en la sociedad de Venezuela, porque su pueblo no come cuentos, se decide por una invasión, ahí sí, como se dice por acá, metería las cuatro. Es que Venezuela no es Granada, allí las cosas van en serio, tan en serio que Trump no obtendría ni la milésima parte de los imaginarios triunfos que dizque en Siria ha cosechado en su lucha contra el terrorismo islámico. Ojalá, caiga en cuenta de ello y no inicie una invasión, que nada bueno le traería. Antes de que se meta en Venezuela, a la que defiende un pueblo bien armado, debería pensar en esta parafraseada de algo que se escribía en épocas pretéritas: Pues señor presidente Trump, mírelo bien por entero, que usted no es buen gobernador ni tampoco carnicero.

Últimamente, su país sacado las castañas del fuego con manos ajenas, pero ahora es dudoso que en una aventura así le acolite Iván Duque, presidente de Colombia, porque por aliado suyo que sea, sabe que está parado sobre un polvorín con la mecha a punto de ser prendida; tampoco le va a acolitar Jair Bolsonaro, pues los militares brasileños eluden meterse en camisa de once varas; de los ecuatorianos no cabe esperar nada, porque no tienen un pelo de tontos y de vivos, mucho, sino pregúntele a su nuevo aliado, Lenín Moreno, que en esto de viveza criolla es bastante expedito; los demás gobiernos latinoamericanos, con el justificativo de hallarse lejos, solamente saludarán a la bandera; de Guaidó y su gente la esperanza ya es perdida, y ellos tomarán las de Villadiego apenas suene el zafarrancho de combate, para contenerlos y que no se vayan adonde sueñan ir no va a servir ni siquiera el muro que usted, hasta ahora, no termina de levantar; de Europa no aguarde ayuda real, pues Macron está entretenido con los chalecos amarillos, Theresa May no sabe cómo salir parada del Brexit y la señora Merkel está de usted tan hasta la coronilla, que sólo sueña con que le aplaste un tren. Esto, Presidente Trump, es lo que se llama la soledad del no poder.

Por algo, según Ron Paul, ex miembro del Congreso estadounidense y prominente político de derecha, es irónico que quien durante sus dos primeros años de gobierno se ha defendido de la acusación de que Rusia lo puso en el poder, de la cual es su títere, se entrometa ahora en las elecciones de Venezuela y se arrogue el derecho de nombrar a su mandatario, y se pregunta: “¿Cómo reaccionaríamos si los chinos y los rusos decidieran que el Presidente Trump no está defendiendo nuestra Constitución y reconocieran a Nancy Pelosi como Presidente de Estados Unidos?”

Si pese a todo lo dicho, el Presidente Trump toma una decisión así de tonta, a la que le empujan Pompeo y Bolton, manos visibles de este desbarajuste, lo único que ganaría sería su no reelección, porque su base firme, la que le ha llevado a Washington, no le apoyaría por sentirse humillada por la derrota. Así es que, aún está a tiempo de recapacitar.

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