Por Roberto Pizarro Hofer 

Este es un momento decisivo. Se juega el destino del país. Mientras la Constituyente avanza, se realizarán las elecciones para elegir el próximo Presidente o Presidenta. La candidatura de Gabriel Boric es la resultante inevitable de cada uno de los hechos que comenzaron con el movimiento secundario de 2006 y que culminaron con el inicio de la discusión constitucional. Ahí está su experiencia, la que no tuvieron las viejas generaciones para desafiar el modelo existente. Ello explica que Boric manifieste un claro compromiso con la defensa de las libertades conquistadas hasta ahora y se proponga avanzar en las transformaciones que demanda la ciudadanía. Y, al mismo tiempo, destaque que la paz y seguridad no estarán garantizadas mientras se nieguen derechos fundamentales a los más pobres, a los excluidos. José Antonio Kast es el adversario principal y propone lo contrario. Sus ideas son un retroceso de los valores libertarios ya instalados y, al mismo tiempo, defiende sin matices el modelo económico existente.

Durante más de cuatro décadas la vida ha sido dura para la gran mayoría de las familias chilenas. La política de la transición a la democracia permitió la conquista de algunas libertades culturales propias del siglo XXI, como el divorcio, el aborto en tres causales y la vida en pareja entre personas del mismo sexo. Pero, lamentablemente, la clase política, de todos los signos, no hizo mayores esfuerzos por modificar el modelo económico-social de injusticias y abusos, que instaló la dictadura de Pinochet. Incluso esa clase política apoyó al gran empresariado en la reproducción de su riqueza y, lo que es más grave, aceptó sus dineros sucios y cayó en la corrupción.

El modelo neoliberal construyó una sólida muralla que separa a los chilenos y excluye a los pueblos originarios. No todos somos iguales frente a la justicia, la vida económica, el trabajo, la salud, la educación y la vivienda, y, sobre todo, el 90% de los adultos mayores sufren la precariedad de pensiones de hambre. El modelo económico y sus instituciones han servido para reproducir la riqueza de unos pocos, lo que se ha impuesto mediante desigualdades y abusos sobre la mayoría. Algo frenaba los reclamos. La protesta estaba encerrada en las mentes de la mayoría, pero no alcanzaba a las calles. El trabajo sin sindicatos, el acoso de los malls, el endeudamiento de los pobres y la propaganda de los medios de comunicación adormecían a la ciudadanía y mostraban un país floreciente, con acceso a un consumo masivo de ricos y pobres. Ayudaba a la complacencia, ese reconocimiento irresponsable de economistas sin ética y medios de comunicación disciplinados por el gran capital.

Pero llegó la hora. Y los jóvenes se atrevieron a enfrentar al modelo de injusticias. La juventud instaló la esperanza en los corazones de millones de compatriotas. Es nuestra deuda con ellos. Primero en 2006, y luego en 2011, abrieron el camino con su demanda por una educación sin lucro y de calidad. Pero a ello se agregaron otras luchas: la de las mujeres en favor de sus libertades, la de los medioambientalistas por la protección de los ecosistemas, los enemigos de las AFP y las isapres por pensiones dignas y el derecho a una salud sin discriminaciones.

Jóvenes y viejos, hombres y mujeres, la diversidad sexual y los distintos pueblos que habitan nuestro territorio, juntaron fuerzas y se movilizaron incansablemente para exigir cambios en favor de la justicia y contra los abusos y las desigualdades. La gran mayoría nacional llegó a la convicción de que sin esos cambios no habrá tranquilidad en el país; sin esos cambios persistirá la inseguridad de la familia chilena y sin esos cambios el futuro las niñas y niños seguirá siendo incierto y gran parte de ellos serán empujados a la delincuencia y el narcotráfico.

El 18 de octubre primero, y luego el 15 noviembre, fueron hitos decisivos en la lucha por destruir la muralla que nos divide. Y, luego, con la instalación de la Convención Constitucional se consolidó la esperanza para construir un país mejor, fundado en una nueva Constitución. Porque ha quedado claro que la Constitución de Guzmán-Pinochet sólo había servido para el enriquecimiento de una minoría y la conculcación de los derechos de la mayoría. Se ha abierto, entonces, el camino para derribar la muralla que nos divide. Tenemos la apremiante urgencia del ahora. Es el momento de iniciar los cambios que necesita nuestro país para unir a toda la familia chilena y también para reconocer las demandas de los pueblos originarios.

Este es un momento decisivo. Se juega el destino del país. Mientras la Constituyente avanza, se realizarán las elecciones para elegir el próximo Presidente o Presidenta. La candidatura de Gabriel Boric es la resultante inevitable de cada uno de los hechos que comenzaron con el movimiento secundario de 2006 y que culminaron con el inicio de la discusión constitucional. Ahí está su experiencia, la que no tuvieron las viejas generaciones para desafiar el modelo existente. Ello explica que Boric manifieste un claro compromiso con la defensa de las libertades conquistadas hasta ahora y se proponga avanzar en las transformaciones que demanda la ciudadanía. Y, al mismo tiempo, destaque que la paz y seguridad no estarán garantizadas mientras se nieguen derechos fundamentales a los más pobres, a los excluidos. José Antonio Kast es el adversario principal y propone lo contrario. Sus ideas son un retroceso de los valores libertarios ya instalados y, al mismo tiempo, defiende sin matices el modelo económico existente.

Primero, porque Kast se ha declarado abiertamente defensor de la dictadura de Pinochet. Se ha atrevido incluso a relativizar las violaciones a los derechos humanos, sosteniendo que los presos de Punta Peuco son objeto de “ficciones jurídicas”, en defensa de su amigo, el psicópata Miguel Krassnoff. Segundo, porque rechaza las libertades culturales conquistadas. Kast es delirante opositor a la entrega de la píldora del día después, a la despenalización del aborto en tres causales y rechaza la identidad de género. Y, ahora, en su programa de gobierno propone eliminar el Ministerio de le Mujer. Tercero, porque no quiere modificar el actual modelo económico neoliberal y, por ello, siguiendo las enseñanzas de su hermano, Miguel Kast, se propone mantener las AFP, las isapres, aumentar la edad de jubilación y fortalecer la educación pagada. Y, ahora, en su programa, sostiene que nuestras mascotas e incluso la naturaleza deben pagar derechos para existir.

A diferencia de José Antonio Kast, Boric ha propuesto romper la muralla que nos divide. Señala que nuestro país debe servir al reencuentro de todas las familias chilenas, lo que incluye derechos para todos y todas, sin discriminaciones por diferencias de ingreso o riqueza. Propone también que nuestro país sirva al reencuentro de los pueblos originarios para que sus demandas tengan una justa reparación. Salarios dignos, pensiones justas, salud y educación de la misma calidad para todas y todos, mujeres con los mismos derechos que los hombres, pequeñas empresas sin obstáculos en su funcionamiento y un país dónde el cuidado de la naturaleza y el término del extractivismo, garanticen un medioambiente seguro para nuestra sociedad.

Boric asegura que su propuesta de transformaciones garantizará el crecimiento, pero con equilibrios sociales y medioambientales. Y también ayudarán al término de la violencia y una mayor tranquilidad para nuestras familias. Es el momento de transitar desde la oscuridad de las desigualdades hacia el camino luminoso de la justicia social. Con Boric ese camino es posible, con Kast es un retorno a la oscuridad.

Tomado de El Desconcierto

Por Editor