Emilio Uzcátegui
En estos nuevos tiempos donde, según los medios de comunicación y los cursis mensajes navideños de políticos resucitados, hemos logrado eliminar el odio, la división y la lucha de clases gracias a su brillante capacidad “descorreizadora”; ahora que al decir de algunas élites, después de diez años hemos vuelto a ser amiguitos, vale la pena cuestionar la esencia política del espíritu navideño.
La caridad es un concepto judeo-cristiano que responde a una máxima universal: amar al prójimo como a uno mismo. En la práctica religiosa este concepto se ha traducido en obra social, en acción desinteresada de un individuo en favor de otro que se encuentra desamparado, hasta allí todo iba muy bien.
Con el paso del tiempo este concepto religioso fue adaptándose al capitalismo global; la influencia del protestantismo, particularmente del calvinismo fue clave para su transformación. Esta vertiente religiosa asume el enriquecimiento económico como una señal de predestinación a la salvación eterna, este dios te quiere productivo, calculador y racional, maximizando los beneficios de tu trabajo.
En la actualidad la influencia oculta del calvinismo nos lleva al engaño de asumir que las sociedades modernas son meritocráticas, ello implica que una persona adinerada es necesariamente virtuosa y que una persona pobre no lo es y que la responsabilidad de ser rico o pobre recae únicamente sobre cada uno de ellos. Estas creencias han trascendido la esfera religiosa para implantarse como parte del sistema cultural hegemónico… “el pobre es pobre porque es vago”.
En este sentido la caridad se convierte en una dádiva, en la que el rico, que necesariamente es virtuoso, en su “magnánima bondad” ayuda al pobre, que no lo es; el acto de caridad ayuda a definir muy bien a los “virtuosos”. La realidad es mucho más compleja, y en un mundo donde la mayoría de la riqueza es heredada y donde el 1% más rico acaparó el 82% de toda la riqueza generada en el 2017l esta famosa “virtud” se desnuda en su verdad: evasión tributaria, recortes sociales, cooptación del estado por poderes económicos… en la actualidad la “virtud” de la riqueza tiene más que ver con razones políticas que religiosas.
Algunos políticos, como Jaime Nebot en Guayaquil, entienden muy bien lo rentable que puede ser este tipo de “bondad” y organizan teletones y otros actos caritativos junto a grandes empresas privadas para agasajar “al necesitado”. Ellos ganan votos, las empresas posicionan sus marcas, fidelizan clientes, hasta consiguen remisiones tributarias en algunos casos y “los necesitados” se sienten halagados.
El problema es que los gobiernos tienen las competencias, los recursos y la obligación de mejorar la vida de esos necesitados; ver a un político organizando una teletón es verlo reconociendo que ha fallado en la tarea que le ha encomendado el pueblo y cayendo en un patético intento de lavarse la cara. Un Estado que da caridad es un Estado que no reconoce a sus ciudadanos como sujetos de derechos, sino como mendigos.
La estrategia durante las festividades consiste en mostrar el lado humano y solidario de la política, humanizar a la persona más allá de su gestión… La estrategia para el resto del año fue reprimir brutalmente a vendedores ambulantes, orquestar paquetazos a espaldas de la ciudadanía, exigir la reducción de salarios mínimos, recortar el presupuesto para educación, enviar capitales a paraísos fiscales, defender a evasores de impuestos y nombrarlos vicepresidentes; es decir, obrar contra todo el prójimo.
Lo contrario a la caridad es la dignidad y la dignidad solamente es posible en un escenario de justicia social donde el gobierno funciona realmente como garante de derechos, no como un bigotudo bonachón que regala juguetes. Donde los empresarios entienden que sus utilidades son el resultado de un esfuerzo social conjunto y pagan sus impuestos como una forma de reforzar el contrato social, donde estos mismos empresarios pagan salarios altos a sus colaboradores y buscan rentabilidad en términos de desarrollo social en lugar de enriquecimiento personal de corto plazo. Solo en estas condiciones se podría volver a entender la caridad como un acto desinteresado de amor hacia el prójimo, solo en igualdad de condiciones podremos hablar de dignificar la condición humana.
Es por ello que en esta cena navideña les invito a cuestionar la caridad, a hablar de política, de religión, de cómo erradicar la pobreza, de reivindicaciones sociales, de la lucha que nos espera en el 2019, de género, de sexualidades, de diversidad, de todas esas cosas de las que se supone no debemos hablar pero que terminan definiendo nuestro futuro; a lo mejor por portarnos “mal educados” una noche terminamos cambiando el mundo el próximo año. ¡Felices fiestas!