Está próximo a cumplir 2 años como ministro de Economía y Finanzas, y este es el balance al inicio de su gestión: no la asumió con una economía sobreendeudada y no se le encargó una cartera con un país quebrado. No elaboró el Presupuesto General del Estado con un barril de petróleo de USD 20; en mayo de 2018 llegó a USD 60. No encontró un riesgo país por encima de los 1000 puntos. No se le dificultó colocar bonos. No se endeudó a tasas por encima de los 10 puntos porcentuales, lo hizo por debajo de 8. No halló a los sectores productivos destruidos. No tomó una economía con incapacidad para expandirse y crecer. No se posesionó con un déficit fiscal imposible de disminuir, ni con una deuda complicada de sostener.
Usted señor ministro se encargó de ir en contra de todo lo que encontró, eso elevó el nivel de riesgo y abrió la puerta para que eventos inciertos, como una pandemia, destruyeran la economía. A diferencia del Gobierno de Rafael Correa y de la gestión de Fausto Herrera, que también asumieron riesgos pero convirtieron la riqueza petrolera y el crecimiento en bienestar presente y futuro, la suya nos ha llevado al precipicio con mercados de capitales cerrados, dependientes de los organismos multilaterales, incapacidad para impulsar el crecimiento económico y con la imposibilidad para enfrentar con todos los recursos existentes la pandemia porque sus reformas económicas lo imposibilitan. Y lo que es peor de todo, eliminó aquella premisa que gobernaba implícitamente la política económica desde 2007: la vida antes que la deuda.
No es mucho decir economista Martínez que mientras economías como Argentina, México y El Salvador esperan salir de la cuarentena para impulsar de nuevo la producción y el consumo, los ecuatorianos avizoran una crisis sin precedentes y no es porque estos tengan grandes reservas de dólares para hacerlo, simplemente porque aplicaron un principio que usted escabulló hábilmente: primero la vida y después la economía.
Su gestión la basó esencialmente en i) reducir el déficit fiscal (identificado por usted como el principal problema de la economía); ii) reducir el tamaño del Estado; iii) desacreditar el cálculo del monto de la deuda; y iv) evitar a China y Rusia como potenciales prestamistas del Ecuador. Todas han tenido un único fin: viabilizar un severo ajuste que en otro momento sería muy complejo. Usted empezó con los masivos despidos del sector público, pero se encontró con los candados constitucionales. A pesar de esto, el sector salud se vio gravemente afectado, velo que no se corrió hasta cuando llegó la pandemia.
Su imposibilidad de continuar con los despidos, lo lleva a reducir las escalas salariales del sector público bajo distintas figuras como, por ejemplo, la llamada “contribución”. De esta manera se entiende que sean 9 meses y no dos. Esto lo lleva a cabo sin exclusión de ningún sector porque sabe que educación, salud y seguridad representan gran parte del tan “detestado” gasto público. Achicar los sueldos del sector público no hubiera sido posible al inicio de su gestión, pero la pandemia le brinda las condiciones cuando la población ha visto el horror de la improvisación y de la indolencia.
Mediante esta carta abierta no le pediré que renuncie, aunque es el sentir de gran parte del país. Está claro que no lo hará. Sin embargo, en la historia ecuatoriana y de Latinoamérica quedará escrito que existió un ministro que desacreditó el cálculo de la deuda para luego aplicar metas fiscales inviables, que no logró entender qué es una “economía de guerra”, que prefirió pagar la deuda y no disponer recursos para equipar a los doctores y enfermeras de su país ante un peligro inminente, y que elaboró medidas económicas, no para enfrentar la pandemia con decenas de muertos en las calles, sino para profundizar el ajuste con consecuencias irreversibles para la población. Salir de la pobreza toma años.
De esta manera, en las próximas décadas se estudiará en las aulas de economía que muchas veces no rige la ciencia, ni los principios, sino la ideología y la confabulación de intereses mezquinos.